Última actualización: martes, 19 de marzo de 2024, 01:16
Consagración al oficio de hacer cigarros
La fábrica Ramiro Lavandero, de Ranchuelo, produce la marca de cigarro Popular, y lo hace en vetustas máquinas sobre las que se imponen la voluntad y experiencia de sus trabajadores.
Manos diestras de mujeres hacen posible cerca de 300 000 cajas de cigarrillos Popular diarias. (Foto: Narciso Fernández Ramírez)
Narciso Fernández Ramírez
@narfernandez
1873
03 Junio 2021
03 Junio 2021
hace 2 años
Son máquinas cigarreras de más de un siglo. Cien años de trabajo ininterrumpido las convierten en piezas de museo, pero el ingenio y la inventiva las mantienen en plena producción y en capacidad para elaborar 6 000 000 de cigarrillos en cada jornada de trabajo de ocho horas.
Para muchos resulta insólito el día a día de los cigarreros de Ranchuelo, quienes tienen en su fábrica Ramiro Lavanderos antigua Trinidad y Hermanos un templo de consagración a uno de los más genuinos de Cuba y orgullo de esta nación, dueña del mejor tabaco del mundo.
Una visita a la vetusta instalación, en ocasión del Día del Trabajador Tabacalero, nos permitió observar in situ la faena de decenas de hombres y mujeres que con su dedicación y esfuerzo hacen posible la elaboración de la conocida marca de cigarros Popular.
Breve historia de la fábrica ranchuelera
Según cuenta el sitio web cubano EcuRed y testimonia uno de los descendientes de la familia Trinidad fundadora de la reconocida marca Trinidad y Hermanos, los inicios se remontan a 1905, cuando Diego y Ramón Trinidad Velasco abrieron un pequeño chinchal para fabricar tabaco en el poblado de Ranchuelo.
El negocio inicialmente estuvo ubicado en un caserón frente a la estación de ferrocarril, y la prosperidad alcanzada en los inicios de la segunda década de los años 20 del pasado siglo, permitió la construcción del edificio que hoy ocupa, inicialmente de dos plantas, hasta que luego de 1926 le fuera construida la tercera.
Por entonces, los hermanos Trinidad habían pasado de elaboradores de tabaco a fabricadores de cigarrillos, para lo cual compraron maquinarias norteamericanas, algunas con fecha de fabricación en 1912.
El éxito comercial los convirtió en dueños de la fábrica cigarrera más importante del interior del país, que elaboraba marcas de reconocida calidad: Panetelas, Exquisito y Superfino; estas competían con otras, como Partagás, Regalías El Cuño y Competidora Gaditana, radicadas en La Habana.
Durante esas décadas republicanas no faltaron las luchas obreras por sus reivindicaciones laborales, con un sindicato fuerte y organizado, que tuvo entre sus dirigentes a Faustino Calcines, quien llegaría a tener una destacada trayectoria a nivel de país.
Una vez intervenida por la Revolución en 1960, la fábrica recibió el nombre de Empresa Cigarrera Ramiro Lavandero Cruz, Vegueros 4 A, en honor al combatiente ranchuelero del Movimiento 26 de Julio, quien trabajó allí a partir de 1944, y que fue asesinado por la tiranía de Fulgencio Batista en 1958.
En 1963, recibió la primera de varias visitas del entonces ministro de Industrias, Comandante Ernesto Che Guevara, cuya impronta se mantiene viva en el recuerdo de sus trabajadores.
Tropiezos e inventivas
La obsolescencia tan marcada de la fábrica ha ocasionado no pocos tropiezos productivos a lo largo de los últimos años, pero también ha puesto en alto la valía de sus trabajadores, empeñados en mantener la tradición cigarrera ranchuelera y competir contra otras marcas, como los Criollos de Holguín, dotada de mejores posibilidades tecnológicas.
Hace aproximadamente tres años, en octubre de 2018, los problemas de calidad obligaron, incluso, a rebajarle el precio a la cajetilla, de $7.00 a $5.00 pesos MN, pues cientos de ruedas se acumularon en los almacenes de la «Ramiro Lavandero ».
