Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
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08 Noviembre 2015

A Cuba ya no le pesa apretarse el cinturón, porque si bien es cierto que «el hábito hace al monje », a los hijos de esta isla poco nos falta para asumir como cosa normal la contemplación de ese «í­dolo » que marcha desnudo de humanidad y compasión.

Omnipresente y tajante, la ley de oferta y demanda desgrana nuestros dí­as entre coches de caballos, un puñado de frijoles y el plato fuerte para el niño, pues suman miles los cuentapropistas que le rinden pleitesí­a, quizá por el hecho de que la «providencia » les diera el consentimiento para imponer precios y atracar al amparo de la legalidad.

indefensos comentario(Ilustración: Martirena)

Nadie escapa, no tenga dudas. Entre producciones cojas, acaparamientos sin orden ni mesura y la creciente obligación de adquirir lo que se presente pues nunca se sabe cuándo desaparecerán el pollo o las croquetas, al cubano no le queda más que aceptar su incapacidad en una lid donde la alternativa radica en cerrar los ojos y consentir o aplazar necesidades.

Antes del 2010, oferta y demanda parecí­an conceptos limitados a las exiguas actividades del trabajo no estatal, pero la explosión del cuentapropismo y la decisión de descentralizar algunos engranajes de renglones productivos tan elementales como la alimentación y los servicios, asaltaron el escenario económico con más de esperanza que de previsión.

¿La realidad?, la ausencia de un mercado mayorista con precios preferenciales donde se garanticen la materia prima y los insumos de trabajo, unida al encarecimiento de lo poco y lo mucho que usamos, comemos y pagamos, constituye una contradicción si comparamos con los moderados aumentos salariales que solo benefician a determinados sectores.

Según el informe publicado el pasado mes de mayo en el Anuario Estadí­stico de la Oficina Nacional de Estadí­sticas e Información (ONEI), a fines del 2014 el salario medio mensual en Cuba ascendí­a a 584 pesos, monto que si bien se ha ido incrementando desde el 2006, en poca medida cubre las exigencias básicas de una familia pequeña.

«Vivir para comer », sentencia invertida bajo la cual no late ni brizna de gula, sino la manera en que nos incorporamos a una realidad que, no solo en apariencias, nos conduce a elegir entre un cartón de huevos o el tinte del mes. Resistir o renunciar... suena difí­cil, sobre todo cuando lo anhelado ni se asoma al lujo.

Y digo más: la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) dio a conocer a principios del año el informe titulado «El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo, 2014 », en el cual Cuba destaca como la nación con mejores indicadores de nutrición en el área del Caribe y Centroamérica.

Sin embargo, el documento expone una paradoja difí­cil de concebir más allá de este palmo de isla. El paí­s emplea anualmente 2000 millones de dólares por concepto de importación de alimentos cifra que iguala los ingresos en divisas por turismo o remesas; en cambio, la entrega en usufructo gratuito de 1,7 millones de hectáreas de terreno ocioso apenas guiña el ojo a la carestí­a de la población: el 16 % de nuestras tierras permanecen sin explotar, y el aporte del sector agropecuario al PIB representa un 3,7 %.

Entre cuentapropistas «intocables » porque se coronaron desde el momento en que personalizaron los estatutos de la oferta y la demanda, intermediarios que obtienen el doble que el campesino y el evidente decrecimiento del papel regulador del Estado en todo lo concerniente a un bolsillo que no aguanta un asalto más, la gente aguarda por el auxilio de la legalidad y la imposición de medidas justas para todos.

Aplaudimos en su momento la decisión de liberar las fuerzas productivas y diversificar los servicios, pues nadie quedó inmune a los zarpazos de la escasez y a las ataduras de procederes descalzos de toda evidencia de competitividad y eficiencia.

Aplaudimos lo nuevo porque representaba el futuro, aunque no se justifica que el «suceso » empoderara a algunos sobre la mayorí­a, o que lo ganado con trabajo y decencia se equipare a lo que elija un tercero.

Hoy, la calidad es opcional, y el encarecimiento, invariable. «La vida está dura », alega el carretillero. «El fisco te pasa la cuenta », sentencia el cochero. El cuentapropista no es la excepción: sobre cuentas y problemas, que le pregunten a cada cubano.
La mesa está servida, pero las soluciones apremian.

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