Durante la transmisión televisiva del serial sobre la lucha contra bandidos, correspondiente al domingo 30 de agosto, el oficial Gallo, en medio del combate, impartió a su bazuquero una orden determinante: «Gagarin, ahí están los asesinos de los niños. Haga justicia », y la terrible explosión no se hizo esperar. Después, el silencio.

La simple mención de ese nombre me remitió en el acto a muchos años atrás, a fines de la década de los 80 del siglo pasado. Regresaba entonces de una cobertura en el Valle del Yabú, en Santa Clara, cuando, poco antes de que el carro en que viajaba arribara a la Circunvalación, el chofer me indicó con el dedo que en una de las casas situadas en la vía vivía un viejo amigo a quien quería saludar.
Se llama Vidal San Martín añadió, pero en la lucha contra bandidos lo conocían como Gagarin, y era considerado el mejor bazuquero de esas tropas.
Me suena familiar ese tipo comenté.
¡Cómo no! respondió el chofer. En el libro de Osvaldo Navarro, El Caballo de Mayaguara, lo mencionan con frecuencia legendario luchador contra los alzados en el Escambray.
Este Gagarin, que no usaba escafandra como el verdadero, sino un descolorido atuendo miliciano, era relativamente joven, y sobresalía en su persona la nobleza de carácter y la evidente humildad de quien no anda por ahí creyéndose cosas; aunque motivos para ello tenía.
«Es cierto que en el libro de Navarro reconoce Vidal, Gustavo Castellón, que así se llamaba el Caballo de Mayaguara, me califica con lo máximo con la bazuca en las manos. En realidad, yo era un fresco, como aquel que dice. Era un improvisado, operaba esa arma de manera empírica. Jamás recibí entrenamiento alguno para manejarla.
«Sucede que en un momento del combate rememora se produce una situación difícil, y no tuve más opción que tomar ese artefacto y disparar, con tan buena suerte que di en el blanco. La gente me elogió. Sin embargo, creo que eso fue posible por las excelentes condiciones técnicas del equipo, no por otra cosa. Además, en aquellas lomas un bombazo de esos surtía un efecto demoledor ».
En el mencionado libro, el Caballo narra la acción contra la banda de Sumba Viera, responsable de varias muertes de campesinos.
«Aquello era a quemarropa, y el bandido estaba ripostando con un Garand. Corríamos el riesgo de que como no lo veíamos entre la hierba, fuera a matar a alguien. Entonces llamé a Gagarin. ¡Ese hombre no fallaba! Le metió un bazucazo al bandido, que lo levantó en peso y fue a rebotar contra una hondonada que estaba más atrás ».
La celebridad de tirador extraclase del joven se reafirmó aún más después del combate frente a la banda de Chano Ibáñez.
Ese hecho recordó San Martín ocurrió en los primeros años de la década de los 60, en un lugar llamado La Chispa. Allí murió el sargento Salas, del Ejército Rebelde, y varios milicianos resultaron heridos. En el fragor de la pelea hice un disparo. Tres o cuatro alzados cayeron fulminados en el acto, mientras que el resto se entregaba poco después. Fue un tiro tan certero que, a decir de Castellón, «al que no mató, lo dejó loco ».
Eso motivó que los compañeros compararan la precisión del cohete disparado por San Martín con su bazuca con la del cohete que por esos días llevó al espacio al primer cosmonauta soviético, y de esa relación, muy subjetiva, nació el apodo de Gagarin.
Vidal San Martín se incorporó a la lucha contra bandidos a los 14 años, cuando vivía en El Junco, cerca de Río Negro. En esos andares entre peines y cercos montunos, conoció al Caballo de Mayaguara, bajo cuyas órdenes guerreó. Lo quiso no solo como jefe, sino también como a un familiar muy cercano.
Diez años después de culminar las operaciones militares en el Escambray, ambos volvieron a reunirse bajo el signo de la guerra en Angola. En aras del internacionalismo pusieron de manifiesto, una vez más, sus experiencias combativas, adquiridas en el largo bregar tras los alzados, por los montes de esta región central.