Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
2340
28 Noviembre 2015

Todaví­a conserva aquella dedicatoria del eminente pedagogo Gas­par Jorge Garcí­a Galló en la
que lo incitaba a vencer derroteros y a empinarse en el camino de las aspiraciones. Aún, con 79 años y más de cinco décadas de ejercicio profesional, aquel jovenzuelo acogido a esos sabios consejos hurga en el aprendizaje, no sabe de depresiones, y en más de una ocasión se levanta del sillón para consultar los tomos de la Enciclopedia Uteha que ocupa un sitio preferencial en la sala hogareña.

Juan Virgilio López Palacio.Juan Virgilio López Palacio. (Foto: Cortesí­a del entrevistado)Y es que Juan Virgilio López Palacio resulta de esos hombres vitales, amante de la historia y las tradiciones, sumamente expresivo hasta en su gestualidad, bailador por excelencia, aunque este detalle sorprenda por sus propias caracterí­sticas; devoto de Bola de Nieve y de alguna bebida ocasional, sobre todo en reuniones familiares, pero sin excesos.

El hijo único de una familia muy pobre que desde temprano enfrentó las contingencias de la vida al quedar huérfano de padre, mientras su mamá se dedicaba a las labores de des­pa­lilladora en una tabaquerí­a de la época.

Un muchacho que se propuso ayudar a la familia, gracias a la dedicación de su tí­a Carmen y de aquel claustro de la Escuela Anexa a la Normal de Las Villas que le despertaron la inclinación hacia el magisterio.

Hubiera querido ser médico, lo confiesa; sin embargo, a los 14 años tuvo como profesor a Garcí­a Galló, y fue quien definió su vocación.

Experiencias le sobran para saber cómo corre el magisterio por su anatomí­a, esa que prefiere vestirla con guayabera como signo de cubaní­a, y una persona que declara su fidelidad por dos amores incambiables: Olga Popa Hernández, su esposa, y el mundo de las aulas, los cuadernos y las tizas.

Durante su vida profesional le ha concedido especial relevancia a la maestrí­a pedagógica. ¿Cómo valora el universo educacional desde este punto de vista?

En ningún momento está marcada por la acumulación de años de servicio. Resulta un propósito alcanzable encaminado hacia la excelencia, pero no todos la logran. La maestrí­a se acompaña del elemento cientí­fico, de la ética pedagógica y del tacto pedagógico. Admite la perfección mediante el trabajo metodológico derivado de la inteligencia colectiva en busca de mejores resultados en la docencia, pues no existen libros ni otro tipo de herramientas que sustituyan ese trabajo.

En una de sus investigaciones, usted ha dicho que existen aún profesores universitarios que subvaloran la necesidad de conocer el «cómo » a la hora de transmitir sus conocimientos y descuidan la mejor forma de enseñar su ciencia. ¿Solo su ciencia o también deben nutrirse del mundo contemporáneo?

La maestrí­a pedagógica no admite visiones unilaterales. Exige traspasar fronteras y dominar los múltiples senderos de la vida. Es adentrarse en aquellas ciencias relacionadas con el proceso educativo. En el caso de la pedagogí­a hay que ser, además, sociólogo, sicólogo, amante de la literatura, pretender la formación de un hombre culto donde el qué y el cómo busquen y encuentren su verdadera fusión.

¿Es de los que conciben a un profesor limitado a los marcos del aula?

Resulta inadmisible. Soy de quienes piensan que el hábito sí­ hace al monje. Un maestro no puede estar desvinculado de las bibliotecas, de lo que expone la prensa a diario, de las novedades televisivas, de lo que pasa en Cuba y en El Cairo... Conozco profesores que no leen nada y comienzan los pretextos... No recibo el periódico, no vi la televisión, no escuché la radio, pero tampoco son capaces de buscar.

En el mundo universitario existen docentes partidarios de exámenes con libros abiertos y de otros tipos de licencia...

Yo parto de una realidad. A quienes tiene que interesarles mucho el aprendizaje es a los que están en formación, sin obviar las responsabilidades del maestro, porque recae sobre nuestras espaldas guiar a los edu­candos en el arte de cómo estudiar cada asignatura.

