Dos historias, dos épocas, dos ejemplos

Alejandro, fue beneficiado con la Primera Ley de Reforma Agraria. Noel Rolando, con solo 30 años, pasó de ser campeón centroamericano de esgrima a campesino.

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Campesinos Alejandro y Noel.
Alejandro y Noel. (Fotos del autor)
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
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10 Mayo 2017

El 17 de mayo de 1959 Fidel Castro firmó en La Plata, Sierra Maestra, la Primera Ley de Reforma Agraria. La medida más radical de la Revolución en su primera etapa (1959-1961) y que, como afirmara el propio Fidel, constituirí­a «(…) uno de los acontecimientos más trascendentales en la vida de Cuba ».

A partir de la entrega del primer tí­tulo de propiedad fueron beneficiadas de manera directa más de 200 000 familias campesinas, que representaron alrededor de un millón de cubanos.

Uno de esos hombres de campo que disfrutó del beneficio de la Reforma Agraria fue Alejandro Pérez Bonachea, entonces un joven de apenas 18 años, hoy un curtido veterano de 76, quien recibiera la propiedad de la tierra por intermedio de su padre.

De Juan sin nada a Juan con todo

Alejandro con el contrato de subarrendamiento de su padre, fechado en 1946. (Foto del autor).

Alejandro es un hombre fuerte. Todaví­a labora en el campo y aprovecha el mediodí­a para  la clásica siesta. Descansando en su casa, nos lo encontramos la semana pasada.

Recuperado de la sorpresa, y acompañado de Olga Curbelo, su compañera de toda una vida, con 52 años de matrimonio, Alejandro salió al portal de atrás de la casa. Recostado en el clásico taburete, accedió a contarnos de aquellos años antes de 1959, cuando sobraba la miseria y vio morir a dos de sus hermanos menores por enfermedades hoy curables.

«Soy natural de Yaguajay, pero toda mi vida he vivido acá en la zona de Carrillo. Mi papá, Alejandro Pérez Herrera, era un campesino bien pobre y tení­a que atender una familia de 15 hijos.

«Viví­amos y trabajábamos en una pequeña finquita llamada La Julia. Mis hermanos mayores salí­an a “guapear” por ahí­ para subsistir, pues no habí­a trabajo. Yo casi ni pude ir a la escuela. Las primeras letras las aprendí­ con un tí­o mí­o que por el mediodí­a, más o menos entre las 11 y las 2 de la tarde, me enseñaba algo.

Al ser interrogado sobre la propiedad de la tierra, Alejandro se quita el sombrero, rasca la cabeza, y afirma: «No éramos dueños de ella, ni nada parecido. La trabajábamos duro, pero el dueño era otro. Nos hicimos propietarios con la Ley de Reforma Agraria ».

La esposa, atenta a la conversación, entra a la casa y trae, entre muchos diplomas y reconocimientos, un documento de inestimable valor: un contrato del año 1946, probatorio de la condición de subarrendatario de su difunto suegro.

Parte del contrato de subarrendamiento, con algunas de las cláusulas impuestas. (Fotocopia del autor).

Alejandro lo mira y continúa su relato: «Imagí­nate, aquí­ lo dice todo. Fue lo más que logró el viejo, ser subarrendatario de un pedacito de tierra de media caballerí­a. Pagó 34 pesos por ella, toda una fortuna entonces para los pobres ».

Mediante dicho documento, el subarrendatario Alejandro Pérez Herrera, se comprometí­a a: «(…) cuidar del terreno que se le subarrienda con la diligencia debida; sin hacerlo desmejorar en forma alguna (…) », y se fijaba como fecha de vencimiento del contrato el 31 de agosto de 1954.

Pero, como dice la canción de Carlos Puebla, llegó el Comandante y mandó a parar. Alejandro y su familia recibieron el tí­tulo de propietarios y comenzó una vida totalmente diferente para ellos.

«El viejo se puso muy contento, se sentí­a muy revolucionario y comprometido. Ya con el tí­tulo de propiedad nos mudamos para donde hoy vivimos, pues allá no habí­a muchas condiciones. Y he trabajado la tierra de manera ininterrumpida, hasta los dí­as de hoy ».

La esposa intercede para realzar las cualidades de Alejandro. Este sonrí­e y afirma: «Como campesino, me comprometí­ conmigo mismo a aportar el máximo de mi esfuerzo y ser lo más honesto y honrado que pueda ser una persona.

El matrimonio de Alejandro y Olga muestran la felicidad de ser dueños de la tierra. (Foto del autor).

«Hice 51 cosechas de tabaco. El año pasado entregué al Estado más de 28 quintales de frijoles, más de 100 de yuca, además de leche y vegetales. Soy un hombre feliz, con tres hijos ya adultos: Alejandro, técnico medio; Osmany, ingeniero en Telecomunicaciones, e Idalis, la hembra, trabaja como enfermera en el Hospital de Remedios ».

Al término del diálogo surge la pregunta relacionada con el fallecimiento de Fidel. Al matrimonio se le aguan los ojos. Olga habla por ambos: «La muerte de Fidel la sentimos igual que la de un familiar cercano. Supo cumplir nuestros sueños y nos hizo personas de bien ».

