Roland
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30 Agosto 2013

Si necesitamos salir a la calle por gestiones que no pueden esperar, estoy convencido de que nos enfrentaremos a la rabieta del calor. No se puede ir a la contraria de la naturaleza, y mucho menos cambiarla a nuestro gusto. Este verano que ya despedimos es el que nos tocó, pero siempre hay un chance de aprovechar lo que queda.

A la familia de los González le ha venido de maravilla el lema de este año, y llevan dí­as con los preparativos para una semanita en una base de campismo. En la sala de la casa están las dos mochilas del matrimonio, un ventilador, dos termos, chancletas, toallas, un radio de baterí­a y par de colchas por si hace frí­o, porque nadie sabe lo que puede pasar con eso del cambio climático.

Al hijo lo tienen de guardia vigilando la guagua escolar, porque los vecinos esperan que llegue por la madrugada. A esa hora ya hay numeroso grupo de campistas con sus bultos, tarecos y artilugios de todo tipo que semejan un safari africano o una trepada al Himalaya.

Al rato se aparece la guagua, la molotera se amontona en la puerta y cada cual puja por entrar a la Girón en busca de los calurosos asientos ortopédicos.

El chofer, sentado en la acera y con un tabaco de medio lado en la boca, contempla la escena, mientras el hijo de la familia González mete la perreta porque quiere ir sentado al lado del chofer.

El primer problema de la familia es que son muy gordos, y para colar a los tres en la guagua hay que empujarlos por sus adiposas partes: primero las cabezas, luego los mofletudos brazos y después nalga por nalga. Al final, caen todos de pie en la parte trasera encima de los bultos de los demás, y al arrancar la Girón ahí­ mismo dice el sudor: Aquí­ estoy yo, y va saliendo a chorros de los trigorditos, y se escapa por las grietas de la guagua, para dejar a lo largo de la ví­a un arroyito envuelto en humo del tubo de escape.

Llegan a la base. La gente comienza a bajar sus cosas y a contemplar el paisaje. El chofer ayuda a los pasajeros, y al poco rato pregunta por los gordos González, y nadie sabe dónde se han metido.

Al percatarse de los tres que faltaban al final, todos se quedaron con la boca abierta y los ojos escarranchados cuando vieron descender tres pasajeros delgaditos y saltarines con sonrisas de oreja a oreja, y preguntó el chofer:

¿Y ustedes son los González?

Los mismos, ¡oiga si nosotros llegamos a saber que esto era mejor que la dieta, hace rato hubiéramos alquilado esta Girón!

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