«No desapruebo los métodos, y cada quien los tiene. Ahora bien, el examen a libro abierto impide la posibilidad de encontrar la respuesta siempre que exista un profesor que se respete. En estos casos el docente tiene que pensar cuidadosamente lo que va a preguntar, y recuerdo a la gran Gabriela Mistral cuando expresó: “Nada más triste que el que la alumna compruebe que su clase equivale a su texto”.

«Tampoco soy de los que exigen justificaciones ante inasistencias a clases. El interés del alumnado en ir a la búsqueda de los conocimientos es vital, y aquellos que no concurrieron perdieron las nociones de ese dí­a ».

¿Y el estudio exclusivo por notas de clases?

Somos nosotros los que tenemos que incidir para cambiar dicho hábito. Están los libros de texto, las publicaciones diarias y aquellos artí­culos con basamentos cientí­ficos que ofrecen mayor dimensión.

«Dar clases no es solamente informar. Implica comunicarse y lograr una verdadera interrelación.

«Alguien me preguntó si los alumnos podí­an estudiar por notas de clases. Yo respondí­ que sí­, y ella quedó un poco sorprendida.

«Después inquirió por los libros u otras modalidades, y con toda intención le comenté: “Yo simplemente respondí­ a su pregunta, pero si usted me hubiera cuestionado que si los alumnos debí­an estudiar SOLO por notas de clases, evidentemente la respuesta serí­a otra” ».

Hay maestrí­as y «eminentes » doctorados que se han hecho a base de corta y pega o de la copia textual de otros documentos...

Inaudito, pero cierto. Maestrí­as y doctorados no implican acumulación de conocimientos. No solo mediante el uso de la tecnologí­a se hace a un magistrado, y qué decir cuando los mecanismos resultan fraudulentos, ¿a quién se engaña? Vale aclarar que no todo lo que aparece en las enciclopedias e investigaciones situadas en la red de redes, y que muchas veces se copian de manera textual, presentan un enfoque verí­dico de la realidad.

En oportunidades encontramos profesores que se apoyan excesivamente en los criterios y fundamentos académicos. ¿Acaso no están permitidas las flexibili­zaciones?

La pedagogí­a es una ciencia para aplicar. De nada vale que recites o exijas principios y métodos didácticos, si eso no se combina con otros elementos dentro del placer de educar.

«No podemos apartarnos de la academia, pero hay que ser flexibles porque la propia vida es dialéctica. Nada motiva lo inflexible en un profesor ante elementos que se presentan, ante las nuevas aristas que encontramos a diario ».

¿Y qué decir de las faltas de ortografí­a?

Existe un epistolario magní­fico entre Emilio Ballagas y Pepilla Vidaurreta con un pasaje en que Emilio le dice: «Ahora voy a calificar a los alumnos, y a encontrarme con las faltas de ortografí­a ». Era 1934... Imagí­nate, un problema que se arrastra; por suerte hay medidas de rigor. No soy tan partidario de esa exquisitez de redacción, que si debe ponerse punto y coma en vez de coma, pero el cambio de letras resulta inadmisible, y en esto hay que trabajar mucho.

«De la primaria a la secundaria el alumno va perdiendo en su grafí­a, pasa por el pre, y cuando llega a la universidad... Además, las nuevas tec­nologí­as con sus correctores automáticos, la eliminación del dictado, así­ como el poco hábito por la lectura influyen de manera negativa, y constituye una labor impos­ter­gable de todos los docentes ».

Juan Virgilio López Palacio y Frei Betto.Juan Virgilio López Palacio junto al teólogo brasileño Frei Betto. (Foto: Cortesí­a del entrevistado)

Sin embargo, hay quienes buscan refugio y se justifican en expresiones de Garcí­a Márquez...

Es cierto que una vez pidió en Zacatecas que no se tuviera en cuenta la ortografí­a. Ese fue Garcí­a Márquez, pero nosotros no tenemos a ninguno. Además, el Gabo no publicaba nada en aquella columna de Juventud Rebelde si no se lo revisaba íngel Augier, convertido, prácticamente, en su corrector.

Dentro de sus recuerdos universitarios, ¿cuáles evoca del Che, también Honoris Causa de la Universidad Central de Las Villas?

