«Ayudas » escolares

El fraude escolar es un mal conocido en Cuba, que se perfecciona en detrimento de la moral de estudiantes, profesores y padres. 

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Yinet Jiménez Hernández
Yinet Jiménez Hernández
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11 Junio 2019

«Hay que salir bien en la escuela ». Lo sabe ella, jovenzuela osada, que antes anexaba como mandamiento a su minifalda escolar, amarilla, una retahí­la de fórmulas matemáticas. Y juraba y perjuraba ante su madre sacar notas limpias, rimbombantes. El tiempo ha pasado y ahora todo es diferente, para bien de su tranquilidad emocional.

Allí­ está ella, frente a la hoja en blanco y las cuatro paredes del aula. Solo tiene que repetir como papagayo, mecánicamente, lo que adjuntó en su memoria a tiempo parcial. Gracias a su mejor amiga y el milagro de la 3G en Cuba, la noche anterior durmió a piernas sueltas, con los «contenidos más importantes » guardados en su wasap.

«Esto no tiene que ver con compraventa de exámenes, ni con hechos masivos que llegan a los periódicos nacionales. Esto es menos. Periodista, seamos sinceras: fue solo una ayuda. Que nadie pague los platos rotos », me comenta, nerviosa por sus criterios.

Hoy dí­a, el espectro del fraude ha alcanzado amplitudes sin precedentes. Hablamos de «ayudas » escolares para referirnos a todo aquello que transgreda la transparencia de las evaluaciones, a todo lo que promueva la «supervivencia » escolar. ¿Acaso el fraude se ha naturalizado en la sociedad? ¿Queremos peor torpeza?

Quien ose como yo en este comentario poner los puntos sobre las í­es es juzgado y visto como una suerte de ave rara. «Chica, no me digas que tú nunca te fijaste », fue el primero de los criterios de otra joven que accedió a opinar sobre el tema. «Es mucho lo que me ayudaron y ayudé en las pruebas », me dijo orgullosa. Y cerró con broche de oro. «No seas aguafiestas ».

Pasmada quedé. Sobre todo al escuchar el detalle de la «ayuda », del compañerismo desbordado, codo a codo, durante las evaluaciones. Para los jóvenes correctos, que estudian conscientemente para alcanzar buenos resultados, resulta una pesadilla lograr la concentración en el clima que envuelve esas aulas.

Me comentaron que en ese momento cada cual se defiende como puede. Unos demuestran lo aprendido, otros resuelven un par de ejercicios y cuelgan los guantes. Sin embargo, siempre hay quienes piden limosna intelectual, emburujan papeles, le dan toques de gracia al mejor aliado. Si no tienen «suerte » y el profesor impone respeto, comienza la espera de una reencarnación que les devuelva la cabeza para pensar con calma.

Nadie puede negar la existencia de ciertos y determinados profesores que, ciegos como la justicia, asumen la riesgosa tarea de atalayas del orden. «Shhhh », alertan de cuando en vez en un tono delicado, sin amenazas, hasta en extremo permisible. Sucedí­a en mis tiempos de preuniversitario; sucede ahora y me cuentan que con mayor frecuencia.  

También, constituye información de dominio público el comprometimiento material de ¿educadores?, que en medio del examen aclaran preguntas «dudosas » a algunos estudiantes; las trilladas artimañas de calificar con la mano zurda para falsificar la nota; las vistas gordas para permitir el uso de «chivos » en las pruebas. Llamemos las cosas por su nombre, sin eufemismos ni disimulos, como siempre digo.

Reza  el refrán popular que entre cielo y tierra no hay nada oculto. Entonces, ¿cómo interpretar las notas pulcras, rimbombantes, de los estudiantes con recorridos académicos funestos? ¿Acaso sufren una metamorfosis a fin de curso? ¿Miente la novela cubana, que pone al descubierto situaciones extremas de delitos escolares?

Perdonen mi ignorancia, pero en toda mi educación media nunca conocí­ a algún compañero que fuera procesado por fraude, ni profesores expulsados por sobornos o conductas reprochables. Puede que se tomen medidas severas con situaciones muy escandalosos, pero los hechos menos evidentes quedan al margen de la ley.

A pesar de que los medios nos han acostumbrado a reflexionar colectivamente respecto al fraude en la isla, aún resulta complicado digerir un tema como este. Con dolor leí­ un reportaje de Juventud Rebelde: «Una nota a toda costa y costo », donde el 45 % de los padres interrogados aceptaban, sin remordimientos, la posibilidad de comprar un examen.

Compartimos, con orgullo, las  conquistas del sistema educacional cubano. Para salvaguardarlas, critiquemos sin piedad sus defectos. Y lo hacemos, con responsabilidad, por las ví­as que tenemos para sentenciar lo mal hecho.

Porque respeto merecen los estudiantes correctos, de buenos valores, que son capaces de seguir confiando en su capacidad para construirse un futuro.

Porque respeto merecen los padres que educan a sus hijos en un hogar donde la moral no se quebranta, aunque a su lado explote una bomba nuclear: «Se filtró la prueba ».

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