Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
2062
02 Agosto 2016

Verónica Cárdenas Martí­nez tení­a una infancia feliz. Jugaba y se acogí­a a las rondas infantiles o a esas travesuras que incitaban a descubrir el mundo, mas desde temprano sentí­a que una falta de aire oprimí­a su pecho a medida que pasaba el tiempo, mientras que las recurrentes afecciones respiratorias y las marcadas palpitaciones presagiaban la necesidad de un estudio profundo.

Verónica Cárdenas Martí­nez, paciente del Cardiocentro de Santa Clara, en 1986.
Verónica Cárdenas Martí­nez a los pocos dí­as de intervenida en aquel octubre de 1986. (Foto: Archivo del autor)

Galenos del hospital pediátrico José Luis Miranda comenzaron las investigaciones y no tardaron en arribar a un diagnóstico. Sin duda, existí­a una comunicación interauricular (CIA) o defecto cardí­aco de nacimiento en la pared que separa las dos aurí­culas o partes superiores del corazón.

Se trata de una especie de orificio que aumenta el flujo de sangre enviado a los pulmones con presuntos daños en los vasos sanguí­neos una vez llegada la adultez.

En ocasiones esta irregularidad desaparece por sí­ sola, pero en otras requiere de la cirugí­a para evitar la futura hipertensión pulmonar, la insuficiencia cardí­aca u otras anomalí­as asociadas a las arritmias o al riesgo de accidentes cerebrovasculares.  

Verónica mantuvo seguimiento médico hasta la apertura del Cardiocentro a donde fue remitida. Tení­a entonces 25 años, y el 8 de octubre de 1986 entró al salón para resultar la cuarta paciente intervenida en la historia del centro.

«Recuerdo que los profesores Ismael Alejo Mena (ya fallecido) y Arturo Iturralde Espinosa fueron los cirujanos, secundados por el doctor Osvaldo González Alfonso como anestesiólogo. La operación fue a corazón abierto (con el empleo de la máquina corazón-pulmón, que reemplaza las funciones de los órganos durante el proceso). Tuve el privilegio de que el doctor Noel González Jiménez (también fallecido), pionero en la realización de trasplantes cardí­acos en Cuba y jefe del servicio de Cirugí­a cardiovascular por entonces, participara en el acto, y de contar con excelentes atenciones en la Unidad de Cuidados Intensivos por parte de los doctores Ramona Lastayo Casanova y Mario Plasencia Pérez, junto a todo un personal de enfermerí­a caracterizado por su encomiable labor.  

Años de recuento

Tres décadas acaba de cumplir el Cardiocentro Ernesto Guevara, que se convierte en parte de la región central y de todo el archipiélago. Entre tantas vivencias su colectivo no olvida el reto que enfrentaron aquel 24 y 25 de julio de 1986 cuando decidieron iniciar la obra. Entonces Teresa Vera Valle, residente en Manicaragua, y Marta Rodrí­guez Pérez, con domicilio en Vueltas (Camajuaní­), traspasaron el quirófano para decirle adiós a sus respectivas irregularidades cardí­acas.

Primeras pacientes operadas en el Cardiocentro de Santa Clara.
Teresa Vera Valle (a la derecha) y Marta Rodrí­guez Pérez fueron las primeras pacientes operadas en el centro entre el 24 y el 25 de julio de 1986. Encabezó el equipo el Dr. ílvaro Lagomasino Hidalgo.

También el doctor Ignacio Fajardo Egozcue, especialista de II grado en Anestesia y Reanimación, y uno de los fundadores, tiene un arsenal de recuerdos, y nunca olvida las tensiones compartidas en aquellos primeros casos.

Llegaba la hora cero. Habí­a que demostrar lo aprendido en los adiestramientos recibidos en la capital cubana por quienes abrirí­an el largo camino, y así­ lo iniciaron.

Luego de los casos de Teresa y Marta hubo un receso hasta octubre de 1986 a fin de precisar detalles y reorganizar determinados objetivos, y casi en el «debut » enfrentaron la primera urgencia con un paciente de 48 años intervenido meses antes en La Habana.

Habí­a descuidado la disciplina que demanda el régimen postoperatorio y ello provocó un coágulo en la aurí­cula izquierda que motivó otra intervención para extraerlo y sustituir la válvula dañada.

En estos años de recuento aflora el caso de aquella portadora de un sí­ndrome congénito en la aurí­cula derecha, que requirió provocarle un paro circulatorio total a baja temperatura.

Era otra prueba de fuego debido a que la persona quedaba prácticamente muerta ante la necesidad de llegar de inmediato hasta la vena cava para trabajar sobre la anomalí­a.

El proceder no podí­a exceder los 45 minutos. Los expertos trataban de ganar tiempo. Pericia y dominio absoluto de la profesión sin juego de nervios. Y se logró. Reanudaron la circulación sanguí­nea por todo el cuerpo de la enferma bajo plena normalidad, aunque este paso demandara unas dos horas con tal de llegar a los 37 grados centí­grados requeridos.