Su investidura ocurrió el 28 de diciembre de 1959, y le correspondió a la Escuela de Pedagogí­a hacer la solicitud al Consejo Universitario para otorgarle el tí­tulo. Yo formé parte de esa comisión como delegado del cuarto año.

«El Che entró al teatro, y allí­ estaban los profesores que ya habí­an participado en las anteriores ceremonias correspondientes a Fernando Ortiz, Ramiro Guerra y Medardo Vitier. Se usó por primera vez la toga y el birrete por parte de todo el profesorado, que era poco, aunque él no se los puso.

«Guevara pronunció palabras que aún faltan por aplicar. Fue mucho más que solicitar que la universidad se pintara de negros y de mulatos...

«Su última visita a la Universidad estuvo vinculada con la apertura del curso 1962-63. Él decí­a que la vocación habí­a que ayudarla a formar, y a la vez dirigirla porque no era espontánea ».

Causas y honores

Juan Virgilio López Palacio es un hombre con dos doctorados e innumerables distinciones y reconocimientos. De los grandes profesores que ratifican el ví­nculo de la maestrí­a pedagógica con el lenguaje. Está consciente de que existe una forma culta y otra popular, mas el maestro siempre tiene que practicar en su clase la culta, aunque en casa o en un ámbito familiar tenga expresiones de la lengua popular, porque el docente tiene que ser, ante todo, ejemplo.

¿Hasta qué punto Juan Virgilio López Palacio ha aprendido de sus alumnos? ¿Recuerda alguna anécdota?

Siempre asimilo de ellos. Era maestro primario en Caibarién y, a la vez, profesor de la Universidad. Imagí­nate desde cuándo estoy en continuo aprendizaje.

«Trabajé en Cienfuegos, fui docente de tecnólogos azucareros..., y recuerdo un estudiante que me hizo perder la paciencia. Al final de la clase lo llamé en privado, cerré la puerta del aula e inicié mis observaciones. Aquel muchacho comenzó a llorar, pues, a veces, las conductas se deben a situaciones externas... Esperé a que se recuperara, y cuando abrí­ la puerta el resto del alumnado estaba a la expectativa, pero todo quedó como si hubiese sido una consulta en torno a la asignatura ».

En la década de los 90 llegar hasta la Universidad constituí­a una agoní­a por la situación del transporte. ¿Pensó que era el momento de la jubilación?

No. Hubiera podido retirarme hace dos años, y contratarme, pero el problema no es recibir más dinero, sino seguir siendo útil.

«No tengo métodos ni recetas. Leo mucho, ejercito la mente, guardo y clasifico todo lo que me resulta de interés. Veo televisión, y mientras sigo la lectura corrijo a la vez el lenguaje de lo escrito, y nunca me separo de la arista pedagógica para poder ejemplificar.

«Busco el mal uso de los gerundios en la prensa cotidiana. No trato de memorizar. Y sí­ reviso con los nietos los álbumes de fotografí­as. Incluso, mis cuadernos de la práctica en la Normal ».

¿Ser Honoris Causa le ha llegado en un momento tardí­o? En el instante de la investidura, ¿en quiénes pensó?

Ha llegado en su justo momento, y no faltaron mis recuerdos para mi madre, para los maestros que me formaron, para Garcí­a Galló. Por supuesto, que especial escaño para Olga, nuestros hijos, nietos y el resto de la familia.

«Tengo la satisfacción de recibirlo en medio de la integración de la Universidad con el resto de los centros de educación superior, porque en todos está mi huella personal con sus profesores y mis compañeros de trabajo ».

¿Considera Juan Virgilio López Palacio que a partir de ahora es ya esa personalidad que ha alcanzado su defendida maestrí­a pedagógica?

Las cimas pueden derrumbarse, y no las conozco, aunque existen metas y aspiramos a escalar más. Serí­a deshonesto de mi parte decir que no he alcanzado esa maestrí­a, porque he tratado de aplicarla y enseñarla a cada uno de los estudiantes, como un cómplice de la virtud que transita por la vida.

Información relacionada:

Investido primer catedrático de la Universidad Central con tí­tulo Honoris Causa

 

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