¿No les ha sucedido que despiertan más agotados que antes de irse a dormir? Ahora mismo, la resaca emocional del 2020 es un peso que, confío, se irá aligerando mientras transcurren las primeras jornadas de este año nuevo que, no sé a ustedes, pero a mí me parece más claro y ligero. Y si no lo fuere, ¡qué caramba!, dispongámonos a «entrarle» al 2021 con el coraje de los que empujan por nacer, pues, como los neonatos, tampoco nosotros tenemos idea de lo que aguarda: solo podemos exhalar tan profundo que se nos llenen los pulmones, y bracear con delirio de sobrevivientes.
Hace apenas unas horitas le volteamos la espalda a los 12 meses más infames en la historia personal de millones de seres humanos, y muchos agradecemos, otros lamen sus heridas y, los más, simplemente, se preparan. Para lo que sea que nos reserve el calendario, aunque, ojalá, no se ensañe.
Sexeando inaugura enero con una selección de temas que sabemos les motivará y moverá el suelo, pero, control, people: enlacen las pasiones, que en esta página se disfruta y aprende en dosis idénticas.
Regresaremos en un mes, así que echen a andar desde ya el conteo regresivo. Mientras tanto, cuídense mucho, por favor, y no olviden escribiros al correo de siempre: liena@vanguardia.cu. Hasta entonces les deseo salud, suerte y mucho amor.
Mundosex
Quizás ustedes compartan mi misma percepción, o puede que ni siquiera se hayan percatado, ¡aunque lo dudo!, pero durante todo diciembre las redes sociales —de por sí, terreno contemporáneo de «tiroteos» políticos y del corazón— han aireado, impúdicamente, los trapos sucios sentimentales de los millones que optaron por drenar sus penas frente a un auditorio que ha viralizado la burla como expresión de la cultura digital. En busca de empatía o solidaridad de género, o para declarar, bajo etiquetas variopintas (#solteraperonuncasola, #lomejorestáporvenir, #quelavidafluya) que la relación se fue a bolina pero que continúan más imperturbables que un gnomo de jardín, adolescentes y jóvenes de ambos sexos han abierto las compuertas de su alma para actualizar al mundo sobre su nuevo estatus y, de paso, dejar claro que el/la otro (a) cometió el peor error de su existencia al dejarlos ir.

Llegan, entonces, los comentarios de respaldo que casi casi compiten, en intensidad y hondura, con las frases de consuelo que se le dedicarían a un sentenciado a la horca, la angustia de recibir la información a medias —«OMG : o ¿Qué te sucedió? #llorocontigo»—, y las respuestas reservado/difusas: «Te cuento por inbox». Ese, precisamente, constituye el punto de no retorno en el que la especulación y el maledicente divertimento le ganan la carrera a las muestras sinceras de preocupación. Resulta que a las fotos se les añaden filtros de toda clase para mostrarnos perfectos de dientes hacia afuera, pero la intimidad se exhibe, como un pedazo de carne aún sangrante, sobre la gran tarima del morbo y la insana curiosidad.
«Debemos tener claro que en nuestra vida diaria hay cosas que deben reservarse, hay cosas que deben contarse en un momento adecuado. Además, si expresas demasiado corres el riesgo de equivocarte, de publicar tu vida personal y recibir comentarios que incluso deterioren aún más tu relación, en el caso de que contemos todo lo que nos pasa en pareja. Hay ciertas expresiones que se reservan para espacios íntimos, privados, en pareja. Pero si permitimos la injerencia de otros en nuestros asuntos pueden complicarnos aún más las situaciones que solo competen a dos personas. Debemos aprender a autorregularnos y decirnos, ¿qué tanto estoy dispuesto a contarle al mundo y qué tan saludable es contar mis cosas privadas?», reflexiona el psicólogo clínico Miguel Ángel Úsuga en el artículo Redes sociales, ¿una forma de exteriorizar las penas? O sea, resulta bastante simple detectar que la lógica subyacente bajo el anterior razonamiento tiene que ver con un principio básico de la Física, aplicable a las más diversas y singulares situaciones de la vida: la ley de causa y efecto.
