Aquel diciembre Santa Clara fue bomba y metralla cuando unos guerrilleros pintaron de verde la ciudad. Un tren descarriló su ruta y enrumbó la historia hacia un enero de Revolución.
La Loma del Capiro, vigilante, se convirtió en atalaya de la libertad. Los jóvenes barbudos tomaron las arterias hasta latir junto a un pueblo que comenzó a trazar un destino diferente.
Los niños de aquellos años ya peinan canas. Sus casas guardan las historias, atesoran los momentos, tienen grabados los sonidos de la guerra y los gritos de euforia tras la liberación.
Hoy caminan por las mismas calles y llevan a la escuela a su nieto, vestido de uniforme y en la manita, una flor.
Todavía pueden verse las huellas de las balas en algunos edificios. La gente camina, a su ritmo, tranquila por los mismos lugares que un día se volvieron fuego y ardieron en valentía.
Una vez más se sienten disparos en el Parque Vidal. La metralla ensordece a los transeúntes. Diciembre de 2018 y una nueva invasión llega con su fuerza arrasadora.
Los rebeldes se posicionan en lugares estratégicos. Alteran el ritmo cotidiano de las personas.
El paso por el Tren Blindado está cerrado. Otros barbudos entran y los vecinos se asoman a las puertas para verlos.
Estos son más pequeños y tienen la cara pintada en forma de barba. Parece que le han nacido al país cientos de Guevaras. La ciudad rompe su tranquilidad. Santa Clara se hace Fidel. Revolución.
60 años después de aquel diciembre otra vez vuelve el olor a guerra, se siente la batalla.
Ahora son niños quienes toman la ciudad. Dejan a su paso una huella de alegría. Son los nietos de aquel pueblo que luchó por la justicia. Por eso, estos pequeños soldados no llevan armas, disparan amor y en cada mano les florece la esperanza.