Los zoológicos han existido como instituciones desde que surgió La Casa Imperial de Fieras, en Viena, allá por el año 1765. El parque —toda una novedad en ese entonces—, fue idea del emperador consorte Francisco I para exhibir las riquezas que atesoraba el Imperio austríaco, además de acercar la ciencia y el conocimiento a la corte.
Incluso para la familia real, este centro constituyó una inversión extremadamente costosa, pues cada especie adquirida valía una verdadera fortuna, de ahí el empeño imperial en salvaguardar cada uno de los animales.

Más de 250 años han transcurrido y los zoológicos continúan siendo motivo de asombro para quienes lo visitan por primera vez, así como de polémica creciente para los defensores a ultranza de los derechos de los animales.
En este siglo xxi, donde todo se pone en tela de juicio, no faltan quienes aboguen por la clausura total de estos parques, sea por considerarlos una aberración contra la vida natural o una forma de explotarla en su propio y egoísta beneficio.
Pero quienes defienden tales instituciones hablan de educación ambiental, de reproducción controlada, de evitar la extinción de especies, y de ciencia. A su vez, los zoológicos modernos intentan reproducir los hábitats de las diferentes especies para que no sufran las consecuencias de un cambio traumático en su forma de vida.
El Jardín Zoológico «Camilo Cienfuegos» de Santa Clara ha tenido el bienestar animal entre sus premisas a través de los años, más allá de las penurias económicas que ha padecido el país.
Si para naciones del primer mundo la adquisición y conservación de las especies animales resultan acciones extremadamente costosas, para una nación subdesarrollada lo es mucho más.
Aunque gran parte de las especies en exhibición son resultados de donativos de otros países o zoológicos, también nuestro Zoo ha avanzado mucho en la reproducción en cautiverio. Resulta inconcebible entonces que los animales sufran las consecuencias de los errores y la desidia humanas.
Hace unos años fue novedad el advenimiento Mickey, el primer hipopótamo nacido fuera del Zoológico Nacional de La Habana. Sin embargo, pocos conocen que Rosi, su madre, murió poco después a causa de una obstrucción intestinal provocada al consumir desechos lanzados por el público.
Quizás algunos consideren un esfuerzo inútil abogar por la vida animal en la actual coyuntura económica cubana, y se imponga lo material en detrimento del compromiso social que significa criar o mantener determinada especie a miles de kilómetros de su lugar de origen y de verdadero clima.
Ante este panorama no queda otra opción que hablar de la gran pérdida económica que significaría la muerte de muestro Mickey—hablamos de miles de dólares— o de los costos legales que traería para el zoológico.
Afortunadamente y hasta ahora, gracias a la constancia de sus cuidadores, nuestro exótico hipopótamo no ha corrido la misma suerte que su mamá, aunque un nuevo peligro le acecha junto con su compañero de hábitat, y hasta a las personas que viven en zonas circundantes al parque.
El entorno de Mickey consiste en una laguna artificial con una isla en el centro. Hace casi tres años que agua no se cambia. Por lo que Mickey vive en un pantano de fango, entre sus propias heces fecales, sobras de comida y otros desechos lanzados por los visitantes.
La última limpieza parecía una escena propia de una película comando: se movilizaron todos los carros fosa de Santa Clara mientras los trabajadores del parque esperaban, escoba en mano, para recoger la basura del fondo. Una vez higienizado, varias pipas de agua se emplearon en el llenado. Todo transcurrió relativamente rápido, pues los hipopótamos solo pueden estar sin hidratación un máximo de 3 o 4 horas.
En estos momentos repetir la maniobra se dibuja casi imposible; en parte por los grandes problemas que presenta la ciudad con el abasto de agua, y además, porque la Empresa de Acueducto y Alcantarillado refiere que no puede correr el riesgo de que, como la vez pasada, se le queme el motor a otro de sus carros cisterna.
Además de la apremiante realidad material, habría que pensar en la contaminación del entorno, las serias afectaciones en la salud de los hipopótamos, pero igualmente en las personas que viven en aledañas al zoo.
El año pasado, cuando las lluvias provocadas por la tormenta subtropical Alberto, la laguna se inundó y el agua corrió —desperdicios incluidos—, hasta los asentamientos poblacionales más cercanos, poniendo en riesgo el bienestar de cientos de personas. Ahora la primavera amenaza y el peligro de una nueva inundación acecha.
Y es que el sistema de alcantarillas juega otra mala pasada a la higiene y salud tanto de los hipopótamos como del resto de las especies.
Según, René Rodríguez González, biólogo de la institución, lo ideal sería conectar el zoológico directamente al alcantarillado, tupido desde hace años, de ahí que para el tan necesario saneamiento se requiera el apoyo de otras entidades.
De hecho, el especialista asegura que la limpieza debe realizarse cada seis o siete meses, o como mucho, anualmente, para que no peligre la vida de los animales. «El zoológico nacional hizo una planta de tratamiento residual que lo conecta con una presa tapada, y cuando es necesario la ponen a funcionar», sueña en alta voz René.
No aspiramos a tanto, pero cabe preguntarse si la solución al apremiante problema llegará antes de que el mal sea mayor. Varias son las entidades que cuentan con carros apropiados para esta misión (pipas, carros-fosa), por lo que pudieran prestarlos o alquilarlos al zoológico. Soluciones hay.
Todo sea para que Mickey sobreviva.