Entre noches de tensiones y en medio del bregar cotidiano apareció la primera menor que demandaba tratamiento quirúrgico en edad pediátrica: Yanet Millán Castillo, de solo 10 años, portadora de una curiosa irregularidad. La hiperplasia o estrechez en uno de los segmentos de la aorta le ocasionaba una hipertensión arterial en las extremidades superiores, mientras en las inferiores ocurrí­a todo lo contrario. Ello causaba ciertos trastornos en el desarrollo fí­sico de la menor.

Con el paso del dí­a a dí­a se incorporaron tecnologí­as y dispositivos que posibilitaron una precisión diagnóstica óptima, sin descartar aquellos procederes que evitan cirugí­as mayores relacionadas con los percances isquémicos o las obstrucciones de las coronarias, a pesar de que no resultan aplicables a la totalidad de los casos, pues depende de sus particularidades.  

Helicóptero con la primera donación de órganos recibida en Villa Clara.
Un helicóptero sobrevoló la instalación a baja altura y aterrizó en sus proximidades en la tarde noche del 29 de julio de 1986. Era la segunda donación de órganos realizada en el Hospital Provincial Clí­nico Quirúrgico de Santa Clara, y la primera a solo cuatro dí­as de la existencia del Cardiocentro. (Foto: Archivo del autor)

El Cardiocentro también conoce de largas esperas por roturas de equipos, y a partir de 2003 consolidó la cirugí­a de las coronarias sin el empleo de la máquina corazón-pulmón (C.E.C.), y en más del 95 % de estas intervenciones ya no se utiliza el dispositivo.

Y entre sus logros indiscutibles hay espacio para el servicio de Cirugí­a Vascular, el único existente entre las instituciones de su tipo en el paí­s que rebasa las 1500 operaciones respaldadas con resultados de potencias desarrolladas en el mundo.

El epí­logo de Verónica

Verónica Cárdenas confiesa que pasada la operación sus sí­ntomas desaparecieron. Solo quedó una arritmia marcada por una frecuencia cardí­aca muy baja hasta que el organismo se adaptara a las nuevas circunstancias.

Verónica Cárdenas Martí­nez, paciente del Cardiocentro de Santa Clara, en 2016.
Luego de 30 años, Verónica Cárdenas Martí­nez desarrolla su actividad normal en el establecimiento santaclareño El Encanto, de la cadena Panamericana. (Foto: Archivo del autor)

«Al pasar el tiempo decidieron situarme un marcapasos como regulador de mi vida ».

¿Quedaste con alguna limitante?

No las conozco. Desarrollo mis actividades normales con los cuidados propios de una operada, pero sin limitantes. Camino bastante, porque no siempre puedo auxiliarme de un carretón, realizo los quehaceres hogareños y cumplo responsabilidades laborales como portera-guardabolsos del establecimiento El Encanto, perteneciente a la cadena de Tiendas Panamericanas.

Realidades

♥ El Cardiocentro sobrepasa las 9000 operaciones en toda su historia con una supervivencia superior al 95 % co nsiderada puntera en el paí­s.

♥ Desde 2010 resulta la institución de su tipo que más intervenciones realiza por año con récord de 743, en 2004, y de 713, en 2006, y también la de menor mortalidad, siempre por debajo de la media nacional.

♥ Las reintervenciones reportan estadí­sticas muy bajas y desde 2010 constituyen las menores. Durante 2012 se registró un 1,1 % muy difí­cil de superar.

♥ La proyección comunitaria se destaca gracias al trabajo de la red Cardioquirúrgica Central, que agrupa   las provincias de Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spí­ritus, Camagí¼ey, Ciego de ívila, y se adiciona Matanzas.

¿Y el colectivo del Cardiocentro?

Es una prolongación de mi familia. Tendrí­a que dedicar oraciones interminables para un verdadero centro de excelencia. Desde sus inicios mantiene su luz en función de pacientes y familiares. Trabajadores, sin distingo de oficios, que aman lo que hacen.

«Hace unos dí­as leí­ en Vanguardia un trabajo dedicado al Cardiocentro, y cuánta razón tiene su director, el doctor Raúl Dueñas Fernández, al decir que la máxima del centro no es la de atender bien al enfermo, sino la de mimar a quienes necesitan del servicio y a sus acompañantes. Yo lo sentí­. Eso lo logran a plenitud con una disciplina extrema. Por eso el pueblo pide que sigan como hasta ahora y que el joven relevo prosiga los pasos ante tanta entrega ».

Entonces, el Cardiocentro cuenta con el beneplácito de la vida para continuar su historia. Ese ganado por su personal de enfermerí­a, técnicos, auxiliares, porteros, cirujanos, anestesiólogos, especialistas… en fin, y con el recuerdo de quienes estuvieron un dí­a y por diferentes causas ya no están, pero dejaron su impronta en ese afán de entregarlo todo a favor del prójimo. Humanos de esta era que velan y acarician esos latidos compartidos.  

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