¡Arre, Perico!

Un monumento en Santa Clara evoca a un manso burro, Perico, que se convirtió en personaje  popular en la ciudad.

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El burro Perico en su andar por las calles de Santa Clara.
El burro Perico en su andar por las calles de Santa Clara. (Foto: Tomada de Internet)
Ricardo Pérez Artiles*
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11 Julio 2019

Así­ comienzala inscripción de la tarja situada a la entrada de la calzada al estadio Sandino, al lado de una obra elaborada en metal en honor de tan simpático y recordado burrito, querido por todo el pueblo y que camin, durante muchos años, por las calles de su ciudad natal: Santa Clara.

Perico nació en 1914, y junto a su dueño, Bienvenido Pérez (Lea), arrastrando un carretón de botellas ayudó a forjar y sostener a la familia de su propietario; a cambio recibió siempre de ella, amor, afecto, cariño y cuidado.

¡Qué diferencia con otros nobles brutos actuales que ayudan a sus dueños a «engordar » sus profundos y anchos bolsillos sin que se les brinde a cambio un amoroso tratamiento!

En horas tempranas de cada mañana, la enorme puerta de hierro que constituí­a la entrada a la botellerí­a se abrí­a para dar paso a una nueva jornada de trabajo y al jubilado y ya viejo asno.

Las calles de los distintos barrios de la Santa Clara de los años 40 del pasado siglo eran transitadas por el respetado animalito, y, como si siguiera un programa preestablecido, visitaba determinadas casas; con los cascos, el hocico y los rebuznos avisaba de su presencia llamando a las puertas en busca de su pan de cada dí­a y de alguna fruta que fuera de su agrado.

Monumento al burro Perico, en Santa Clara.
Monumento al burro Perico, situado en la avenida que conduce al estadio Augusto César Sandino, en Santa Clara. (Foto: Tomada de Internet)

Eso sí­, solo se presentaba donde lo recibí­an con amor. Si en algún lugar era maltratado por gestos o de palabra, ahí­ no volví­a jamás. Perico, como todo animal noble, era hijo del cariño.

Fue amigo de los niños, por quienes demostraba una deferencia marcada. Los estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza lo buscaban para que apoyara sus huelgas y sus demandas, y le colgabanletreros o carteles alusivos a la cuestión en litigio. Desfilaba todo embadurnado de pintura en los carnavales de la época, y en más de una ocasión se prestó para protestar contra la politiquerí­a y los polí­ticos de turno.

Cada dí­a, cumplido su itinerario de visitas, Perico regresaba al hogar. Allí­ tení­a un abrigo seguro para su viejo cuerpo.

Así­ pasó el tiempo, hasta el 27 de febrero de 1947, cuando la población de la ciudad quedó conmocionada por la noticia de su muerte.

*Ricardo Pérez Artiles fue asiduo colaborador de las publicaciones de la editora Vanguardia.

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