
Más de la mitad de los 6000 médicos que residían en la isla antes del primero de enero de 1959, pusieron agua de por medio durante los primeros meses de la era revolucionaria, dejando en franca «bancarrota » al sistema sanitario nacional. Sin embargo, Fidel ya sabía desde entonces que habría que «cambiar lo que debe ser cambiado », y la formación de nuevos doctores fue uno de los proyectos más complejos a los que le dedicaría alma, tiempo y paciente acompañamiento.
Llegaron entonces a La Habana, en 1962, provenientes de casi todo el país; hijos de humildes y de acomodados, antiguos luchadores de la clandestinidad y de la Sierra Maestra, muchachas y varones, blancos, negros y mestizos. Algunos recién habían cumplido 13 o 14 años; otros, superaban los 30, pero a todos los unía el común objetivo de ejercer la Medicina en la nueva Cuba: 1500 soñadores dispuestos a sostener a la Patria sobre sus batas blancas.
Y hoy, a medio siglo de su graduación, 23 doctores villaclareños recuerdan la época en la que fueron felices sin saberlo, estudiaron como dementes y aprendieron una lección de vida: el ejercicio de la Medicina trasciende cualquier prioridad. No existe nada tan urgente como salvar a un ser humano.

Con 53 años de labor ininterrumpida, el Dr. íngel Luis García Ferreiro, profesor consultante y especialista en II grado en Psiquiatría, fue uno de los estudiantes que atestiguó la apertura de la beca universitaria de G y 25, en el Vedado habanero; un regalo de Fidel, para garantizar que jóvenes de toda la isla pudiesen estudiar en la universidad.
«Los de mi curso tuvimos el honor de ser los iniciadores de un programa tan hermoso. El Comandante en Jefe nos visitaba semanalmente para saber cómo estábamos, qué necesitábamos, aunque su principal preocupación siempre fue la calidad del proceso docente.
«En cierta ocasión, alguien le comentó que por actos, reuniones y otras actividades extracurriculares, debíamos ausentarnos ocasionalmente de las clases. Fidel fue intransigente al respecto y, en público, reunido con todos los becados, lo dejó claro: “bajo ningún concepto ustedes pueden faltar al aula o a la salaâ€. Es decir, desde el principio nos formamos sobre una base de rigor y ética profesional, valores que nos supieron transmitir nuestros profesores, a los que considerábamos como figuras sagradas, intocables, y dignas de toda admiración y respeto ».
La Dra. Yipsy Díaz Castilo es una de las graduadas de 1969, la promoción con la que se logró completar la cifra de 6000 galenos en todo el territorio nacional. Habla en voz alta y abraza a sus amigos de siempre, lleva la cuenta de lo que ya no están, y también la de quienes, un día, decidieron dejar la isla.
«No creo que todos tengan conciencia de lo increíblemente privilegiados que somos. Vivo orgullosa de la forma en que estudié la Medicina, con quiénes y, sobre todo, de los docentes que tuvimos frente a las aulas. De ahí viene la tradición de esta carrera en el país, y si llegamos a convertirnos en una potencia fue gracias, en parte, a la disciplina que nos impusieron.
«Vivíamos para estudiar y no hubo un solo presente que no asintiera con la cabeza, en respetuoso silencio, pero también tuvimos tiempo para divertirnos, para preocuparnos por los temas y problemas propios de la juventud. Cantamos La Internacional subidos en el muro del Malecón, estuvimos en la plaza de la Revolución cuando Fidel dio a conocer la noticia de la muerte del Che, salíamos a una fiesta el sábado y nos aplicaban un examen el lunes, trabajamos en el campo, aprendimos a tirar con un fusil….fuimos una generación feliz de personas muy diversas que, aún en otros sitios del mundo, mantienen los mismos principios de abnegación y pasión por la Medicina ».
Cincuenta años, y nunca olvidaron que el estetoscopio se frota contra la ropa antes de auscultar al paciente, porque de ese modo le demuestran consideración y respeto; medio siglo de memorias, de miles de horas sin dormir, de tristezas y triunfos, de amor al prójimo y vocación de héroes. ¡Médicos!, mientras no les falte el buen juicio y la vida les acompañe