A una semana de haber cumplido 48 años, en la quiebra y con más sangre en las manos que la que habrían podido limpiar un milenio de expiación y arrepentimiento, Alphonse Gabriel Capone el terrible Al se largó de este mundo fulminado por una neumonía. Cinco días antes, un derrame cerebral lo dejó postrado y semiconsciente, aunque su relación íntima con el dolor físico se remontaba a más de dos décadas atrás, cuando apenas era un matón principiante en las calles de Chicago.
Adicto a la cocaína y a las prostitutas, a los 20 se infestó de sífilis, «la enfermedad de Cupido », como solían llamarle en aquellos días de Ley Seca y burdeles a granel. Pasaría el resto de su existencia a merced del conocimiento de uno de sus médicos de cabecera, el Dr. Joseph Moore, especializado en el tratamiento de esta infección de transmisión sexual (ITS).
En sus apuntes personales, el facultativo manifestaba cierto optimismo porque la terapia presumiblemente a base de píldoras y cataplasmas de mercurio y arsénico estaba dando resultados: el coeficiente intelectual de Al Capone había pasado del de un niño de siete años, al de uno de 14. «Sin embargo, todavía se muestra tonto, infantil y con deterioro mental ».
Nadie pudo herirlo antes, ni siquiera mientras cumplía sanción en la prisión de Alcatraz. No hubo sicario, pandillero o policía capaz de arrancarle la vida; su mayor preocupación no trascendió más allá de echarse la ley en el bolsillo, eliminar rivales y ganar millones. Al, sin embargo, llegó al final idiotizado, vulnerable y violento. El gánster más fascinante de Estados Unidos no pudo contra una «simple » bacteria y su adiós quizás como pálido escarmiento, transcurrió agónico, entre el estertor de sus pulmones y una mente en tinieblas.
James Joyce, el irlandés que escribió ese milagro-novela que es Ulises, también se fue a la tumba con el estómago hecho trizas y casi ciego. En una de sus visitas a los prostíbulos de Dublín, contrajo la sífilis que le adelantó la muerte, signó su literatura e hizo de su madurez un martirio. ¿Lo peor?: también enfermó a Nora, su esposa, y a su hija nonata.
Lo de Vincent Van Gogh está por demostrarse, aunque todo apunta a que la causa de sus arranques psicóticos, alucinaciones y problemas de audición, fuera una sífilis que intentó silenciar hasta su muerte, a la edad de 37 años. Con una oreja de menos y más episodios de locura que estrellas pintadas en los cielos de sus lienzos, el genial pelirrojo firmó aproximadamente 70 cuadros durante sus últimos meses de vida.
La historiadora Deborah Hayden resulta, hasta hoy, una de las defensoras más resistentes de la hipótesis sobre el padecimiento venéreo del genial artista, quien contrató como modelo a Clasina Hoornik, prostituta de profesión, con la cual sostuvo un intenso romance. Presionado por su familia, Van Gogh la abandonó tras dos años de relación. Clasina se esfumó, como tragada literalmente por la tierra. En sus últimas apariciones públicas se le vio demacrada y nerviosa. Las primeras manifestaciones de inestabilidad psíquica de su amante comenzarían en poco tiempo.
Sin embargo, la muerte acelerada no constituye un particular inevitable en todos los casos. Florence Foster Jenkins, una de las más entusiastas mecenas de la música clásica en la New York de la postguerra, considerada también como la peor cantante de ópera de la historia sobrevivió a la sífilis durante más de medio siglo.
Calva, con los pulmones agujereados y rota por las llagas que le invadieron manos y espalda, logró imponérsele al mal que contrajo en su noche de bodas, con apenas 18 años. En 1944 cerró los ojos, plena siempre, debilitada como nunca y sin voz.
SOS Treponema
Con semejantes antecedentes la mayoría supondrá que mi intención se levanta sobre paranoias desfasadas, pues mucho ha llovido desde la invención de la penicilina y morirse ya no es tan fácil. La sífilis resulta un mal tan antiguo como la humanidad misma, y los avances en materia de anticoncepción evidentemente privilegiados por la percepción popular como el tema más preocupante de la sexualidad responsable también aportaron lo suyo en cuanto a la protección durante el coito.
El treponema palludim, microorganismo causante de dicha enfermedad venérea, no implica un dictamen mortal en esta era, aunque su incidencia a escala mundial (amén de los efectos irreversibles si no se trata a tiempo), la ubican como la segunda ITS más peligrosa, solo superada por la pandemia de VIH/Sida.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), estima que en el área de América Latina y el Caribe se reportan cada año de 35 a 40 millones de nuevos casos de ITS-VIH/Sida, lo cual supone unos 100 000 enfermos por día. La sífilis, clasificada en el grupo de las enfermedades curables, resalta entre los principales indicadores de morbilidad en la población de 15 a 44 años de edad, una tendencia que aun cuando tuvo en Cuba su peor pico durante los años 90, todavía mantiene dígitos crecientes.
