Anorgasmia femenina: El otoño del placer

Miles de mujeres renuncian al placer sexual por miedo a desestabilizar la convivencia conyugal. La anorgasmia femenina tiene más de presión social que de biologí­a.

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Anorgasmia femenina
(Foto: Tomada de Internet)
Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
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08 Mayo 2016

  «El placer es el bien primero. Es el comienzo de toda preferencia y de toda aversión. Es la ausencia del dolor en el cuerpo y la inquietud en el alma ».

Epicuro de Samos, filósofo griego.

(341 AC-270 AC)

Dicen que harí­a falta una enciclopedia de 600 tomos para intentar descifrar lo que se oculta en el alma de una mujer. Y no lo digo por feminismo ni intento reforzar las suposiciones masculinas sobre la cierta «codificación inversa » de nuestros sentimientos por eso de que cuando decimos que no, en realidad significa que sí­. Hablo de lo que trasciende lo bello, lo sensible y la disposición natural para la satisfacción de terceros, con la que se nos ha vendido de milenio en milenio.

Incluso, la anatomí­a nos predispone para la crianza y el consuelo de hijos y hombres: vientre que engendra, pechos que alimentan, brazos que confortan y labios que acarician. ¿La misión de nuestras vidas? Al parecer, entrega absoluta y estoica. Porque las necesidades a aliviar son muchas, y la gente dispuesta a compartir la carga resulta más excepcional que el paso de un cometa sobre el Malecón.

El problema radica en que una mentira mil veces repetida puede emerger como una verdad matemática, y si se nos educó para asimilar que, en la intimidad, el hombre lleva el cinto, los pantalones y hasta la fusta del domador, no es raro suponer que ciertas penas se lloren en seco. ¿Cuántas de nosotras habremos quedado «a mitad de camino »? ¿Cuánta lástima nos hemos dedicado desde siempre? ¿Con cuántos silencios acallamos insatisfacciones?

Lo peor del asunto es que millones de mujeres, en los cinco continentes, adoptan la estrategia de la negación para apuntalar la estabilidad de sus relaciones. En apariencias, ningún precio resulta demasiado alto. O sea, que es mejor fingir uno, tres o diez orgasmos antes que dar motivos para que busquen a otra. Parece el argumento de una tragicomedia francesa, pero ojalá   el drama quedara solo en la ficción.

Al anunciar el pasado mes el tema de Sexeando de junio, tuve la premonición de que promover reflexiones sinceras sobre la anorgasmia femenina serí­a una búsqueda implacable y embarazosa. De modo que debí­ acudir a personas conocidas, a compañeras de estudio, incluso, a la voz de la «guajira » más moderna que ha puesto un pie en Santa Clara. Y cada palabra sin excepción salió envuelta de predisposiciones como las siguientes:

« ¡No vayas a poner mi nombre! », «eso es normal, nos pasa a todas las mujeres », «el asunto está en que nosotras no somos iguales a los hombres, ellos siempre tienen más posibilidades », « ¿tú crees que con dos niños chiquitos, que se pueden despertar en cualquier momento,   estamos para recrearnos como antes? No todas las ocasiones son iguales, a veces se puede y a veces no ». Debo aclarar: ninguna supera los 35 años y la mayorí­a son profesionales.

Sin embargo, unos diez dí­as después del anuncio, recibí­ el primer mensaje, ví­a correo electrónico. La llamaré Lucí­a. Tiene 39 años y comparte la vida con el mismo hombre desde el 2003.

«Una no puede engañar a la mente por mucho tiempo, y te lo digo por experiencias previas. Por inmadurez y falta de comunicación, renuncié a mi placer sexual durante mucho tiempo. Para el muchacho que era mi novio, el sexo se resumí­a a la penetración. No habí­a nada de gentileza. Lo querí­a, pero me marchité. Cuando él eyaculaba se terminaba todo. Yo me quedaba callada para no echarme a llorar. Tení­a entonces 22 años y, por pánico a que pensara que era frí­gida, no me atreví­a a hablarle de mis insatisfacciones.

