
En Cuba la vejez es uno de esos temas denominados pendientes. Tal vez lo sea también en otros países, pero como soy cubana, me intereso y pienso como tal.
Y no me refiero a políticas públicas gubernamentales que intentan tapar los hoyos que la sociedad en su conjunto no ha podido o no ha sabido cubrir por tales o más cuales razones, que ocupan y preocupan a dirigentes y funcionarios, o a simples ciudadanos con visión de futuro.

Voy a la esencia:
Para el año 2050 un 38 % de los nacionales serán adultos mayores. Inquietante, ¿verdad? Pero es lo pronosticado: el envejecimiento poblacional. Y no cuesta demasiado entenderlo, pues en la isla cada vez las familias son menos numerosas y con mayor presencia de ancianos.
La fórmula conduce a un resultado claro: más adultos mayores solos. Y no es secreto para nadie que Cuba no está preparada para ello. Como sociedad debemos criticarnos. Por eso aprovecho el tema para hablar de los abuelos que han tenido que echarse al hombro la crianza de los nietos «dejados atrás » por uno u otro motivo.
Hablo de los ancianos que viven sin familiares en Cuba; y sus hijos, en cualquier lugar de este planeta intentando desde lejos pagarles con moneda fuerte a cuidadores casi siempre desconocidos, a cuya buena voluntad quedan pues «sus viejos ».
Hablo de las abuelas encargadas del hogar, esas que dedican sus días al fogón y la escoba, y a quienes por única gratificación les queda el techo de su propia casa y un plato de comida.
Fogón y escoba, mensajería, recogida de nietos, silencio, violencia doméstica, y ese « ¡viejo(a), cállate! », sin que nadie intervenga porque la orden gritada parece normal, y también la imagen del anciano(a) sobre el sillón, en la acera, o en un parque, a la espera, la mirada triste. Y ese otro imperativo cruel «viejo(a), no opine ».
Hablo de las alzas preocupantes del Alzheimer y la demencia senil, del rol de la cada vez más desapegada familia, a la expectativa, descolorida, en una casa maltrecha, esperando y esperando el día final. Son temas sobre los que escribo con propiedad de causa.
Ocho años tuvimos a abuela encamada en casa. Ocho años soportando consejos poco decorosos: « ¡Qué va! Yo la hubiera llevado para un asilo. Así hice con la mía ». Como si ella la abuela se tratara de «algo » más, como si un hogar «temporal » pudiera retribuirle todo el amor y el sacrificio entregados a lo largo de toda una vida.
El cuidado de un ser querido no se delega, corresponde a la familia, por muy difícil que le resulte. El estado no puede asumir el cuidado de todos los abuelos y abuelitas.
Aun así, soy testigo de que en muchas ocasiones las familias que necesitan ayuda para cuidar a «viejos » no logran adquirir insumos para encamados debido a morosidad o burocratismo, falta de empatía de quien debiera cumplir su papel con amor y conciencia. Duele demasiado para no echarle garra y acabar de romper con esa violencia simbólica, que nos está condenando más a nosotros que a los ancianos.
Abdiel Bermúdez Bermúdez, periodista de la Televisión Nacional, en un magistral comentario hacía alusión al tema. Hablaba de borrar del mapa cubano «las aceras rotas, los espacios sin árboles, la falta de bancos y de baños públicos ».
Hablaba de «abaratar los precios de restaurantes, teatros, cines y transporte público, para los ancianos ». Sugería «topar los precios de las frutas y vegetales que compra un abuelo en un mercado ».
Motivaba «a generar condiciones propicias para que el cobro en un cajero automático no sea un problema disfrazado de progreso ».
Claro, ¡problemas disfrazados de progreso! Porque en Cuba los ancianos son un tema pendiente, y Cuba está siendo un tema pendiente para ellos. Muchos no logran entender todos los cambios económicos y sociales.
Muchos no presentan condiciones materiales para asumirlos y lo traducen en frustración, violencia, incluso, insania mental. Sabemos que la situación económica del país no permite mayores intervenciones económicas para aliviar el poder adquisitivo de los ancianos.
Pero las municipalidades, con su bien ganada autonomía, los organismos, las instituciones, sí pueden orientar estrategias que impacten positivamente en este grupo poblacional. Que induzcan al resto de los cubanos, niños y jóvenes, a obrar con respeto y veneración. A vivir cada día, cumplir cada proyecto, y ejecutar cada acción, siempre pensando que los de la tercera edad dejen de ser un tema pendiente.