Sábanas y nasobucos, el «matadero » de las novias y lo que ellos callan

¿Sexo con condón y mascarilla? ¿Libras al poder? ¿Qué tú dices? Sorpréndanse y aprendan con nuestra selección noticiosa de julio.

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Sexo protegido en tiempos de coronavirus
(Foto tomada de Internet)
Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
3922
13 Julio 2020

Justo un año antes, mientras surfeaba por el océano Internet para elegir las noticias con que compondrí­a el Sexeando del mes, cientos de titulares coincidí­an en una misma idea: el verano es la etapa más «calentita » del año literal y figuradamente hablando. Tips de engatusamiento, artí­culos sobre hormonas en baño de Marí­a, y todo tipo de trabajito rosa para justificar y entender por qué en julio y agosto se nos inflama el antónimo de castidad, señorearon en las redes sociales como para aclarar, en nombre de la decencia, que el desparpajo también cuenta con basamento cientí­fico. O sea, que resulta inevitable.

Y aquí­ estamos, 12 meses después. Compartiendo las imágenes de piscinas inflables en los patios de las casas, usando nasobucos combinados con los trajes de baño, posponiendo vacaciones e intentando probar que el amor a distancia aviva la pasión, y representa la promesa para un reencuentro de proporciones homéricas. Quietecitos en base. ¡Cómo nos varió la vida!

Sin embargo, agradezcamos la salud propia y la de los que amamos e, incluso, el hecho de que aún mantengamos, como blindada en el alma, la esperanza del resurgir.

Por esa lí­nea de cambios ineludibles «antes de volver afuera hay que regresar adentro », como dice Residente va la selección  mensual para ustedes. Nuestro correo de siempre, liena@vanguardia.cu, aguarda por sus dudas y deseos de la misma manera en que esperamos escuchar la voz de un buen amigo. En agosto nos reencontraremos, seguramente, en una Cuba un poquito mejor. Hasta entonces les deseo salud, suerte y mucho amor.

Mundosex

Que si sientes que te asfixia. Que te molesta más que una punzada en el riñón. Que subes una escalera y te atragantas con tus propios vapores. Imagí­nense entonces cómo caerí­a, primero en la comunidad cientí­fica internacional y, luego, entre millones de lectores, la revelación de que una relación sexual protegida contextualizada en la burbuja COVID-19 demanda dos elementos: condón, ¡y nasobuco!

Sexo con condón y mascarilla
(Foto tomada de Internet)

Durante los últimos cinco meses, un grupo de cientí­ficos de la universidad norteamericana de Harvard, se dedicó a clasificar los diferentes escenarios sexuales en los que habitualmente coexiste la población mundial; a partir de ese resultado, definieron los niveles de riesgo a los que nos exponemos, así­ como la probabilidad acentuada o moderada de contraer el virus, en dependencia de nuestro comportamiento individual. La revista cientí­fica Annals of Internal Medicine divulgó a mediados de junio los resultados de la investigación, cuyo aporte más significativo se concentra en una lista de recomendaciones enfiladas a que la humanidad asuma que, incluso sus más terrenales actos, deberán funcionar bajo las reglas de la nueva «normalidad ».

El Dr. Jack Turban, uno de los autores principales del artí­culo, explica que, aun cuando la mayorí­a de las personas las evalúen como las sugerencias menos votadas, la abstinencia y la masturbación resultan las dos formas ideales para satisfacernos individualmente. Calificadas por los especialistas como una «actividad de alto riesgo » en el escenario epidemiológico actual, la práctica de relaciones sexuales al estilo «séptico » implica altí­simas probabilidades de contaminación, y solo serí­an un poco más seguras si se tratara de parejas convivientes que, además, compartieran el mismo rigor de aislamiento social.  

El asunto va de disfrutar de un ví­nculo más afectivo que fí­sico, evitar a toda costa el roce í­ntimo con personas con las que no cohabitamos y a las que, por tanto, no podemos controlar su entorno de movilidad, y promover un estilo de vida basado en el autocontrol y el sentido de la responsabilidad. No obstante, los investigadores reconocen que la perspectiva de lograr una relación plena que no incluya besos, caricias, sexo oral ni intercambio de ningún tipo de fluidos, constituye un reto para el que no todos tienen ni la pretensión ni la mí­nima disposición mental.

