“La primera justicia es la conciencia.”
Víctor Hugo
Hagamos un ejercicio consciente retrospectivo, o un ejercicio retrospectivo de conciencia...como mejor les acomode. Si es discreto, pocos conocerán, de primera mano, la bitácora de sus últimas semanas. Solos, entonces, usted y sus memorias.
Para empezar, le sugiero que descarte el tiempo invertido en la Oficoda, y que tampoco incluya en este ejercicio las horas de cola en las que «brotaron» amargos monólogos o furiosas alocuciones, o ambos, en los que intentó vaticinar los próximos 200 cambios que habrán de implementar los decisores tras la Tarea Ordenamiento para que el «vivo», finalmente, pueda vivir de su trabajo. ¡Ah, muy importante!: por una sola vez, intente exiliar el tema precios de este análisis regresivo, a ver si se apacigua la impotencia que le tamborilea en ambos lados de la cabeza cuando alguien le pide 300 pesos por 30 huevos.
¿Ya? Dígame ahora cómo estuvo el cumpleaños al que llevó a su hijo el sábado pasado. Sí, ese en el que «solo» invitaron a 15 niños con sus padres, donde el payaso incorporó a su repertorio de chistes que «el Dr. Durán anda más duro que Magaly», y que terminó con un mazacote de brazos, piernas y narices a ras de suelo para encontrar los pitos que pasaron luego de boca en boca y los caramelos —¡maravilla!— que trajo el pariente recién llegado de Madrid.
Sí, la pegatina de «Vivienda en aislamiento» estaba bien visible en la puerta de la casa. No, eso no detuvo a ningún invitado. De hecho, a nadie se le ocurrió indagar por la fecha de arribo o por el resultado de los PCR. El único comentario al respecto fue de una cuarentona alegre que, con el nasobuco floreado debajo de la barbilla, dejó claro que sería una descortesía monumental andar indagando por esas intimidades. Punto en boca y a comer cake.
Por desgracia, estas líneas no se llenarán hoy con fabulaciones cuyo único propósito es dramatúrgico. Nos hemos aferrado a la irracional certeza de que se impone convivir con la enfermedad, casi fraternamente, y que la calidad y el precio de la masa de croqueta deben agitarnos más que la perspectiva permanente de codearnos con la muerte.
Sobran los asombrados y los conspiranoicos —«¿Estará circulando en Cuba la cepa de Inglaterra y no nos habrán dicho nada?»— que solo se espantan entre las nueve y las diez de la mañana, mientras Francisco Durán García nos mira de frente para hacer lo que le toca: enumerar contagios que baten récords diarios, informar las cifras de quienes no lo lograron —14 fallecidos en lo que va de semana—, hablar de los 40 cuya vida pende ahora mismo de un respirador artificial. Después de esa hora de susto e introspección, nos persignamos ante el espejo y, de la puerta hacia afuera, se hará cualquier cosa para garantizar la vitalidad del estómago, tergiversada por esta economía desbocada como misión y desafío de cada miembro de la familia.
Pandemia y escasez: el eje del mal, la pesadilla de cualquier gobierno. Las fallas externas las percibe hasta un invidente, pero las brechas cavadas por las actitudes kamikazes, como toda culpa propia, andan huérfanas de responsables. Trescientos diez menores positivos a la COVID19 entre el 10 y el 14 de enero, incluidos más de una docena de apenas un mes de vida y cinco reportados de grave, entre ellos, tres con enfermedades oncohematológicas de base. Focos del virus en centros hospitalarios, celebraciones tumultuosas de fin de año —tanto privadas como de entidades laborales—, omisiones imperdonables de información para poder enviar al niño a la escuela, percepción de riesgo en extinción, «reunionismo» crónico y consentimiento patiabierto «porque hay que continuar pa’lante de la mejor forma posible».
La nueva normalidad está reinterpretada a gusto del consumidor y establecida como el espacio cotidiano en el que la microeconomía encabeza el listado de agobios made in Cuba; todo lo demás resbala, patina y prende las alarmas únicamente si el problema te picó de cerca.
Hoy, no. Hoy, las frentes andan a media asta y el dolor del prójimo se intuye con más empatía que indiferencia. Nos continúan atosigando las necesidades irresueltas que no solo dependen de la iniciativa individual, sino de los planes y disposiciones en los que se trabaja para rehabilitar las lesiones de una economía atacada desde fuera y desde adentro. Sin embargo, este contexto no resulta comparable, ni remotamente, al de tres o cuatro meses atrás, cuando sentarte en un bar con un grupo de amigos, celebrar el nacimiento de un hijo o abrazar a tus padres viejos no era motivo de dolorosa añoranza, más bien una bendición que no fuimos capaces de proteger.
Fallaron la vigilancia epidemiológica que debieron garantizar las instituciones de Salud desde la atención primaria, las pesquisas permanentes, el control efectivo de los viajeros, las exigencias sanitarias en fronteras, la imposición de sanciones ajustadas a la magnitud de las infracciones, el orden y los decisores públicos que nunca debieron normalizar las aglomeraciones como parte de la cultura de subsistencia del cubano. Y fallaron, de manera garrafal, los que no asumieron la visita de sus seres queridos con total apego a los protocolos sanitarios mil veces reiterados, los parientes y amigos que tampoco podían aguardar por el resultado del segundo PCR para darles un abrazo a los recién llegados, quienes entran y salen del país, y antes de informarle al consultorio, pasan por la candonga y por las casas de los que encargaron la mercancía, descargan y liquidan cuentas; los que tuvieron que integrarse a una cola de medio día para poder comer y «mataron el tiempo» confraternizando, a 20 centímetros de distancia, con otras 50 personas.
No nos engañemos, en un país donde la mayoría alega que le sobra demasiado mes al final del sueldo, no existe unidad comercial en CUP, CUC o MLC frente a cuyas puertas no se reúnan cientos de personas cada día, ya sea para garantizar lo básico, el plato fuerte de la tarde o las provisiones de la semana, o para comprar peróxido, base de maquillaje, aceitunas o esponjas de baño. Pocos se percatan de que si no redimensionamos nuestras prioridades y, finalmente, admitimos que en este minuto no contamos con ningún fármaco de probada efectividad para una inmunización masiva, nada en este archipiélago será seguro o levantará vuelo en sabrá Dios cuánto tiempo; ni la economía estatal ni la privada, ni los sueños que creímos más cercanos en el nuevo año.
Hagamos, por tanto, un ejercicio consciente retrospectivo, o un ejercicio retrospectivo de conciencia. Esta nueva pausa de pena e incertidumbre nos podrá drenar la esperanza, pero no la voluntad. Del civismo y consideración, aplicados en primera persona, que exigimos como ciudadanos, dependen no solo nuestros próximos pasos, sino los de una nación pobre que ha guerreado desde siempre por erguirse.
Hijos sanos, como toda madre desea. He ahí la única garantía posible de futuro.