Si algo no nos permitió el 2020 fue quedarnos ociosos. En enero nos estrenamos como geógrafos, pendientes del trayecto del nuevo coronavirus de oriente a occidente. A partir de marzo, el Dr. Francisco Durán impartió un curso virtual de epidemiología, mientras veíamos la pandemia florecer junto a los brotes primaverales.
No faltó la tradicional pasantía meteorológica, que esta temporada incluyó nociones del alfabeto griego —¡inolvidable el capítulo de Eta!—. El análisis sobre política internacional corrió a cargo de las elecciones más sonadas de la historia de Estados Unidos y las informaciones sobre la Tarea Ordenamiento nos lanzaron de bruces sobre la economía.
Como resultado de las zancadillas sanitaria, climatológica y trumpista, Cuba se vio obligada a reajustar los planes del 2020. Aunque Villa Clara registra sobrecumplimientos de las ventas netas de bienes y servicios, las utilidades, la circulación mercantil minorista y la transportación de pasajeros, los resultados se mantuvieron muy por debajo de las metas del 2019 y aún más lejanos de las demandas de la población.
Independientemente del reajuste, las inversiones, la producción de alimentos, y la construcción de viviendas por encargo estatal y por la vía de subsidios, tampoco respondieron a las necesidades. Solo resulta destacable la actividad de exportación, que superó tanto el plan original como los logros del año anterior.
Durante la pandemia de la COVID-19, no hizo falta ningún examen de PCR para detectar la esencia humanista del Estado cubano, que erogó de su presupuesto 53 085 000 pesos para solventar los gastos de salud, educación y las garantías salariales en la provincia.
No exento de errores, enmiendas y contradicciones, ese mismo Estado, vivo representante del pueblo, ahora realiza transformaciones profundas y transversales que incluyen la unificación monetaria y cambiaria, la reforma integral de ingresos, y la eliminación gradual de subsidios excesivos y gratuidades indebidas. Todo sobre la marcha, ajustando a cada paso las piedras del camino y las huellas del caminante.
Sin esparcir abundancias ni resolver con un toque mágico todas las preocupaciones de Liborio, la Tarea Ordenamiento permite corregir viejas deformaciones estructurales y de conciencia, curar el paternalismo crónico que padecemos, y sustituir igualitarismo por equidad en la distribución de riquezas y oportunidades.
A los gobiernos y administraciones les corresponde generar nuevos empleos, mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y sus familias, eliminar los frenos de las fuerzas productivas, estimular la igualdad de condiciones para todos los actores económicos e imprimir un carácter social al mercado, que garantice el acceso de todos y privilegie a las personas sobre las ganancias.
Los cambios demandan sentido de pertenencia a los dirigentes: con una mano tocar los problemas y con la otra aportar soluciones; volverse aldeanos en defensa de sus pueblos, sin la vanidad que tanto criticó Martí. Exigen justicia y coherencia a la hora de decidir y ejercer la autonomía, para que la descentralización resulte un verdadero motor del desarrollo.
Liderazgo y no autoritarismo, diálogo y no mandatos es lo que requerimos hoy. Capacidad de dirigir con el ejemplo, y de cambiar el catalejo por una lupa, para mirar de cerca cada caso, y discernir oportunamente entre vulnerabilidad y parasitismo.
A los pichones que permanecieron hasta ayer con el pico abierto les llegó la hora de volar en busca del sustento propio. Trabajar, producir, ahorrar, aportar calidad y valor agregado a los productos y servicios, y asumir las metas económicas como posibilidades de crecimiento personal.
Nos toca también exigir desde el respeto, buscar respuestas en los espacios institucionales, no en los algoritmos de Facebook ni en los medios cazarrecompensas que lucran con nuestro día a día; despojarnos del egoísmo disfrazado de supervivencia, desistir de la «lucha» que legitima el robo y echar pa’lante todos juntos, como sabemos los cubanos.
El 2021 trae cambios, choques, expectativas y reajustes. Será mejor o peor que el 2020 en la medida en que decidamos avanzar o retroceder; pero no le permito a nadie que eche por tierra el trabajo de cientos de personas ni las esperanzas de millones. Que el desorden quede solo en el poema de una Carilda Oliver enamorada.