Por entonces, María del Carmen Denis Ramírez apenas se iniciaba como directora, y en reportaje publicado en Vanguardia por la periodista Idalia Vázquez Zerquera, expresaba la necesidad de mantener solo la marca Popular y no continuar produciendo los cigarrillos Criollos: «Se pretendía hacerlo con igual ficha técnica que el elaborado en nuestra homóloga de Holguín, mas no podemos compararnos con esa fábrica de tecnología de punta.
«La mayoría de nuestros equipos, provenientes de los Estados Unidos, datan de los años 1912 y 1914. Otros, de Alemania, fueron introducidos en 1950. Son máquinas obsoletas y carentes de piezas de repuesto, que funcionan gracias al ingenio de los innovadores ».
De entonces acá, el panorama tecnológico en nada ha mejorado, lo que ha acrecentado aún más el esfuerzo de los 345 trabajadores con que cuenta en la actualidad la fábrica, quienes laboran en un turno único de ocho horas, en un horario comprendido de 6:00 a 11:00 a. m. y de 1:00 a 4:00 p. m., con dos horas para el almuerzo en su vivienda, pues la inmensa mayoría reside en el poblado.
En diálogo con la directora, ya con tres años de experiencia en tan compleja función, conocimos que la COVID-19 ha dejado también su impronta negativa en la fábrica: un control de los obligó a una parada temporal, y también han tenido casos aislados de trabajadores contagiados. Por esta razón acumulan adeudos productivos, y al cierre de los cuatro primeros meses del año (enero-abril) de 2021 el plan se cumplió solamente al 94 % de lo planificado para la etapa.
También, sin que hayan detenido el flujo productivo por esa causa, han carecido de materiales que inciden en el proceso de elaboración de los cigarrillos. Además de la consabida falta de piezas de repuesto para una maquinaria inexistente en otros lugares del mundo, dada su antigí¼edad y tecnología.
Refiere Denis Ramírez que cinco máquinas imposibilitadas de usarse y otras 20 con déficits de piezas para reponer las ya deterioradas e inservibles: «Solo el ingenio y la pericia de los trabajadores hacen posible echar a andar cada día esa maquinaria tan atrasada ».
Al recorrer los talleres es evidente la obsolescencia tecnológica, pero también se observa la entrega y disposición al trabajo de sus obreros, en una buena proporción del sexo femenino, pues resulta un trabajo que exige concentración permanente y diestras manos para evitar trabas o roturas en el flujo productivo.
Los operarios de las máquinas hombres en su mayoría tienen que actuar con celeridad y maestría desde que entra la picadura hasta que sale convertida en cigarrillos. Y como 6 000 000 al día no es una cantidad pequeña, las mujeres demuestran una habilidad increíble para hacer 296 500 cajetillas (cada una con 20 unidades) con las que, agrupándolas a razón de diez, conforman 30 000 paquetes por jornada.
Froilán Ponce Arrieta es uno de esos magos que alargan la vida útil de la antiquísima maquinaria ranchuelera. Comenzó a trabajar en la fábrica en 1992 y en su haber, según su cuenta, tiene ya unas 200 innovaciones: «Esos hierros viejos los conozco como la palma de mi mano, pero hay que estar arriba de ellos cada día, pues en cualquier momento se crea el problema y se interrumpe la producción de una máquina, con el consiguiente atraso.
«Ya ninguna cuenta con piezas nuevas para reponerle, por eso, tenemos que inventar de aquí y de allá. Hacerle una que sustituya la rota, repararla si es posible; en fin, hacer maravillas para que funcione. Pero lo logramos, de una manera u otra, siempre lo logramos ».
Con ese espíritu, este 29 de mayo en la «Ramiro Lavandero » celebraron el acto por el Día del Trabajador Tabacalero, con el que cada año en esa fecha se honra a Lázaro Peña, el capitán de la clase obrera, quien ejerciera ese oficio de siglos en Cuba.
Conmemoración con sencillez, ajustada a las regulaciones higiénico-sanitarias que impone la COVID-19, pero no por ello alejada de la emotividad que conlleva el reconocimiento a sus trabajadores destacados.
Allí se ratificó el compromiso sindical de sobreponerse al atraso de 150 000 paquetes de cigarrillos y mantener el flujo productivo que asegure no solo cantidad, sino, sobre todo, la calidad del cigarrillo Popular fabricado en Ranchuelo.
Algo que agradece el paladar de quienes, aun conscientes del riesgo para su salud, deciden seguir fumando.