Solterí­a, ¿estilo de vida o falta de opciones?

Mientras algunos sienten miedo a enamorarse (filobobia), otros padecen de anuptafobia, o temor a estar soltero. La solterí­a ¿elección o falta de opciones?

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Joven con flor y ojos tapados por pétalos.
(Foto: Sadiel Mederos Bermúdez)
Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
2217
12 Enero 2017

A mi abuela, maga de la vida,
enamorada hasta el último dí­a.

A los seis o siete años decidí­ tres cosas. Primero, que las matemáticas y yo no compaginábamos ni aunque nos vistiesen igual; segunda, que los animales del circo me provocaban tristeza y, por último, que jamás serí­a una solterona.

Mi abuela lo habí­a dejado claro: «En esta familia ninguna mujer se queda para tí­a ». Y un buen dí­a, analizando en retrospectiva mientras intentaba estructurar un árbol genealógico a base de fotos amarillentas, me percaté de que, ciertamente, lo que más abundaba por lí­nea materna eran casamientos, fugas a caballo y paritorios. Incluso, cuando mi abuela de 15 años comenzaba a noviar con mi abuelo de 17, un tí­o de ella y una tí­a de él pasados de tan maduros y más solteros que el papa decidieron unirse ante Dios y ante los hombres. En carrera meteórica contra la menopausia, la «nueva » pareja tuvo tres niños.

«Pero se montaron en el último tren decí­a mi abuela. Menos mal que ¡los pobres! pudieron disfrutar de algo ».

¿Y de qué disfrutaron, Lela?

¡Ay, hija!, de lo alegres que son las bodas.

Tomé entonces su palabra como fe de vida. ¿Pa’ tí­a yo? Ni aunque el diablo me amenazara con zambullirme en su caldero de aceite hirviente.

Así­ que, con una sayuela sobre la frente y un anillito de falso carey, ensayé el gran dí­a con novios imaginarios, amigos del barrio de mi niñez y amigas que engolaban la voz cuando no habí­a representante masculino para asumir el papel de esposo feliz.

Pero «pasó el tiempo y pasó » y el futuro como suele ocurrir se torció cuanto quiso. Ni siquiera el amor de mi abuela y el destino radiante que intentó procurarme me exoneraron de lo triste, de lo decepcionante. «Esa es la vida, por eso, el dí­a que decidas casarte, tienes que escoger bien », como si el ser humano estuviese hecho de una placa transparente, como si un acta notarial ahuyentara los problemas. Y ella lo sabí­a, como mismo sabí­a leerles los ojos a los suyos. Mas, no por ello cedió.

Entre las muchas historias de mi infancia, la de Sidney Trifonia Bertalina, dama de tanta alcurnia como nombres, solterona y casta, le angustiaba el alma. «Infeliz, morirse un dí­a sin saber lo que es querer a los nietos ».

Pero, Lela, no todos tienen por qué asumir el mismo proyecto de vida, ¿no te parece?

Sí­, es verdad. Aunque en la familia de nosotros no se ven esas cosas.

¿Fobias o simples elecciones?

A algunos se les da mejor que a otros lo de hablar de sus asuntos. En temas sentimentales, lo más común radica en establecer cierta tendencia justificativa sobre el comportamiento. Por desgracia, la sociedad presiona sin piedad para que exterioricemos lo que sea que nos alegre, complazca o abrume.

Curiositas para solteros

♦ Un estudio publicado en el 2008 por la Universidad de Texas, en Austin, Estados Unidos, y que analizó durante 21 años una muestra de 1,2 millones de norteamericanos, develó que quienes   nunca habí­an contraí­do matrimonio gozaban de mayor bienestar y salud.

♦ Las personas solteras tienen mayor capacidad de mantener a sus amigos en el tiempo, aumentar su red social, y ver a sus amistades y familiares de forma más frecuente que aquellas que han consolidado una relación o están casadas. Así­ lo afirma una investigación liderada por el Dr. Kelly Musick, profesor de la Facultad de Ecologí­a Humana de la Universidad Cornell, en Nueva York.

♦ De acuerdo con una investigación realizada por el portal de citas web Match.com, a 6000 personas, entre solteros y casados, el 97 % de los encuestados que reconocieron no tener pareja estable aseguraron que, en lo que se refiere al disfrute, prefieren satisfacer primero a su compañero durante la relación sexual antes que imponer su propia satisfacción. El dato de los casados, sin embargo, es muy poco significativo en este sentido.    

Una lectora que insistió en mantener oculto su nombre relata en breves párrafos lo que bautizó como las cruzadas de su vida.

«He ido de relación en relación desde la secundaria. Al principio le pareció normal hasta a mi mamá, quien decí­a que la inseguridad forma parte del comportamiento tí­pico de los adolescentes, pero hasta este dí­a nunca he podido concretar algo real. Es imposible, pues lo único que veo son los defectos de los demás, las cosas que tienen que corregir para estar conmigo.

«Siempre termino en medio de rupturas feas e hirientes. Después me odio a mí­ misma y digo que me daré un tiempo para recapacitar y prepararme, pero en cuanto conozco a alguien que me interesa, se me olvida lo que pensé. Vivo en un cí­rculo vicioso en el que me frustro y frustro a los demás, y esa es una actitud despreciable. Sin embargo, no sé ser de otra manera y tampoco puedo estar sola por mucho tiempo. Si no consigo ayuda me volveré mi peor enemiga ».

