Cuando pequeña pasé mucho tiempo en el hospital, más de lo que me hubiese gustado a mí, a mis padres y, probablemente, a los doctores del Hospital Infantil José Luis Miranda. Pero fui feliz, yo era feliz martes y jueves sobre las 11:00 a. m.; a esa hora ya los médicos habían pasado visita y eran los únicos días en los que habría la pequeña biblioteca que se encontraba a la izquierda del vestíbulo.

Los martes y jueves se convirtieron, de alguna forma, en los únicos causantes de mi felicidad y, tal vez, en la de alguno de los otros niños que jamás volví a ver. La cosa era sencilla, no podía correr, pero la impaciencia me hacía la más puntual de todos cuando abrían las puertas de lo que fue mi primer pequeño paraíso. El primero, quizás el más importante de toda mi infancia, un libro azul firmado por Dora Alonso. Lo leí, lo leí y lo leí... Tantas veces como pinchazos recibía en mis manos.
Luego, las Aventuras de Guille, Pelusín del Monte, uno de cuentos, Viaje al Sol y La flauta de chocolate. Creo que de aquella biblioteca nunca saqué otro libro que no estuviese firmado por esa mujer. A los 16 hice mi última visita a la sala de Cirugía, esta vez solo una semana, pero nunca más volví a coincidir con las puertas de la biblioteca abiertas.
Podría decirse que a esa edad ya tenía cierta madurez literaria, había devorado todos los libros que había por mi casa, en la escuela, obligaba a mis familiares a regalarme libros por mi cumpleaños e, incluso, como premio por las buenas notas. Decidí buscar todos los textos de la autora, tenía fiebre de aquel cochero azul que enamoró a mis ojos lectores, fiebre de aquella poesía rara y demasiado compleja para mí; estaba enferma de fanatismo.
Descubrí su desapego a las corrientes literarias que supo hacer huellas en cuanto camino pisó. No importaba si era prosa o poesía; las letras no tenían edad. Fue tan genuino el mundo mientras crecí entre aquellos libros, aquello era cubano, era puro, y mientras leía era enteramente mío.
Admiré profundamente a la creadora de mis primeras fantasías. Seguí cada instante o trazo que mientras vivió pudo darnos. La vi periodista, y mi abuela me contó sobre cómo quedaron en el recuerdo sus incursiones radiales con Sol de batey y Tierra brava.

No por gusto Dora Alonso es la autora cubana para niños cuyas obras han sido más traducidas y publicadas en el extranjero. No por gusto su estilo narrativo simple traspasó las fórmulas y los algoritmos de la literatura infantil y de la misma poesía. No hubo un libro con el que no me enseñara a amar, con el que se convirtiera en la abuela más tierna del mundo dando consejos y regaños. No hubo un libro que no fuera enteramente cubano, que no celebrase la naturaleza campesina y la vida misma.
Hizo obras de teatro, Pelusín del Monte fue llevado a la pantalla y, de cierta forma, la obra de Dora pudo llegar a un montón de niños más. Guionista, de radio y televisión, dramaturgia... Dora hacía magia cuando J. K. Rowling aún vagaba por el limbo. Las Aventuras de Guille y El cochero azul también llegaron a la pantalla en forma de teleserie allá por los 80.

Si extraordinaria es la obra, extraordinaria era Doralina. Con solo nueve años ganó su primer premio, allá en Matanzas, su tierra natal. Cuando supe que también era periodista y que fue corresponsal del diario Prensa Libre estuve aún mucho más orgullosa de llamarla «mi favorita ». Pero Dora era muy Dora y eso no bastaba, fue miembro de La Joven Cuba, como si tanta perfección fuese posible, ella era poeta y antimperialista.
Cuando pienso que Dora murió cuando yo tenía solo cuatro años me enfado conmigo misma por no haber sido testigo de tanta maravilla, porque quizás ningún niño nacido después de aquella fecha tenga la dicha de viajar a todos sus mundos. Porque no recuerdo cuál de sus libros fue el último que leí ni la última vez que entré a la biblioteca del hospital donde la conocí.
No recuerdo la mitad de sus poemas y tampoco he podido encontrarlos en ninguna otra biblioteca. Pero tengo clarísimo que Dora Alonso anda por ahí con Martín Colorín, que ambos desean infinitamente el mar y han seguido tiñendo el mundo de azul, porque quizás X Alfonso tiene razón y no hay azul sin ti... Doralina.
Eres, la razón de entender el amor
sin palabras.
Eres, ese sol que me toca, me besa
y me salva.
Eres más que esa historia de amor que de niño soñaba.
Eres más que ese último tren que tatuó mi esperanza.
No hay azul sin ti.
No hay azul sin ti.
No hay azul sin ti.
No hay azul.