«Incluso, me propuso matrimonio, y ese fue el pretexto que faltaba para decidir dejarlo. Me bloqueé, le dije que no estaba enamorada, ¡y era mentira! Pasé todo tipo de angustias, y me martirizaba mi cobardí­a. Siempre queda la duda. Si le decí­a la verdad, ¿cómo hubiera sido mi vida en este momento? Luego conocí­ a mi esposo, y juré que nunca más callarí­a lo que me sucediera. Me sentí­ preparada para el diálogo, y hasta el dí­a de hoy, intentamos no dejar pasar por alto ninguna inquietud que afecte a uno de los dos. Lo considero muestra de autoestima y respeto a la pareja, valores que deberí­an tenerse en cuenta desde la primera vez que nos enamoramos ».

Anorgasmia… suena decadente, ¿verdad?   Algo así­ como el cáncer de la libido, o la arritmia del amor. Imagí­nense un dueto de baile en el que uno de los danzantes no escuche la música y se limite nomás a seguir la coreografí­a. Cuando él pare, ella también lo hará. Bajará el telón para ambos, con la única diferencia de que, mientras uno disfruta del recuerdo de la ovación, la otra solo entregará la reverencia mil veces ensayada.

A pesar de los pesares y por el bien común, ella se mantendrá en su rol. Al fin y al cabo, el espectáculo debe seguir.

Con uno que disfrute ¿basta?  

Estadí­sticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), así­ como de organizaciones no gubernamentales (ONG) promotoras de los derechos de las mujeres y las niñas, confirman una prevalencia de entre un seis y un siete por ciento de afecciones fisiológicas como causa primaria de la anorgasmia femenina. O sea, que más del 93 % de la incidencia de dicha disfunción sexual obedece estrictamente a factores psicosociales.

La comunidad cientí­fica internacional maneja estadí­sticas sorprendentes: de un 15 a un 30 % de la población mundial padece de esta disfunción, consistente en la inhibición recurrente del orgasmo, lo cual se manifiesta por su ausencia tras una fase de excitación normal que se produce a través de una es ­timulación que pueda considerarse adecuada en intensidad, duración y tipo. No obstante, se especula que las cifras constituyen apenas un discreto acercamiento a la realidad.

La negatividad, los prejuicios, el temor al rechazo social y el pavor a reconocerse «incapaces de sentir », propician que millones de mujeres intenten aislar tal situación de entre sus ansiedades públicamente reconocibles.  

Aunque el placer constituye el combustible que mueve la mercadotecnia a nivel global, en dicho proceso las mujeres apenas rebasamos el papel de objetos, pues muy pocas veces llegamos a ocupar el rol de sujetos activos. Así­ lo atestigua la relevante socióloga e investigadora española Ana de Miguel ílvarez, profesora de la Universidad de La Coruña:

«La ideologí­a patriarcal está tan firmemente interiorizada, sus modos de socialización son tan perfectos, que la fuerte coacción estructural en que se desarrolla la vida de las mujeres, violencia incluida, presenta para buena parte de ellas la imagen misma del comportamiento libremente deseado y elegido. Estas razones explican la crucial importancia de la teorí­a dentro del movimiento feminista, o dicho de otra manera, la crucial importancia de que las mujeres lleguen a deslegitimar «dentro y fuera » de ellas mismas un sistema que se ha levantado sobre el axioma de su inferioridad y su subordinación a los varones.

«La teorí­a feminista tiene entre sus fines conceptualizar adecuadamente como conflictos y producto de unas relaciones de poder determinadas, hechos y relaciones que se consideran normales o naturales, en todo caso, inmutables. Aquellos de los que se suele afirmar que «siempre ha sido así­ y siempre lo será », en expresiones tales como «la prostitución es el oficio más viejo del mundo » o «los hombres siempre serán más fuertes, más violentos y más promiscuos… son hombres y eso no hay quien lo cambie », en referencia, por ejemplo, a las causas de la violencia contra las mujeres ».  

En otras palabras, que no resulta demasiado improbable comprender el porqué de la preponderancia de factores psí­quicos como cataliza ­dores de la anorgasmia femenina.