Para esos casos la mayorí­a, supongo, plantean la estrategia de ducharse antes y después del coito, y, lean bien, limpiar ¡efusivamente!, con abundante jabón y alcohol, las «áreas implicadas ». El condón destaca como la otra barrera indispensable, ya que, según los hallazgos descritos por un estudio publicado hace un par de meses en la revista Journal of the American Medical Association, el virus del Sars-CoV-2 sobrevive en el semen hasta 30 dí­as.

Sin embargo, si piensan que todo esto queda en el ámbito de las meras propuestas, deberí­an leer las opiniones de los británicos que, desde principios de junio, cuestionan la llamada sex ban  o prohibición sexual del gobierno conservador de Boris Johnson. En realidad, la medida del primer ministro se incluye entre las directrices de comportamiento aprobadas para frenar la propagación del nuevo coronavirus, y consiste en vedar reuniones de dos o más personas que no convivan bajo el mismo techo.

Maliciosamente decodificada, la disposición profiláctica constituye un freno para todo el que pretenda mantener relaciones extramatrimoniales, pues, según declaraciones del secretario de   Vivienda, el objetivo es «asegurarnos de que la gente no pase la noche fuera de su casa », so pena de ser sancionados, en medio de la crisis económica, con una multa de120 libras esterlinas.

Aunque jamás lo consientan en voz alta, a estas horas son muchos los británicos agradecidos por la «correa » legislativa de Johnson, como también suman millones los que en el planeta no pretenden variar ni medio centí­metro de sus rutinas sexuales.

Durmiendo con el enemigo: nunca mejor dicho.

¡No me lo vas a creer!  

Con la autosuficiencia tí­pica del mundo occidental, damos por hecho que las mujeres famélicas, con ojos y cabellos claros, son una suerte de inyección de adrenalina que dispara la libido, incluso, del hombre más santo. En Estocolmo o en Atlanta: grasa cero y claví­culas visibles desde el espacio, y tendrás legiones de adoradores que besarán el suelo por donde caminas.

Sin embargo, desde hace siglos, varias naciones africanas como Burkina Faso, Mali, Argelia, Ní­ger y Mauritania, han transmitido, generación tras generación, el culto a una práctica impensable, dada la crueldad camuflada bajo el aparente interés por un futuro de prosperidad. Desde los cinco años y hasta la adultez temprana, miles de niñas son obligadas a ingerir grandes cantidades de alimentos con la finalidad de que alcancen de 100 a 150 kg de peso en dependencia de la región , pues la obesidad se asocia con la buena salud, la fertilidad y, fundamentalmente, con la riqueza.

Matrimonio infantil en ífrica
(Foto tomada de Internet)

Conocida como leblouh, dicha tradición constituye en realidad una tapadera para el matrimonio infantil. Aunque en proporción inferior que en décadas anteriores, todaví­a subsisten las granjas para engordar las propias familias dejan a sus hijas al cuidado de matronas encargadas de sobrealimentarlas, por lo que pequeñas de entre ocho y diez años podrí­an aumentar hasta 20kg en un par de meses; según dicen, en ese momento sus cuerpos ya estarán listos para que los hombres comiencen a valorarlas como esposas potenciales.

No obstante, rehuyéndole quizás al repudio de las organizaciones protectoras de los derechos femeninos, en la actualidad, las familias más adineradas llevan a sus casas a mujeres a las que se les confí­a la tarea de obligar a comer a las niñas; en las zonas urbanas, donde aparentemente actúan con mayor discreción, las madres adquieren medicamentos que estimulen el apetito de sus hijas, aún bajo el riesgo de provocarles trastornos digestivos y nerviosos de larga data, como gastritis, diabetes, hipertensión arterial y bulimia.

¿Y las delgadas naturales? Asumen su condición fí­sica cuan un infortunio que les deparará una vida de repudio y burla colectiva, pues se les subestima en su condición de jóvenes casaderas y aptas para la maternidad; incluso, las acusan falsamente de padecer enfermedades mortales como cáncer o sida.