«Expresar abiertamente nuestra vida y nuestras emociones siempre será una violación de nuestra privacidad al ser tergiversada por terceros. Recuerde que desafortunadamente estas redes sociales no son estructuralmente manejadas desde principios éticos, nadie edita la información que en ellas aparece y sabemos que tampoco nadie limita el acceso a la información. […] Expresar cómo nos sentimos o qué queremos para ser escuchados, es valedero siempre y cuando se sepa tener un límite entre los valores propios que están ligados a la libre expresión y al respeto hacia uno mismo y los demás», manifiesta, por otra parte, el psicólogo social Freddy Hernando Cristancho. Es decir, no os asombréis si el efecto rebote de un post de este tipo —escrito conscientemente, por inmadurez, narcisismo o necesidad de afecto— termina desmenuzándoles la autoestima entre las cuchillas de la mofa y las malas intenciones de desconocidos a los que, en la mayoría de las ocasiones, solo han tratado en ese mundo falaz que imaginamos habitar.
He visto a demasiadas buenas personas que, después de redactar los principios del cornudo/abandonado digno y de generar cientos de comentarios de incondicional amistad y hombros dispuestos a sostener al «caído», debieron recoger la atarraya y, con un mensajito tímido —del tipo «Yo quiero intentarlo contigo hasta que nos salga bien»—, anunciar la reconciliación.
Algunos muestran en sus redes, día tras día, las fotos de sus bebés; otros, reflexiones particulares y las imágenes de sus triunfos, viajes y buenos momentos, pero lo que sucede mente y corazón adentro no solo es patrimonio privado, sino riqueza compartida con alguien más que, probablemente, no consentiría nunca que miles de extraños lo lapiden. Se los dejo como consejo de año nuevo.
¡Ah!, y si aún después de leer todo esto persisten en su necesidad de alimentar la siempre insatisfecha hoguera virtual de las banalidades, al menos vayan dejando evidencias sobre cómo marcha el asunto, pues todo buen drama exige un cierre a la altura, y el público siempre pide más.
¡No me lo vas a creer!

Guerra anunciada… Para el 2024, el «calentamiento» global podría ser la causa de la ruptura de miles de parejas, o el leitmotiv para enlazar a millones. Se vaticinan gastos dispendiosos y excesos de toda clase, centros nocturnos en los que no cabría, de pie, ni una aguja, iglesias vacías y euforia por vivir. Tal pronóstico parece elaborado, a propósito, por un entusiasta hedonista que conoce de cerca lo que tantos deseamos, pero en realidad se trata de la nueva teoría sobre los comportamientos sociales posteriores a la pandemia de COVID-19, analizados en el más reciente libro del doctor Nicholas A. Christakis, epidemiólogo de la Universidad de Yale, en Estados Unidos.
El investigador afirma en el texto, titulado Apollo's arrow: the profound and enduring impact of coronavirus on the way we live (La flecha de Apolo: el impacto profundo y duradero del coronavirus en la forma en que vivimos) y presentado el pasado 27 de octubre, que la revancha para superar los trastornos psíquicos que hoy se proyectan contra los hábitos y comportamientos de la población mundial, conllevará a que la humanidad rememore sus famosos y felices años 20 de post pandemia de la fiebre española, cuando la crisis económica y los traumas personales también fueron afrontados a golpe de fiestas, liviandad y mucho sexo.
«Durante las epidemias aumenta la religiosidad, las personas se vuelven más abstenidas, ahorran dinero, se vuelven reacias al riesgo. En 2024, todas esas tendencias pandémicas se revertirán. La gente buscará incansablemente las interacciones sociales. Eso podría incluir libertinaje sexual, gasto liberal y un reverso de la religiosidad», afirmó Christakis en una entrevista publicada el 23 de diciembre en el diario británico The Guardian.
