La meteoróloga que «cazó » a Lili

Marta Viota Coll repasa sus cuatro décadas en el mundo de la Meteorologí­a. Una ciencia que aún la cautiva a pesar de estar jubilada.

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La sagüera Marta Viota Coll
La sagüera Marta Viota Coll está considerada una de las meteorólogas más respetables de Villa Clara y de Cuba, a pesar de estar ya jubilada. (Foto: Ramón Barreras).
Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
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24 Abril 2017

Las tardes sagí¼eras la contemplan sentada en la acera de su casa deleitándose con el incurable hábito de lectura. Ella no oculta la virtud de aprender más cada dí­a, y a manera de pequeño receso Marta Viota Coll mira al cielo y repasa las nubes, esas que le emiten señales y a la vez advierten.

Como excelente meteoróloga, reconocida en el paí­s, constituyen una variable importante porque todas las que aparecen en la bóveda celeste poseen un significado, mas siente respeto por aquellas que, aparentemente, son lindas, blancas y que hacen una especie de yunque en las alturas.

«Esas resultan peligrosas. Provocan tormentas y relámpagos de nube a nube y de nube a tierra para acabar con nosotros... Cada variedad tiene sus caracterí­sticas y niveles diferentes. Unas avanzan vertiginosamente, otras están como detenidas…En múltiples ocasiones ofrecen los vaticinios de precipitaciones e incluso por la dirección de la nube y el viento ubicas la posición de un ciclón ».

Cómo empezó su pasión por la Meteorologí­a ¿soñaba con ella?

No sabí­a lo que era. Me gustaba la Matemática, el álgebra… pero un llamado de Fidel, una vez pasado el ciclón Flora (octubre de 1963) me hizo inclinarme a esa ciencia interdisciplinaria que estudia el estado del tiempo, el medio atmosférico, los fenómenos producidos y las leyes que lo rigen.

«Escuché la convocatoria por la radio nacional. Después asistí­ a la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas donde me hicieron una pequeña comprobación de materias generales. Ante todo fui sincera y dije que no sabí­a nada de Meteorologí­a. Luego de aquel examen quedaron de avisarme a casa ».

Y el veredicto ¿demoró en llegar?

No llegó a un mes en que me comunicaron la selección. Fuimos para La Habana a pasar un curso emergente. Viví­ en la parte alta del Capitolio Nacional, mientras que en sus hemiciclos recibí­amos las clases. A mí­ me tocó el «Camilo Cienfuegos », y allí­ nos hicimos observadores meteorológicos junto a un grupo representativo de todo el paí­s.

Sin embargo esta teorí­a fue complementada rápidamente con la práctica…

En ese tiempo pasó un ciclón. En el caso particular marchamos hacia Pinar del Rí­o con otros compañeros. Estuvimos tres dí­as hasta que retornamos al curso con duración de ocho meses.

Pendiente de cada detalle en los tiempos que desarrollaba su trabajo en la Estación Meteorológica 338. (Fotocopia: Ramón Barreras).

¿Cuándo puede hablarse de la primera estación meteorológica en la Villa del Undoso?

Se fundó el 5 de abril de 1965, Ahí­ tuve mi primera experiencia laboral. Nos ubicaron en la secundaria básica Máximo Gómez en un aula espaciosa donde pasamos 11 años apoyados con una tecnologí­a muy rudimentaria. Comenzamos de la nada. Éramos tres compañeros que, lamentablemente, algunos ya no están, y trasmití­amos la información a Cienfuegos pero en telegrafí­a.

«Las operaciones habí­a que realizarlas a mano, solo contábamos con una pequeña calculadora para llevar de grados Fahrenheit a centí­grados según las normas de la época ».

¿A partir de qué momento constata ciertos avances en la ciencia?

Las primeras luces llegaron con el Proyecto Cuba 7 que posibilitó la creación de la Estación Meteorológica 338, perteneciente a la Academia de Ciencias de Cuba, en el km 4 de la carretera hacia Uvero. Creo fue en 1976 para luego convertirnos en Estación Agrometeorológica al venir cerca la Estación Experimental de la Caña con una labor muy compenetrada.