Y lo más preocupante de esta situación absurda y grotesca es, precisamente, que las voces contrarias ví­ctimas casi siempre no encuentran eco en leyes legí­timas de respeto y protección a los derechos de la infancia. De hecho, el leblouh ni siquiera se topa con detractores frecuentes entre la población común, así­ que la explotación sexual de niñas pequeñas no clasifica como preocupación para algunos gobiernos africanos.

En Mali y Ní­ger, por ejemplo, el 55 y el 50 por ciento de los casamientos, respectivamente, son producto de uniones forzadas con hombres que les triplican la edad a las «novias »; un crimen disfrazado de cultura y arraigo ancestral, pero crimen más que todo.

Sexo al Derecho

Niños consumidores de pornografí­a en Internet
(Foto tomada de Internet)

El dí­a en que una amiga me contó, espantada, lo que habí­a encontrado entre los archivos de Zapya del tablet de su niño, disimulé el vértigo que me batió las entrañas y se me aposentó, como el peso de 100 ladrillos, en el lado izquierdo del pecho. El hijo, tres meses mayor que el mí­o, tení­a escondidos cuatro gigas de pornografí­a dura que, interrogatorio, lágrimas y amenazas de por medio, confesó haber recibido de los teléfonos y dispositivos móviles de otros amiguitos de su misma edad.

A ellos se los habí­a pasado un hermano mayor, un vecino adolescente, el primo del amigo del tí­o…y mientras las madres confiaban en que se conectaban en red para jugar al Minecraft, ellos despertaban a la sordidez de un mundo impenetrable para cualquier alma que solo ha vivido 11 años. «Acostúmbrate, que los varones no pueden ser tan inocentes », escucho con frecuencia, aunque el asco no disminuya. O sea, que se supone que hemos de normalizar lo impensable con tal de cebarles la hombrí­a y extirparles la inocencia.

¡Y todaví­a creemos que en Cuba, porque no todos tienen acceso permanente a Internet, no suceden esas cosas! Según estadí­sticas de un estudio encabezado por la Universidad de las Islas Baleares, que inició en España y se extendió a varias naciones europeas, en 2018 se determinó que la edad promedio de acceso a la pornografí­a se redujo a los ocho años. Es decir, cuando ni siquiera saben cepillarse bien los dientes, ya cuentan con referentes hiperbolizados de una sexualidad misógina, violenta, falocentrista y machista.

Hastiado, quizás, de silenciar el problema, el gobierno de Nueva Zelanda inició, hace poco más de tres semanas, una campaña de concientización que otras naciones del orbe ya califican como brillante y honesta. Bajo el nombre Keep it real online (Mantenlo real en lí­nea), el proyecto de spots audiovisuales se erige como un programa de alerta para padres, tutores y familias en general, pues la sobreexposición sin vigilancia a los contenidos de Internet constituye un riesgo sistematizado como un efecto inevitable de la modernidad.

Grooming (engatusamiento), pedofilia, exposición a contenidos inapropiados y ciberacoso, constituyen algunas de las nocivas tendencias en una red profunda como pozo sin fondo e insegura, incluso, para los propios adultos. Los videos, de no más de un minuto, concluyen siempre con un único mensaje que, al parecer, las autoridades de Nueva Zelanda pretenden reiterar hasta el cansancio: «Es hora de que hablemos sobre las diferencias que hay entre lo que ves en Internet y cómo son en verdad las relaciones personales ».

En el caso de Cuba, la protección a los menores constituye una de las prioridades refrendadas en cada cuerpo legal, y la severidad de las condenas a quienes incurren en cualquier delito contra su seguridad, bienestar y normal desarrollo, ejemplifican la posición de máxima intransigencia de nuestro gobierno al respecto.

Sin embargo, puertas adentro, son las familias quienes han de proporcionarles una niñez í­ntegra, sin distorsiones; salvaguardias de una inocencia que no tiene por qué rendirse a las peores versiones de un mundo que, inevitablemente, conocerán algún dí­a.  

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