La fecha propuesta por el reconocido epidemiólogo para esta «apertura» de cuerpo y espíritu coincide con la consensuada por la ONU, los líderes políticos y los científicos que encabezan los programas para la creación de candidatos vacunales efectivos; teóricamente, las campañas globales de inmunización y el desarrollo paralelo de nuevas terapias que resulten accesibles, incluso, en las naciones más pobres, solo podrán concretarse como una feliz realidad pasados, al menos, entre tres y cinco años de detectado el primer caso positivo. Sin embargo, Christakis valora como un logro milagroso que en apenas 12 meses se hayan patentado varios fármacos, un hecho sin precedentes en los anales médicos ya que, hasta ahora, las más mortíferas epidemias registradas en siglos de historia debieron pasarse sin tratamientos eficaces.
En tres años mi hijo tendrá 15. Ay, Christakis, ¡me has robado el sosiego!, pero ojalá sea cierto y recuperemos la capacidad de celebrar la vida, y no de temerle.
Sexo al Derecho
El Premio Global a la Enseñanza, también conocido como el Nobel de la Educación, es el reconocimiento anual que otorga The Varkey Foundation para laurear a los docentes del mundo cuya contribución trascienda las aulas y tenga un impacto social sobresaliente. Anunciados los ganadores a principios de diciembre en una ceremonia virtual transmitida desde Londres, el indio Ranjitsinh Disale no podía dar crédito al escuchar su nombre y saberse merecedor no solo de un millón de dólares, sino de una distinción que, además de honrar su labor como maestro, ensalza al ser humano que convirtió su escuela en un arca de Noé y demostró que, aún bajo el estigma de la pobreza, el conocimiento constituye la verdadera clave de la libertad.

Cuando Disale comenzó a impartir clases en la comunidad rural de Paritewadi, a mediados de la primera década del nuevo milenio, le entregaron una escuela derruida, ubicada en un antiguo establo de reses que, con el abandono, se había convertido en un gran vertedero. El joven profesor afrontó, durante semanas, el ausentismo de los alumnos, pues los niños debían ayudar a sus familias a trabajar en las cosechas. A las niñas ni siquiera se les permitía asistir: en edad escolar, e iniciando apenas la pubertad, los padres arreglaban matrimonios con hombres mucho mayores para sacarlas de la casa y evitar la responsabilidad económica de mantenerlas. En aquella escuela huérfana de estudiantes solo aparecían, esporádicamente, algunos aburridos que, casi de inmediato, perdían el interés por las clases debido a que los libros de texto no estaban impresos en su idioma nativo, el kannada.
Para Disale, el desafío de remover la ignorancia arraigada como costra supuso revolucionar su estrategia profesional y, fundamentalmente, ganar aliados que lo apoyasen en su empeño. Tocando puerta por puerta, se reunió con cada familia y los convenció de que el lugar de sus hijos e hijas menores estaba en la escuela, no en los campos y muchísimo menos tras un fogón o afrontando una maternidad riesgosa y traumática. De esa manera aprendió la lengua local, tradujo y rediseñó los libros de texto de cuatro cursos, y los completó con códigos QR que incorporaron audios con poemas, videoconferencias, historias y tareas en kannada que los pequeños podían descargar. Dichos códigos, además, le permitieron desarrollar un sistema personalizado que se adecua a las necesidades educativas individuales de los estudiantes, lo cual limó las brechas de las deficiencias crónicas en su formación.
La escuela de Disale fue el objetivo de un ataque terrorista que los llevó a dispersarse por un tiempo, y la pandemia obligó a cerrarla durante varios meses, pero ningún alumno ha perdido una sola lección. Los varones no son ya peones de campo con la espalda doblada bajo el peso de una obligación que les queda demasiado grande, y ninguna otra niña debió abandonar su hogar para convertirse en la esposa de juguete de algún extraño.
No más trabajo sin remuneración y en condiciones de total desventaja. No más novias de 11 años. De hecho, el matrimonio infantil se proscribió, no en ley, pero sí de la tradición de Paritewadi, lo cual resulta, posiblemente, el cambio estructural más extraordinario que logró gestar Disale, un maestro que quizá no haya oído hablar nunca de Martí, pero que también comprendió que los niños son la esperanza del mundo.