Pudiéramos decir que se convirtió en una especie de joya para Marta Viota. Recuerdo que las paredes tení­an una especie de plantilla a fin de que nadie pusiera las manos en la pared…

Siempre he sido una persona quisquillosa. Me gustaba tener la instalación limpia, con murales actualizados, y si pintábamos era para que los visitantes se sintieran bien y apreciaran la cultura del detalle. Yo era atrevida, y desde allí­ se hací­an muchos actos e invitaba a numerosas personalidades, incluso de otras provincias.

«La Estación era de intercambio regional, lo que abrí­a las puertas a lo foráneo porque era pilotada en otros paí­ses y requerí­a de una puntualidad absoluta en todo ».

Desde el punto de vista de la comunicación ¿se apreciaba el color de las rosas?

Nada de eso. Tiempos muy complejos. Eran las tres provincias centrales, y hubo un perí­odo en que las oficinas se encontraban en Cienfuegos hasta que pasaron a Santa Clara.

«Tení­amos una planta de radio y nos comunicábamos con la provincia para que desde allí­ se enviara la observación a La Habana. Ni soñar entonces con las tecnologí­as de la información, ni correo electrónico, ni otra modalidad.

«Era un sufrimiento. Si fallabas en algo ya no entrabas en el rango de Vanguardia Nacional. Habí­a que tener precisión y nos medí­an un abanico de aspectos. A ello se uní­a la fuerza de la emulación en el trabajo sindical por aquellos tiempos a nivel de redes, de provincias y en el ámbito nacional ».

Entre el instrumental presente en una Estación Meteorológica Ud. prefiere el heliógrafo ¿Por qué?

Mide la duración solar, su intensidad y registra los trazos. Recuerdo que hice una innovación sobre las cartas heliográficas ante la carencia de las plantillas originales. Por ello estudié qué tipo de papel y cartón eran los más adecuados y se resolvieron los contratiempos.

En su vida profesional existen dos momentos cumbres: la Tormenta del Siglo, en marzo de 1993, con vientos de 152 km/h en Sagua la Grande, y el huracán Lili en 1996…

Prefiero detenerme en este último. La temporada ciclónica de ese año fue muy activa en cuanto a huracanes formados en el Atlántico. Lili traí­a, aparentemente, el suave nombre de una mujer. Era el octavo ciclón de la temporada, y pasó por Sagua en la madrugada del 17 al 18 de octubre de 1996.

«Sus estragos resultaron cuantiosos en viviendas en mal estado, pero también en la agricultura, la industria, la ganaderí­a, así­ como en el poblado de Isabela… El rí­o se desbordó por los 250 milí­metros de agua caí­dos en 24 horas…

¿Y es cierto que mientras se daban informes del alejamiento del fenómeno Ud. y su equipo se percataron de que lo tení­an encima?

En aquellos momentos quitaban la corriente. Si no tení­as un radio de pilas carecí­as de información, pero nos auxiliamos de la planta eléctrica. El tiempo comenzó a deteriorarse, y reconozco que el panorama no me gustaba. De buenas a primera se dijo que habí­a salido de la provincia.

Realmente ¿qué pasó?

Este chaleco la acompañaba a los eventos y actividades a la que asistí­a. Ahora constituye la prenda que acoge gran parte de sus medallas y distinciones. (Foto: Ramón Barreras).

Nuestro equipo estaba muy pendiente del microbarógrafo y del barógrafo. Veí­a que la presión bajaba en forma de V y también la presión atmosférica. Cada vez el descenso era mayor y ello resulta contradictorio ante un ciclón que se aleja. Me llamó Marino Rodrí­guez González, el guí­a de puerto de Isabela y no se me olvida que le dije: La V sigue para abajo, y estamos en peligro total.