El hecho de que en el país los índices de infestación por ITS promedien aproximadamente 50 000 casos anuales, constituye un verdadero quebradero de cabeza. Y esta isla, con su «puñado » de poco más de once millones de habitantes, no puede proyectar un modelo de desarrollo sostenible si su población en edad fértil idealmente estimada entre los 20 y los 44 años ni siquiera supera los 2 millones 296 mil personas.
De acuerdo a la edición del 2017 del Anuario estadístico de Salud, la tasa de sífilis en Cuba se estableció en 44.6 por cada 100 mil habitantes (c100/h). Si este número apenas lo conmueve, compare con la de la blenorragia (gonorrea), de 31.6, o con la de la hepatitis, de solo 3.5. Para que tengan idea: la diferencia entre la tasa global de diabetes mellitus y la de sífilis solo alcanza un tímido 13.7.
En 2015, la incidencia en Villa Clara de la enfermedad provocada por la treponema pallidum quedó en 40.6 c100/h; o sea, la prevalencia se equipara, prácticamente, con el panorama nacional.
Como sucede con casi todas las ITS, la bacteria llega al organismo a través de las membranas mucosas o de abrasiones en la piel. Obvio, las relaciones íntimas sin condón constituyen la visa por excelencia, pues en un solo acto se conjugan todos los posibles factores de riesgo: intercambio de fluidos corporales, traumas en la epidermis de los órganos sexuales y posibles laceraciones, sobre todo en quienes se afeitan o depilan la zona púbica.
Cierto es que hasta el momento nada nuevo se ha dicho sobre la sífilis; sin embargo, el asunto supera la mera opción de considerarla un problema de salud más. La particularidad de desarrollarse en cuatro etapas la convierten en un antagonista de cuidado, pues, a semejanza de los archivillanos, se mofa de la ingenuidad de pensarnos invulnerables y guarda ases temibles bajo la manga.
Transmisión, fases y síntomas
Las personas que pueden transmitir la sífilis son quienes la padecen en su fase primaria presentan en la piel de los órganos genitales una llaga redonda e indolora, en ocasiones imperceptible a la vista, conocida como chancro, o en la fase secundaria, que ocurre cuando luego de la disipación de la lesión inicial no tratada (pueden transcurrir semanas o meses), retorna la bacteria, diseminándose en todos los sistemas del organismo. En este punto de la enfermedad, las erupciones en las palmas de las manos y las plantas de los pies, constituyen la manifestación clásica de la treponema pallidum.
Debes saber que:
El período de incubación de este padecimiento se extiende a las dos o tres semanas posteriores a la infestación. Sin embargo, los pacientes inmudodeprimidos pueden manifestar los primeros síntomas en muy pocos días.
En la sífilis primaria suelen hincharse los ganglios linfáticos.
La fase secundaria de la enfermedad incluye síntomas como dolor de cabeza y en las articulaciones, fatiga, fiebre, molestias en la garganta, llagas en la boca y los órganos genitales y pérdida de cabello. En muchas ocasiones, se enmascara como una infección viral.
La sífilis terciaria desarrolla afecciones terminales como sordera, ceguera, parálisis muscular, pérdida de la memoria, brotes psicóticos y dolencias cardiovasculares.
El uso del condón en todas las relaciones sexuales con penetración constituye hasta hoy la mejor alternativa de protección.
Otra vía de contaminación resulta la sífilis congénita, o sea, la adquirida por el feto, durante su gestación, cuando la embarazada está infectada por la bacteria. Abortos espontáneos, malformaciones incompatibles con la vida, partos prematuros y muerte fetal constituyen algunos de los riesgos asociados a estos casos. Para fortuna de miles y, al menos en esta situación específica, en 2015 la OMS declaró a la isla como la primera nación del mundo capaz de erradicar la trasmisión vertical de madre a hijo, a través de la placenta y/o el canal del partode sífilis y VIH-Sida.
Sin embargo, la enfermedad hace pausas, engañosas y veladas, aunque treguas a fin de cuentas. La llamada fase latente ocurre luego de que desaparecen las lesiones de la sífilis secundaria y, junto con ellas, los demás síntomas del padecimiento. No obstante, aunque no se manifiesten indicios visibles, los exámenes de laboratorio sí serán positivos. El problema radica en la tentación a la confianza que ofrece esta aparente curación.
De hecho, pueden pasar entre diez y 20 años antes de que ocurra un nuevo brote, que ya a esas alturas no se contendrá al alcance de las ulceraciones cutáneas. La sífilis terciaria resulta la forma más severa de la infección, pues compromete la actividad cerebro-vascular, orgánica, del sistema nervioso central y del cardiovascular. En ese punto, las esperanzas de recuperación resultan poco menos que nulas.
Y duelen entonces las decisiones tontas, y los arrepentimientos atragantan porque nos saben a miedo. Las preguntas quedarán colgadas en el aire, pues no encuentran culpables sobre los que lanzarse; pesa demasiado el conocer la respuesta correcta.
La sífilis y cualquier otra ITS no se asimilan ya como desgracias imperturbables: hace mucho dejaron de pertenecerle a la ruleta de la mala ventura para convertirse en una opción personal. Lo peor es que las soluciones se repiten de memoria, como versillo gastado. Todos las conocen. Todos las entienden. Casi todos las obvian.