Todos queremos tener un tractor moderno, y si es sofisticado mucho mejor. No siempre se puede, por desgracia económica, y diversos factores conspiran en su adquisición y funcionamiento. Sin embargo, una rareza, días atrás, como acto curioso, llamó la atención: empleaban un caballo para surcar cámaras con cultivos en desechos en un organopónico de la ciudad.
¿Cuántos harán esa labor con sistematicidad en nuestros campos? Tal vez era la primera ocasión que allí sucedía. Los resultados de alternativa sostenible en la agricultura funcionaron de manera correcta. No lo dudo. Cierto es que no constituye una extravagancia, aunque algunos la vean así, en tiempos de limitaciones de combustibles. Lo extraño resulta que apenas resuenen aquellos viejos centros de doma de animales para emplearlos como medios de tracción.

Un amigo campesino, incluso, comentó hace poco que hubo un alza de muertes de bueyes en relación con similar período del año anterior. Al preguntarle el porqué ocurren los hechos, alegó por extensión que en los últimos meses la existencia del animal adiestrado para el trabajo agrícola disminuye en el sector privado en más de 210 cabezas.
No están exentos de esos descensos los organismos estatales. ¿Será el peso, vejez o depreciación lo que lleva al sacrificio? No, dijo, es más propenso destinarlo a mataderos porque el propietario recibe mayor remuneración al pesaje, por el volumen de masa corporal, superior a otras especies o categorías similares.
En épocas de bonanzas de petróleo había centros de domas en todos los municipios villaclareños, y hasta competencias de boyeros se instrumentaron para el acondicionamiento de tierra y cultivos. Un entusiasmo se apoderaba en nuestros campos, añadió el hombre durante un animado diálogo.
Recordé entonces aquellos acontecimientos, y el amigo campesino dijo: «era una belleza observar aquellas yuntas engalanadas y diestras en desandar suelos acondicionados y listos para surcar y recibir las simientes».

Una alarma llegó, lejos de cualquier filosofía subjetiva, cuando días atrás un directivo de la Agricultura en Villa Clara habló de insuficiencia en el empleo de la tracción animal y la necesidad de preparar bueyes para labores de trabajo.
Pero, ¿cómo?... Caramba, ¿abandonaron una costumbre que rinde diversos frutos? Los bueyes, en indagación somera, al término del pasado año rebasaban los 20 440 animales en la provincia. Tres meses después alguien alegó que la cifra mermó.
¿Por qué es posible que ocurra? ¿Acaso no se ve como una herramienta de trabajo jamás caduca? Antes, y ahora en los más diversos rincones, a los bueyes se les daba lo que era del buey: atención y dedicación esmerada, hasta «humanizarlos» en lo posible. Bien recuerdo aquellos estudios para salir de tipos de arados ancestrales, aún útiles en los campesinos. Entonces se crearon familias y familias de equipos de arrastres más eficientes, pero ya apenas se emplean.
No es secreto que «manejar» un animal (caballo, mulo, burro, buey, o búfalo), resulta más económico y sostenible que un tractor. En zonas orientales del país hasta solo emplean un buey en acondicionamiento de suelos. Claro, todo lo vemos como «a la antigua», pues constituye una faena manual que obliga a mayores desgastes de energías en el hombre y el animal. Sin embargo, ante fallas y carencias en suministros de combustibles y piezas de repuesto, no queda otra opción que «echar garras» a la vieja usanza.

En tiempos que la agricultura familiar, base de todo autoabastecimiento, es garantía ante limitantes de alimentos importados o nacionales, hay como un «mareo» con los bueyes. Hasta los frontiles, un aditamento esencial para soportar los arrastres, se desaparecen con una inusitada velocidad. Por cierto, ¿dónde los fabrican?, al igual que sogas, yugos y coyundas duraderas. Existen tópicos olvidados en el terreno de técnicas naturales que facilitan el aprovechamiento y conservación de suelos.
Todo en el animal adquiere categoría: es una fuerza siempre renovable y de pocos insumos, de ahí su jerarquía económica. Sin embargo, tampoco resulta «volvernos locos» por robustos espinazos y lomos rectos, y hasta retroceder en el tiempo. No obstante, esos ejemplares, los bueyes, jamás requieren de sofisticadas piezas, y por combustible emplean la hierba y residuos de cosechas, abundantes en todos los lugares.
En cascos sanos, y fuertes patas, ya domadas y adiestradas, hay un camino todavía por recorrer en nuestros campos. Nunca dejaremos de ser civilizados, modernos y urbanos, pero no desdeñemos la utilidad que aportan los bueyes, «hermanados» y unidos por mancuernas cuando desandan por nuestra tierra recién surcada y entre sembrados listos al fomento agrícola.