De nuevo la Plaza Ernesto Che Guevara convocó al primer día de mayo, y desde su pedestal el Guerrillero observaba a hombres y mujeres inspirados y comprometidos.
Más aún cuando Santa Clara está envuelta en conmemoraciones por los 50 años de su caída en combate en tierras bolivianas y las dos décadas del retorno a esta ciudad que le debe buena parte de su historia.
Así desfiló la gente de una urbe en el primer mayo en que los trabajadores multiplican a Fidel y prosiguen la cabalgata junto a su líder de siempre.
Nada mejor para iniciarla que un bloque de 10 mil jóvenes como representantes del futuro y designados para llevar las banderas de la continuidad histórica.
Después se sumó la columna del pueblo agrupado en sus sindicatos. Protagonistas de la fábrica, el taller, la escuela, la campiña o el hospital, a fin de reafirmar que la hora de los hornos llama siempre a los nuevos combates.
Y entre la mezcla de tantas edades estaban los niños como la esperanza del mundo.
Unos cargados en los hombros de sus padres, otros imitando el paso de los adultos por la ancha avenida, y algunos en sus coches ajenos a lo que ocurría.
En manos de quienes desfilaron estaban las efigies de Raúl, de Lázaro Peña como capitán de la clase obrera, de Jesús Menéndez, de Bolívar y de Martí, ese maestro inigualable, único e irrepetible.
A la cita concurrieron también los combatientes de todas las épocas, los internacionalistas que no conocen fronteras, ni sacrificios personales, para entregar talento y corazón a los miles del mundo necesitados de buenas acciones.
Dos horas justas en medio de una fiesta compartida y abierta a las evocaciones, hacia un sur gigante impregnado por el legado chavista que se ve amenazado por los aires turbios de la derecha.
Junto a todos, las delegaciones extranjeras que siempre comparten la alegría de este primer día de mayo desde el centro de Cuba, en una ciudad a la que no le importó que un sol mañanero se escondiera por instantes porque Santa Clara brilló con la luz de sus trabajadores y familiares a su paso por la Plaza.
Poco a poco el sitio retornó a su silencio, y desde el alto del pedestal el Che y su Destacamento confiaron más en su pueblo, en esos humanos plenos de derechos que mostraron las proezas de una Patria digna.