El boceto para la mujer común alude a la acep ­tación de su supuesta inferioridad en un mundo acomodado y dispuesto para el pensamiento falo ­céntrico que describe Pierre Bour ­dieu en su ensayo crí­tico La dominación masculina. Por tan ­to, elementos tales como la falta de información, las experiencias sexuales trau ­má ­ticas, las condiciones culturales desventajosas, la monotoní­a y ruti ­nización del sexo e inseguridades con respecto a las perspectivas inmediatas de la relación, maniatan la realización erótica y emotiva de la mujer y la desproveen de toda relevancia en los momentos previos y posteriores al coito.  

Gastón Salas Domí­nguez, de 33 años, considera que cualquier insatisfacción debe ser asumida como un asunto de primer orden.

«No creo que exista alguien que en algún punto de su desarrollo no afronte dificultades en sus relaciones sexuales, pero la diferencia radica en la forma en que intentamos resolverlas. Al final, una silla no se puede sostener sobre una sola pata, las cuatro tienen que permanecer fuertes para aguantar lo que venga. El hombre que no esté atento a cada detalle del comportamiento de su pareja, pa ­sa por alto expresiones que dicen exactamente cómo se siente. Se trata de hacer el amor, y el amor se hace entre dos. El sexo para uno solo tiene otro nombre.

«Por supuesto, esa percepción se adquiere con el tiempo. Las relaciones egoí­stas no funcionan y, para mí­, la falta de confianza es una manera de traicionar ».

Latidos (in) compartidos

Los tipos de anorgasmia clasificados por obstetras y psicólogos se agrupan en cinco grandes grupos: anorgasmia primaria (quien nunca ha obtenido un orgasmo, ni a través del coito ni por masturbación, a pesar de poder, o no, eyacular normalmente), anorgasmia secundaria (la padecen quienes, tras haber tenido orgasmos con normalidad durante un periodo de tiempo, dejan de experimentarlos de manera recurrente), anorgasmia absoluta (cuando no se es capaz de llegar al clí­max mediante ningún procedimiento, como la auto ­estimulación), anorgasmia relativa (implica limitaciones en las ví­as para alcanzar el orgasmo, en algunos casos puede ser de tipo coital) y anor ­gasmia situacional (cuando solo se llega a la máxima excitación en circunstancias o con personas especí­ficas).

Las causas fisiológicas más comunes que la justifican atañen en diversas ocasiones a los efectos perjudiciales de algunos fármacos como los antidepresivos y los empleados para el tratamiento de la hipertensión arterial y el estrés agudo, dado que reducen el deseo sexual y, con ello, las posibilidades de llegar al orgasmo. Padecimientos crónicos como la diabetes mellitus y la esclerosis múltiple pueden debilitar el sistema de músculos que intervienen en las contracciones vaginales, y la etapa de climaterio o menopausia, también provoca alteraciones en el orden de la lubricación. Mas la solución de este particular resulta mucho menos compleja.  

Aunque el clásico perjuicio del alcoholismo para la sexualidad se localiza, casi invariablemente, en el sexo masculino disfunción eréctil y problemas relativos a la producción y calidad del semen, entre otros, las mujeres también sufren los efectos de ese hábito tóxico debido a su influencia en los sistemas nervioso central (SNC) y sistema nervioso autónomo (SNA), que controla la excitación sexual. Sin embargo, la carga psí­quica puede llegar a destrozar con más eficiencia que la peor enfermedad, y para ello se precisa, en primer lugar, de voluntad propia y valentí­a.

Conviene pensar que lo femenino se incorporó al mundo con la misión preestablecida de embellecerlo y poblarlo. Así­ lo demuestran los estereotipos de fragilidad y sumisión que heredamos desde los tiempos de las cavernas, salvo honrosos ejemplos, como el de Cleopatra o Madame Curie, cuyas incursiones en un planeta masculinizado se consideraron inaceptables en su época.  

Es de locos afirmar que el fin máximo de una mujer se puede contraer en un pequeño paquete de deberes. Algunos nos tocan por elección; otros, por las circunstancias. Si por odio se ha librado más de una guerra, ¿cómo no hacerlo por amor propio? El sentir placer no es un privilegio de pocos, sino un derecho intrí­nseco de todo ser civilizado.  

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