Para otros, el núcleo de sus problemas contiene mucho de inexplicable. Desde Remedios, un hombre de 34 años también solicitó el anonimato se mantiene expectante por una solterí­a que ya ha durado demasiado.

«No logro una relación. Estudié, tengo un buen trabajo y un negocio particular, o sea, que estoy luchando para mantener una solvencia decorosa. En mi opinión, aunque los problemas de carácter entre las parejas son difí­ciles de sobrellevar, tampoco pesan tanto como una convivencia con carencias económicas. Eso, conmigo, no serí­a una preocupación ».

Sheila M. Olazábal casi llega a los 30, pero no la inquietan ni las observaciones ajenas ni los aparentes inconvenientes de no tener pareja.

«He vivido lo malo y lo bueno de varias relaciones. Mis pretensiones son simples: pasarla bien, dar y recibir. Me encanta estar sola y dedicarme tiempo y mimos; a veces digo que mi mejor amante está en mí­ misma. Cada persona es un universo, con sus propios traumas y defectos, y, realmente, lidiar con tal carga negativa es una responsabilidad que no me llama la atención.

«No me atraen ni el matrimonio ni los niños. El sexo tampoco es una preocupación. Lo disfruto con quien me guste, pero sin compromisos. Este es mi estado ideal y nunca he necesitado a alguien más. Quizás no busco una media naranja porque me siento completa ».

La ciencia, claro está, también elaboró sus teorí­as para estos casos. Por un lado, la anuptafobia (que en latí­n se interpreta como carencia de nupcias) describe el temor anómalo a estar solteros, por lo que quienes la padecen son capaces de aferrarse patológicamente a sus parejas, aun cuando sean del tipo destructivo.

Presiones sociales de las que etiquetan de fracasados a los que no han logrado una estabilidad sentimental, como celos compul ­sivos, dependencia emocional y baja autoestima, entre otros detonantes, constituyen clásicos sí­ntomas de los anuptafóbicos.

El psicólogo español Jorge Castelló Blas ­co, especializado en dependencia emocional y trastornos de la personalidad, aclara que se trata de «un problema en la personalidad que produce que el sujeto que la padece priorice el mundo de la pareja sobre cualquier otro, hasta el punto de anularse en exceso por las relaciones de pareja o vivirlas con una intensidad emocional normalmente negativa y desbordante ».

Jonathan Garcí­a-Allen, psicólogo, entrenador personal y director de Comunicación de la reconocida revista en lí­nea Psicologí­a y Mente, plantea que los orí­genes de la anuptafobia podrí­an localizarse en la propia infancia.

«Son muchas las investigaciones que alertan de consecuencias negativas futuras si los niños no son criados de manera correcta. Pero no solamente la falta de cariño puede ser un problema para el futuro desarrollo de una persona, sino que el exceso de protección también puede causar que ésta sufra pánico a la solterí­a al hacerse mayor. En este sentido, es muy importante que los padres tengan las herramientas necesarias para educar en inteligencia emocional a sus hijos.

«La relación con los padres será determinante en la creación del mundo mental del niño y puede ocasionarle patologí­as futuras, como problemas en sus relaciones ».

Como contraparte, la filofobia o temor al amor supone   comportamientos más probables y comunes de lo que pensamos. Este trastorno nervioso implica altí­simos niveles de ansiedad, aislamiento social y gran estrés emocional y fí­sico. De hecho, la literatura médica describe posibles reacciones defensivas ante una persona que los atrae, en forma de ataques de pánico, arritmia cardiaca, sudoraciones y desórdenes gastrointestinales.

Sin embargo, el disparador casi generalizado para la mayorí­a de los filofóbicos resulta clásico: sentimientos de fracaso no superados, divorcios traumáticos, abandono y desamor.  

Hombre y mujer de papel, representación del matrimonio o solterí­a.
(Foto: Tomada de Internet)

El Dr. Garcí­a-Allen ofrece en su artí­culo «La Filofobia o el miedo a enamorarse » varios consejos para estos casos. Pasos simples nomás, pero tremendamente prácticos: exponerse al miedo, vivir el presente, expresar los temores, concederse el tiempo necesario y pedir ayuda profesional.

«La Filofobia es un ejemplo más de un fenómeno muy curioso: allí­ donde llegue la imaginación humana y nuestra capacidad de pensar en conceptos complejos, puede llegar a existir una fobia especí­fica basado en ideas abstractas. Somos capaces de desarrollar miedos irracionales ante elementos que ni son materiales ni han ocurrido todaví­a: las fobias pueden nacer de la simple anticipación de un hecho que no tiene por qué ocurrirnos nunca ».

Dichosos los que aman

¿Acaso la ciencia podrí­a ponerle un nombre a todo lo que somos y sentimos, a lo que padecemos y deseamos? Para las patologí­as extremas, quizás, aunque lo que sucede en cada zancada de nuestra vida afectiva resulta demasiado difí­cil como para contenerse en unas cuantas letras.

Entre personas equivocadas y queridas o correctas, pero no deseadas, la gente escribe las mejores historias. Leí­ un dí­a que «no existe amor en paz », y me encanta pensar que, de esos romances intensos y perturbados en los que a veces somos verdugos y a ratos reos sobrevivimos siendo más fuertes.

Solitarios crónicos o principiantes, rendidos o en pie de guerra: lo único que pretendemos es ser felices. De paso, también evitamos que haya un solterón en la familia.

¡Menos mal que en la mí­a no se ven esas cosas!  

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