Es más fácil subir al monte Everest que enlazar los precios y ponerles freno. Pareciera que se trata de una carrera sin fin y, cual caballos salvajes, galopan a su antojo sin que nadie sea capaz de detenerlos.
Basta salir a la calle para satisfacer las necesidades más perentorias de la vida cotidiana, en particular las alimenticias, para comprobar la subida imparable y angustiosa del costo de los productos. Lo que ayer valía un congo, como decían nuestros abuelos, hoy cuesta un Potosí, otro dicho de antaño alusivo a las famosas minas de plata del Alto Perú en la época de la dominación española.

Si quiere usted una col, pues páguela a $25.00 o más. Si desea una libra de pepino, prepare entonces sus diez pesos, pues resulta bien raro encontrarla por debajo de ese monto. Un mazo de habichuelas, convoyado con otro, nunca menos de $15.00, y si quiere uno solo, pues disponga de diez guayacanes. Y qué decir del tomate, esa gustada ensalada que apenas comienza a verse: sin ser nada del otro mundo, la libra no baja de las $30.00 maracas.
La lista resulta interminable, pues en esa cola de precios por las nubes está primero, la carne de cerdo, que ya ronda los $60.00 la libra, seguida de cerca por el frijol, a $50.00, y, junto a ellos, un largo etcétera de productos. Sin dejar de mencionar la revendedera de mercancías adquiridas en nuestras tiendas, con cotizaciones similares o aún más de estratosféricas.
Una situación angustiosa, como para halarse los pelos, pues el bolsillo no da más y hay que comer todos los días. Sin contar con que también hay que satisfacer otras necesidades vitales en nuestras vidas, incluidas las espirituales, las cuales, por tanto agobio que provocan las materiales, han sido relegadas.
Las causas están a la vista. Algunas arrastradas durante décadas debido al férreo bloqueo impuesto por los Estados Unidos, con un 2020 que rompió récord en daños, pues su cuantía, por vez primera, rebasó los 5 mil 570 millones de dólares, y otras resultantes de nuestras incompetencias y errores, incluidas políticas ineficaces, como la de oferta y demanda, sin regulación estatal, que destapó la caja de Pandora y el relajo con los precios.
Pero también este fatídico año bisiesto nos trajo una de las pandemias más destructoras de la historia, cuya cifra de infectados supera ahora mismo los 56 millones de personas y un millón 300 mil muertes. Números cada día en aumento, y que ha puesto patas arriba al mundo con la paralización del comercio, el turismo y otros múltiples renglones productivos.
Y por si no bastaran esas desgracias, la temporada ciclónica sobrepasó los pronósticos; las tormentas tropicales Laura y, sobre todo, Eta, con sus intensas lluvias, son ejemplo de ello. Eventos meteorológicos que nos dejaron pérdidas en nuestras menguadas cosechas agrícolas, superiores en Villa Clara a las 7000 toneladas. Además, provocaron la destrucción de viales y otras infraestructuras necesarias para el desarrollo socioeconómico del territorio.
A todo ello se suma la cercanía de la llamada hora cero, que forma parte de la nueva Estrategia económica y social de Cuba, con objetivos bien definidos: resolver la dualidad monetaria y cambiaria, eliminar subsidios y gratuidades indebidas, y hacer una transformación de los ingresos.
Pero muchos inescrupulosos, antes de que el ordenamiento financiero ocurra, han disparado los precios y los han puesto más allá de la estratosfera. Y eso supera el lógico y entendible aumento derivado de estas causales; también para el campesino los costos de sus producciones han alcanzado niveles nunca vistos y cualquier análisis serio del problema lo debe tener en cuenta.
Igualmente, no puede dejar de mencionarse el desabastecimiento de las tiendas recaudadoras de divisas, con un peso convertible (CUC) en terapia intensiva, y la proliferación de los establecimientos en moneda libremente convertible (MLC), una medida anunciada como transitoria y sin ampliaciones hacia el futuro.
Existen muchas más aristas, pero aquí están expuestas las esenciales. Y no menciono lo de los precios topados, pues cae en el campo de la ciencia ficción, a pesar de los esfuerzos realizados por el Gobierno de la provincia por hacerlos cumplir.
Se viven momentos complejos, pero reconforta saber que en medio de las dificultades están también las alternativas de soluciones. Eliminar las trabas que obstaculizan el desarrollo de las fuerzas productivas y estimular el aumento de las producciones agrícolas e industriales no puede seguir siendo una consigna.
Las recientes políticas aprobadas acerca de la descentralización de las producciones agropecuarias y el aumento de la autonomía municipal deben dar sus frutos a mediano plazo. Asimismo debe traer mejores dividendos la política para la extensión agraria, cuya propuesta está muy vinculada con la soberanía alimentaria y la educación nutricional, que, según afirmara el presidente, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, «se enlaza perfectamente con la agroecología y con el desarrollo sostenible».
Únicamente equiparando la oferta con la demanda, las aguas tomarán su nivel y los precios se corresponderán mejor con la capacidad adquisitiva del pueblo trabajador. Esperemos que el salario real –una vez realizada la reforma prevista— tenga holgura para dar respuesta a las necesidades vitales de los villaclareños. Solo así daremos un paso de avance hacia el socialismo próspero y sostenible al cual aspiramos.