De campeón  de espada a cortador de tabaco

Noel Rolando en la casa de curar tabaco,propiedad familiar. (Foto del autor)

La historia de Noel Rolando Bení­tez Fernández podrí­a ser única en Cuba. No por ser graduado universitario y expresarse y comportase como tal, pues esos ejemplos abundan en nuestros campos. Ni por ser un joven de 30 años que trabaja de sol a sol, arrancándole con su sudor los mejores frutos a la tierra de su padre, allá en la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Rodolfo León Perlacia, de la zona de Tahón, en Zulueta.

No. La historia de Noel Rolando es sui géneris porque resulta el primer campeón centroamericano de espada que, después de una carrera destacada en el arte de la esgrima, haya regresado al campo, a sus orí­genes, para cambiar el arma de combate por la cuchilla curva del cortador de tabaco.

Este joven remediano tuvo una carrera deportiva meteórica y brillante, que le llevó a ganar varios campeonatos nacionales, ser campeón Centroamericano de Espada en Cartagena de Indias, Colombia, y alcanzar un meritorio noveno lugar por equipos en los Juegos Mundiales Juveniles de Torino, Italia, en el año 2006.

Y si su espada se paseó vencedora por varios escenarios internacionales, ahora su cuchilla le hace destacarse como uno de los buenos cortadores de tabaco en el territorio. Y por obra suya y de su padre, Pablo Miguel Bení­tez Bravo, la finca de dos caballerí­as se ha convertido en un reservorio de riquezas y diversidad de productos, distinguida, además como la Finca Polí­gono de Suelo, del municipio Remedios.

Noel Rolando no le tiene miedo al trabajo y le encanta el campo. Por eso, al lesionarse gravemente en uno de sus meniscos e impedido de continuar en el deporte activo, no dudó ni un minuto en regresar a las labores agrí­colas y consagrase a ellas:

«Al saber del fin de mi vida deportiva vine para acá, para dedicarme a lo que más deseaba en esos momentos: ayudar a mi papá en la finca, y estar en este campo de batalla, para mí­, desde entonces, el primero de todos.

«Tení­a el reto de ser tan bueno como en la esgrima, o al menos intentarlo. Por eso, sabiendo que la tierra depende de los hombres que la cultivan, me propuse trabajar con mucho empeño para alcanzar buenos resultados y, entre mi papá y yo, pienso lo estamos logrando”.

Mientras hablamos con Noel Rolando vamos hacia una casa de curar tabaco. Por el camino supimos que fueron dos experimentados campesinos de Placetas quienes le enseñaron el arte de cortar la hoja.

Noel Rolando, en el extremo derecho, con el equipo nacional juvenil de espada. (Foto: Cortesí­a del entrevistado).

«Me gusta saber de todo y no depender de nadie. Así­ que aprendí­ a deshijar, a desbotonar y a cortar tabaco, una de las cosas más difí­ciles. Poco a poco me fui adiestrando en el corte, primero medio asustado y temeroso, hasta llegar a los más de 40 cujes en una jornada, aproximadamente, desde las 7 de la mañana hasta las 2 y 30 de la tarde ».

Para provocar a Noel Rolando vino la pregunta sobre qué le gustaba más, si la esgrima o el trabajo en el campo. Sonrió, y respondió: «El amor por la esgrima siempre te queda, fueron muchos años de sacrificio. Quien no haya estado en un deporte, y más de alto rendimiento, no sabe el esfuerzo que lleva, las privaciones lejos de la familia, el no poder tomar, el no ir a fiestas; en fin, cohibirse de miles de cosas. Y aunque la espada y la cuchilla de cortar tabaco no se parecen mucho, ambas me gustan, y con las dos me siento útil a la sociedad, lo más importante para mí­ ».

Con una excelente cosecha de tabaco acopiado, y los altos precios que pagan el Estado, Noel Rolando, su papá, y la familia tienen asegurado un buen dinero. Interrogado sobre qué significa para él tener esas altas sumas en el bolsillo, respondió:

«El dinero ganado de manera honrada, con tu sudor, te hace dormir con la cabeza tranquila. No tienes problema de ningún tipo y te acuestas cada dí­a sin preocupaciones. Nadie va a venir a reclamarte por su procedencia, sea mucho o poco el que tengas ».

¿Y si Noel Rolando tuviera que dar un consejo a los demás jóvenes?

«A quienes deseen sumarse al trabajo en el campo, les digo que no tengan miedo. Si les salió mal un año, prueben al otro y si de nuevo les sale mal, persistan, echen pa'lante. Nunca desanimarse. Mi vida deportiva fue una parte, llegó a su fin, pero subsiste la alegrí­a del trabajo en el campo, acá junto a mi papá y a Bernardo, el presidente de la cooperativa, quien también nos ha ayudado mucho ».

Dos historias. Dos épocas. Dos ejemplos. Tanto el veterano Alejandro Pérez como el joven Noel Rolando, apoyados por sus respectivas familias, evidencian las bondades y las fortalezas del campesinado villaclareño.

Por suerte, no son los únicos, como ellos, hay muchos más.

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