Rostros en primer plano

Una pantrista, una auxiliar de limpieza y un jefe de servicios revelan sus historias dentro de la llamada zona roja del hospital oncológico universitario Dr. Celestino Hernández Robau, de Villa Clara, en aras de la vida.

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Roydel Aldereguía, jefe de servicios del hospital Celestino Hernández Robau da indicaciones para el trabajo del día en la zona roja del enfrentamiento a la COVID-19.
El jefe de servicios de la institución hospitalaria imparte algunas orientaciones antes de iniciar la jornada. (Foto: Ricardo R. González)
Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
2966
27 Febrero 2021

Señales por doquier advierten el peligro: unas, indican zona roja; otras, un No Pase, pero los valientes de hoy tienen, inevitablemente, que transitar por allí­ y vencer cuantos obstáculos presente el camino. Visten tí­picos atuendos, a tal punto que se nos hacen irreconocibles; aunque todos bien protegidos porque la humanidad aguarda por ellos. Tampoco hacen falta imágenes de sus oficios, ya que la grandeza de la obra la llevan por dentro. Sus diarias entregas resaltan a quienes están dispuestos a resistir los contratiempos de la vida, desde el hospital oncológico universitario Dr. Celestino Hernández Robau, que también ha visto las manifestaciones de una pandemia agresiva e indescriptible.

Así­ comienza esta historia…

Mirielys

Mirielys Pérez, pantrista.
Mirielys Pérez, pantrista. (Foto: Ricardo R. González)

Dos años lleva como pantrista en la institución hospitalaria. Comenzó su experiencia en las salas de Cardiologí­a y Terapia Intensiva; sin embargo aún tiene un mal recuerdo del pasado año que no quisiera abordar. Querí­a brindar su aporte en el enfrentamiento a la COVID-19 con la bondad de lo que sabe desempeñar; sin embargo, las marcadas y continuas tensiones en torno a la enfermedad le causaron una enorme depresión que la alejó tres meses del centro durante el primer momento del SARS-CoV-2.

«Eso lo llevo por dentro, lamento esa etapa en que no pude estar del lado rojo, pero ya estoy aquí­. Me siento muy bien, y sobre todo útil porque deseaba ayudar al necesitado ».

Mirielys Pérez Ramos conoce de sacrificios. Llega muy temprano, antes de las 7:00 de la mañana porque debe preparar las condiciones exigidas por su trabajo. Limpiar el carrito del pantry, revisar cada uno de los utensilios y recipientes, y enfrentar la labor del dí­a a dí­a.

Los protocolos son rí­gidos y no admiten descuidos. Primero el desayuno, luego el fregado general y el depósito de los desechos en bolsas especiales antes de realizar el primer baño individual en la jornada.

«En total nos esperan seis baños diarios. En el desayuno, las tres meriendas (mañana, tarde y noche), el almuerzo y la comida. Estos últimos llevan mayores esfuerzos en cuanto a la descontaminación de las bandejas hasta que realizamos el último encuentro con la ducha antes de partir hacia el hogar ».

Allí­ aguardan su esposo, los hijos con 19 y 22 años, y el regalo mayor que tiene la familia a partir del nacimiento de una nietecita, de solo 15 dí­as, que alegra el alma.

Pantristas del hospital Celestino Hernández Robau, de Villa Clara.
Listas las pantristas en Zona Roja. (Foto: Roydel Aldereguí­a Hernández)

«Ellos me impulsan a seguir. Soy asmática, hipertensa, pero dichos padecimientos no limitan el amor hacia los pacientes a quienes les doy mucho apoyo. Por la rigurosidad del tratamiento a veces no desean comer. Poco a poco los voy invitando a que se alimenten, y me pongo en su lugar porque los siento como alguien de mi familia ».

Mirielys atiende también al personal médico. Reconoce que a distancia de los enfermos se aprende a tributar amor, y sabe que la búsqueda de la excelencia resulta la plataforma primordial para un buen servicio.

O como ella lo define. «Somos eslabones de una gran cadena en la que cada uno tiene su componente ».

Lisandra

Lisandra Dí­az Herrera, auxiliar de limpieza.
Lisandra, auxiliar de limpieza. (Foto: Ricardo R. González)

Muy joven es Lisandra Dí­az Herrera. Lleva apenas tres meses de trabajo como auxiliar de limpieza y está de lleno en la zona roja. No oculta sus temores iniciales por la pandemia, porque ¿a quién no le ocurre?; sin embargo, el propio tiempo ha demostrado que si se cumplen todas las medidas de seguridad el recelo disminuye.

Seis salas que pasan en rotación por los turnos laborales, aunque confiesa que su momento más difí­cil es la entrada al área de peligro, un instante que estremece su anatomí­a y vence por la necesidad de ayudar al prójimo.

Para enfrentar su labor debe reforzar la cantidad de nasobucos, utilizar dobles gorros, sobrebatas, sin descuidar las botas y el empleo de gafas antes de proceder a la limpieza de las salas, revisar periódicamente el estado de los baños y los pasillos, en turnos de siete horas con dí­as reglamentados de descanso.