«No perdimos tiempo y de inmediato me comuniqué con el Puesto de Mando municipal y doy la alerta. Expliqué que de acuerdo con la experiencia laboral lo tení­amos arriba. Era impresionante. Se sentí­an vientos máximos de 108 Km/h, y la presión bajó a 982,4 hectopascal, y más de 700 milí­metros de lluvia.

«Las condiciones del tiempo se deterioraron al máximo, mucha lluvia y sin fluido eléctrico. El fenómeno nos volvió locos a todos. Me pusieron la cazadora de Lili, pero tení­amos a otros meteorólogos de primera lí­nea en Santa Clara. Mis ojos presenciaron a Lili y mi equipo trabajó maravillosamente, a pesar de que el viento soplaba por todos los lugares ».

¿Se siente la causante de desenmascarar a Lili?

Hice lo que tení­a que hacer apoyada en un excelente colectivo. La satisfacción mayor fue que al final pudo adoptarse un grupo de medidas que impidieron afectaciones mayores

¿Está previsto el error meteorológico?

Todos podemos equivocarnos, pero hay que evitarlo al máximo. Hasta las estaciones automatizadas experimentan, en ocasiones, sus deslices.

Luego de cuatro décadas de trabajo decidió jubilarse ¿por qué lo hizo?

  No me sentí­a bien de salud. La presión arterial alta, una cardiopatí­a que asomó, y ya la responsabilidad se incrementaba. Por otra parte la Estación quedaba lejos. Iba para allá a las 5.00 de la mañana en bicicleta, incluso hasta los domingos.

¿Cuál es su reacción cuando escucha hablar del Instituto de «Mentirologí­a »?

Una roña inmensa. Nuestros expertos son muy buenos y los admiro. No admito ese término ni en juego porque en La Habana, en Villa Clara y en cualquier parte del paí­s existe un personal de excelencia, ante un mundo de pronósticos que admite la variabilidad.

¿El colmo de un meteorólogo?

No ver el parte meteorológico.

¿Decepciones?

Sí­ las tengo. Excepto mis compañeros de Estación los demás no se acuerdan de mí­ y eso es triste. Fui 10 años Vanguardia Nacional. Entonces, los 40 años de mi vida que le di a la profesión ¿dónde quedaron?

Si le pido a una mujer cargada de distinciones, reconocimientos y medallas que me ofrezca su retrato en blanco y negro ¿cómo lo harí­a?

Tengo muchos defectos: Muy peleona, nada me acoteja, me gusta la exquisitez, y sufro porque no todos somos así­. Por demás quiero mucho a mi familia y amo de verdad las cosas que me inspiran. Soy sagí¼era de pura cepa y defiendo a mi terruño, así­ como la belleza de mis plantas diseminadas por todo el pasillo.

¿Y la familia?

Lo es todo, mis hijos, mi sobrino Alberto Machado Viota que siguió el camino de la Meteorologí­a en la Estación 338 ubicada desde 2004 en la carretera hacia Quemado de Gí¼ines, y también tengo una hermana, Juana del Carmen Viota, que estuvo un tiempo vinculada a la propia rama, y así­ cada uno del resto de los componentes familiares me llenan de felicidad.

En una entrevista que le realicé en 1998 le preguntaba cuál serí­a un anhelo en su vida y respondí­a que tener un nieto o una nieta. A casi 20 años después ¿cumplió su aspiración?

Al fin. Ya tengo una nieta de 16 años que ayudo en sus estudios, y me siento una educadora sin ser maestra.

Antes del punto final ¿qué es para usted la Meteorologí­a?

La vida. Va conmigo y es parte de mi familia. Una ciencia sorprendente en la que cada dí­a conoces más. Lamento estar jubilada y no emplear el avance tecnológico que cuenta hoy. Fidel tení­a una visión larga, y después que entras a este mundo te llena tanto que resulta imposible salir. Me gustaba investigar, estudiar mucho, y participaba en los numerosos eventos programados. Gracias a ellos conocí­ muchos lugares de mi Cuba.

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