
En Cuba sobran las razones que inclinan la balanza a favor de lo «probado », pero anular otras alternativas por el mero hecho de que cuesta demasiado asumirlas y proyectarlas como una vía de escape factible, resulta una de esas infelices arbitrariedades con que cada día nos dinamitamos el paso.
Es el caso de los tan llevados y traídos programas de desarrollo local, cuyos mejores exponentes se agrupan entre Caibarién, Remedios, Santa Clara y Sagua la Grande, sumando más de 50 proyectos en toda la provincia.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Se trata de potenciar estrategias productivas o de servicios que aporten bienes a las comunidades y sus respectivos sistemas de gobierno. Las iniciativas surgen como respuesta a las necesidades particulares de cada zona, por lo que sus ejecutores forman parte de esa cotidianidad incompleta y perfectible que no siempre demanda miles de pesos de las dos monedas.
Los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución acreditan la conveniencia de los programas de desarrollo local como propulsores naturales de formas de autofinanciamiento que no exigen de grandes fábricas ni de cientos de empleados.
De hecho, el 2014 concluyó con más de 1 millón 183 839 CUC de ganancias por este concepto, al que Caibarién aportó el 87 %. La proximidad a uno de los principales polos turísticos del país condiciona algunas de las estrategias del municipio, aunque, para sorpresa de muchos, el proyecto de recogida de materias primas en los hoteles de Cayo Santa María que figuraba desde el 2012 entre las propuestas iniciales del Gobierno no pudo aportar ni un solo centavo.
No nos referimos a un par de camiones de frascos ni a 100 sacos con botellas vacías, sino a varias toneladas semanales que, para consternación de todo el que conozca el volumen de desechos reciclables que se generan cada semana en ese tipo de instalaciones, se depositan en el colapsado vertedero de la Villa Blanca.
¿La causa? Según el informe del Consejo de la Administración Provincial sobre el tema, la idea pasó del aplauso a la gaveta, pues nadie se responsabilizó por el transporte y la mano de obra. Sin embargo, Liborio traga en seco y se duele en su dignidad cuando un spot televisivo lo intenta educar en la cultura del reaprovechamiento, o en esas ocasiones en que Labiofam se excusó con los enfermos de cáncer que consumen los reconstituyentes derivados del veneno de alacrán, porque sin envases no hay producción.
Cuesta digerir lo injustificable. Para ninguno de nosotros los planes paralelos constituyen una novedad, pues nos nutrimos de la inventiva en momentos de tirar la toalla, pero no la esperanza, y si un central continúa moliendo gracias a la pieza rescatada por un anirista, una comunidad también ha de erguirse sobre el ingenio de su pueblo.
¿Posibilidades? Muchas. ¿Beneficiados? Miles. Ejemplo: en un pueblito cifuentense agobiado de sol y olvido, se fabrican losas de mármol dignas de cualquier edificación de lujo, y florecen en toda la provincia diversas minindustrias de materiales de la construcción.
Sin embargo, Santa Clara se quiebra entre carencias y desmemorias, sin cines y con una herencia de siglos que se desploma por minutos; la chapucería de las obras de mes y medio desnudan a la ciudad de solemnidad y belleza, porque muchos de los mejores albañiles se enlistaron en el cuentapropismo, los carpinteros eligen sus contratos y las buenas ideas de arquitectos e ingenieros solo ven la luz en algún que otro concurso.
O sea, la falla no radica en la disponibilidad de los recursos humanos ni en la orfandad de ideas, sino en la desacertada conducción de un proceso perfectamente viable.
El pasado año, Remedios y Caibarién pudieron invertir sus ganancias en puntos clave. Muebles para hogares de ancianos, rescate de locales de bien público, preparación de sus fiestas populares y proyecciones propias de los gobiernos municipales, confirman el protagonismo de los diversos actores sociales y fortalecen el sentido de pertenencia y el compromiso con la comuna.
Claro está, aún las mejores propuestas requieren de gestión y suministro estable de recursos, y ante todo, de una visión menos idílica sobre los deberes y derechos de cada parte. Si no existe un mercado mayorista para abastecer al cuentapropismo, es de ilusos suponer que los programas de desarrollo local se conciban libres de vínculos; si cualquiera administrara una brigada de 30 obreros con seis camiones para recoger basura o transportar viandas, no creo que se eliminaran tantos proyectos o que se buscasen alternativas a las alternativas.
El desarrollo local constituye una fórmula exitosa siempre y cuando no se le conciba como mero indicador de participación, sino en su real dimensión de activo organismo financiero. El «destete » se comprende cuando resulta posible, pero la fórmula del beneficio sin inversión semeja una burla a todas las leyes de la economía. No estamos en condiciones de obviar los «poquitos » y sobrestimar los millones, porque Cuba todo lo necesita.