Las condiciones sanitarias también le exigen la desinfección individual porque cada vez que sale de una sala debe realizar su aseo. Así­ una y otra vez, ya que antes de pasar a la próxima se impone el cambio total del atuendo.

Tres hijos y su familia esperan en casa. Ellos comprenden el trabajo de Lisandra, mas a la auxiliar de limpieza le aterra constatar las indisciplinas palpables a diario en las calles. Niños completamente desprotegidos en la ví­a pública, tumultos en las colas, uso incorrecto de mascarillas… Hechos que provocan el repulso de la joven, quien recalca el máximo cuidado ciudadano ante una afección sin rostro y que no es de juego, como bien aluden los propios pacientes. A pesar de mantener el distanciamiento con ellos durante su permanencia en las salas, esto no impide responderles alguna inquietud si está a su alcance.

Tratamiento de los desechos biológicos en el hospital Celestino Hernández Robau.
A los desechos se le aplican las conductas establecidas en los protocolos. (Foto: Roydel Aldereguí­a Hernández)

Un deseo compartido por toda la humanidad prevalece en su mente: que llegue el dí­a en que concluya esta pandemia y aparezca pronto la vacuna. Mientras tanto Lisandra insiste mucho en las acciones familiares destinadas a proteger a la infancia y los ancianos, como grupos muy vulnerables, y que ayuden a disminuir la cantidad de lactantes infectados por el virus, acentuada en este último rebrote.  

Quizás al resultar protagonista directa del escenario de la COVID-19 comprenda de más cerca un peligro que quisiera alejarlo de todos.

Roydel

Tiene sobre su espalda la responsabilidad de asumir la jefatura general de Servicios en el «Celestino Hernández Robau ». Con pasos ágiles va de una sección a otra, está aquí­ y allá, y en no pocas ocasiones debe ejecutar acciones inminentes, sin espacio para un después.

Roydel Aldereguí­a Hernández, jefe de servicios.
Roydel Aldereguí­a Hernández, jefe general de los servicios en el hospital oncológico Celestino Hernández Robau. (Foto: Ricardo R. González)

Roydel Aldereguí­a Hernández considera que todo es posible en un colectivo de mucha valí­a. «Yo dirí­a que en ocasiones resulta anónimo en la esfera mediática, pero sin ellos serí­a imposible garantizar a plenitud el trabajo de una institución de este tipo ».

Y con múltiples razones añade: « ¿Se imaginan un hospital sin lavar la ropa? ¿Qué serí­a de un centro en el que el menú no llegue al enfermo, o que no existan camilleros para trasladar a los pacientes? ».

Entonces recuerda aquel dí­a en que se reunió con su personal al iniciar la pandemia.

«No tení­amos experiencia en este tipo de enfermedad. Era nueva para todos y explicamos la importancia de la misión. Somos jóvenes en la mayorí­a y nunca dudamos de cuáles serí­an los resultados. Se decidió dividir el hospital en dos bloques, a fin de enfrentar el reto y proseguir la asistencia como institución dedicada a la oncologí­a territorial. Así­ empezamos en abril pasado; incluso, recibimos portadores del virus de la provincia espirituana y del episodio de transmisión local ocurrido en el Hogar de Ancianos número 3 de Santa Clara.

«Luego de un receso retomamos el trabajo relacionado con la COVID-19 en los primeros dí­as de enero de este año con el tercer rebrote, y si tengo algo digno que destacar es que de los 84 obreros con predominio femenino que se desempeñan entre los servicios de lavanderí­a, pantristas, auxiliares de limpieza, camilleros y ascensoristas, más de 36 ofrecieron su decisión voluntaria, desde un inicio, de enfrentar la epidemia y trabajar directamente en función de combatirla ».

Lavanderí­a del hospital Celestino Hernández Robau.
La lavanderí­a del centro abre sus puertas a las 5:00 de la madrugada cuando aún ni el sol ilumina a Santa Clara .(Foto: Roydel Aldereguí­a Hernández)

El resto, por problemas de salud o figurar entre los vulnerables, estaba dispuesto a seguir desde otra trinchera y pasó a la sección de Oncologí­a.

Para los humanos verdaderamente conscientes, cualquier esfera de los servicios en instituciones hospitalarias constituye una vértebra integradora de una gran columna. Un personal sin descanso, de lunes a lunes, y en el que las acciones de lavanderí­a abren sus puertas a las 5:00 de la madrugada cuando aún ni el sol despunta con las primeras luces del alba.

Un hospital que reclama la descontaminación diaria, y que a decir de Roydel Aldereguí­a: «Velamos por que todos los trabajadores en zona roja utilicen correctamente los medios de protección. Gracias a eso no hemos tenido ninguno contagiado, en función de cuidar la salud de ellos y la de sus respectivas familias que aguardan en casa ».

¿Satisfecho?

Ni satisfecho ni conforme, pero sí­ orgulloso del colectivo existente insertado a la realidad cubana. Cuenten siempre con nosotros.    

Mirielys, Lisandra y Roydel son rostros en primer plano. Ni médicos, ni académicos ni cientí­ficos, mas llevan en su alma el «doctorado » de la dignidad como cualidad más hermosa que engrandece la vida.

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