Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
1357
05 Agosto 2015

En Cuba sobran las razones que inclinan la balanza a favor de lo «probado », pero anular otras alternativas por el mero hecho de que cuesta demasiado asumirlas y proyectarlas como una ví­a de escape factible, resulta una de esas infelices arbitrariedades con que cada dí­a nos dinamitamos el paso.

Es el caso de los tan llevados y traí­dos programas de desarrollo local, cuyos mejores exponentes se agrupan entre Caibarién, Remedios, Santa Clara y Sagua la Grande, sumando más de 50 proyectos en toda la provincia.

Caricatura de Alfredo Martirena sobre el desarrollo local.(Ilustración:  Alfredo Martirena)

Se trata de potenciar estra­tegias productivas o de ser­vicios que aporten bienes a las comu­nidades y sus respectivos siste­mas de gobierno. Las ini­cia­tivas surgen como respuesta a las ne­cesidades particulares de cada zona, por lo que sus ejecutores for­man parte de esa cotidianidad incompleta y perfectible que no siempre demanda miles de pesos de las dos monedas.

Los Lineamientos de la Polí­tica Económica y Social del Partido y la Revolución acreditan la conveniencia de los programas de desarrollo local como propulsores naturales de formas de autofinanciamiento que no exigen de grandes fábricas ni de cientos de empleados.

De hecho, el 2014 concluyó con más de 1 millón 183 839 CUC de ganancias por este concepto, al que Caibarién aportó el 87 %. La proximidad a uno de los principales polos turí­sticos del paí­s condiciona algunas de las estrategias del municipio, aunque, para sorpresa de muchos, el proyecto de recogida de materias primas en los hoteles de Cayo Santa Marí­a que figuraba desde el 2012 entre las propuestas iniciales del Gobierno no pudo aportar ni un solo centavo.

No nos referimos a un par de camiones de frascos ni a 100 sacos con botellas vací­as, sino a varias toneladas semanales que, para consternación de todo el que conozca el volumen de desechos recicla­bles que se generan cada semana en ese tipo de instalaciones, se depositan en el colapsado verte­de­ro de la Villa Blanca.

¿La causa? Según el informe del Consejo de la Administración Provincial sobre el tema, la idea pasó del aplauso a la gaveta, pues nadie se responsabilizó por el transporte y la mano de obra. Sin embargo, Liborio traga en seco y se duele en su dig­nidad cuando un spot televisivo lo intenta educar en la cultura del rea­provechamiento, o en esas ocasiones en que Labiofam se excusó con los enfermos de cáncer que consumen los reconstituyentes derivados del veneno de alacrán, porque sin envases no hay producción.

Cuesta digerir lo injustificable. Para ninguno de nosotros los planes paralelos constituyen una novedad, pues nos nutrimos de la inventiva en momentos de tirar la toalla, pero no la esperanza, y si un central continúa moliendo gracias a la pieza rescatada por un anirista, una comunidad también ha de erguirse sobre el ingenio de su pueblo.

¿Posibilidades? Muchas. ¿Beneficiados? Miles. Ejemplo: en un pueblito cifuentense agobiado de sol y olvido, se fabrican losas de mármol dignas de cualquier edificación de lujo, y florecen en toda la provincia diversas minindustrias de materiales de la construcción.

Sin embargo, Santa Clara se quie­bra entre carencias y desme­morias, sin cines y con una herencia de siglos que se desploma por minu­tos; la chapucerí­a de las obras de mes y medio desnudan a la ciudad de solemnidad y belleza, porque muchos de los mejores albañiles se enlistaron en el cuenta­propismo, los carpinteros eligen sus contratos y las buenas ideas de arquitectos e ingenieros solo ven la luz en algún que otro concurso.

O sea, la falla no radica en la disponibilidad de los recursos humanos ni en la orfandad de ideas, sino en la desacertada conducción de un proceso perfectamente viable.

El pasado año, Remedios y Cai­barién pudieron invertir sus ganancias en puntos clave. Muebles para hogares de ancianos, rescate de locales de bien público, preparación de sus fiestas populares y proyecciones propias de los gobiernos municipales, confirman el prota­go­nismo de los diversos actores so­ciales y fortalecen el sentido de per­tenencia y el compromiso con la co­muna.

Claro está, aún las mejores propuestas requieren de gestión y suministro estable de recursos, y ante todo, de una visión menos idí­lica sobre los deberes y derechos de cada parte. Si no existe un mercado mayorista para abastecer al cuen­tapropismo, es de ilusos suponer que los programas de desarrollo local se conciban libres de ví­nculos; si cualquiera administrara una briga­da de 30 obreros con seis camiones para recoger basura o transportar viandas, no creo que se eliminaran tantos proyectos o que se buscasen alternativas a las alternativas.

El desarrollo local constituye una fórmula exitosa siempre y cuando no se le conciba como mero indicador de participación, sino en su real dimensión de activo organismo financiero. El «destete » se comprende cuando resulta posible, pero la fórmula del beneficio sin inversión semeja una burla a todas las leyes de la economí­a. No estamos en condiciones de obviar los «poquitos » y sobrestimar los millones, porque Cuba todo lo necesita.

Comentar