Laura Lyanet Blanco Betancourt
Laura L. Blanco Betancourt
@lauralyanet
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24 Septiembre 2015

Una filosofí­a de vida ha acompañado siempre a la profesora universitaria Lidia Cano Obregón: las personas a su alrededor la amarán o la odiarán, pero nunca la ignorarán. Mas, la habilidad mayor de esta mujer no consiste en el cariño o el desdén que despierte, sino en su capacidad de asombrar a todos, de distintas maneras. Eso es lo que, al final, y según encuestas informales, hace que la mayorí­a la amen.

Lidia Cano, profesora universitaria y floricultora. «Si bien se han manejado algunas propuestas para que los productores creen y comercialicen sus propias semillas, estas aún no se han concretado, y obligan a los floricultores a buscar las simientes por ví­as propias », comenta Lidia Cano. (Foto: Ramón Barreras Valdés)Sorprendió cuando se lanzó a la aventura de escribir un libro sobre postmodernismo, junto a una amiga, en los años del Perí­odo Especial; cuando los estudiantes descubrieron que la profesora de pose agraciada y elegante tení­a su raí­z campesina por las tierras de Falcón; cuando llegó al aula con un enrevesado sistema de calificación para la asignatura de Tendencias polí­ticas contemporáneas...

Pero la más atractiva de sus sorpresas es, quizás, la jardinerí­a. Un proyecto reincorporado a su vida, pues la infancia de la profe estuvo vinculada a ese milenario oficio, en la finca San Vicente, allá por las tierras placeteñas de Falcón.

«Mis hermanos y mi tí­o Esiquio Obregón trabajaron en los vergeles de aquí­ cerca. Otros familiares, aunque dedicaran sus tierras a frijoles, tabacos o maí­z, siempre hací­an una siembra marginal de flores.

«Imagí­nate, Falcón tiene una tradición bastante fuerte en la jardinerí­a, o la tení­a. Recuerdo que, cuando era chica, lo que más abundaba en las ferias del pueblo eran las flores, las plantas ornamentales. ¡Habí­a que ver cómo se llenaba todo cuando se acercaban fechas como el dí­a de las madres! Hasta daban premios para los mejores arreglos florales. Crecí­ en ese ambiente ».

Entonces, le resulta fácil el oficio...

No tanto. La jardinerí­a es un trabajo bastante exigente. Requiere arar la tierra, buscar fuentes de agua, prevenir enfermedades, igual que se hace con otros cultivos.

«Algunas flores demandan de un tapado, regularles la luz, la humedad, etcétera. Por ejemplo, las plantas tropicales como la heliconia o la alpinia, no pueden exponerse demasiado al sol, pero si les proporcionas sombra con otras plantas, estas pueden consumir todos los nutrientes del suelo e impedirte hacer un cultivo extensivo con la principal.

«Entre octubre y mayo, que es el perí­odo de reinado de las flores, se convierten en una tarea diaria. Constantemente tienes que cortarlas, regarlas, deshojarlas, quitarles la mala hierba a su alrededor. Por eso también resulta importante saber a qué escala producir, una manejable y que rinda frutos, pues en nuestro jardí­n solo trabajamos mi tí­o Esiquio, un joven de la zona y yo ».

¿Con qué variedades cuenta el jardí­n?

Tenemos gladiolos, dalias, cajigal, rosas, girasoles y nardos, los últimos cuatro ahora en producción. Hicimos una siembra marginal de alpinias con el objetivo de multiplicarlas, y también plantamos esterlilias y heliconias. Además, uno de mis hermanos me regaló semillas de clavel español, y dentro de poco irán a la tierra.

¿Tiene alguna ví­a formal para obtener las semillas?

Por ahora, casi siempre las obtenemos por gestiones propias. En ocasiones las compramos a otros productores, si no, las adquirimos de la misma finca, porque mi tí­o es fanático al tema de las semillas y sabe cómo obtener muchas de ellas.

Lidia Cano, floricultora.(Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Como Falcón fue lugar de muchos vergeles, en algunas casas encuentras variedades exquisitas. Así­ me pasó con las heliconias: las vi en un jardincito y las negocié. Porque las señoras de aquí­ no venden ni regalan las plantas, las cambian por otros ejemplares.

«Pero el tema de qué tienes o dónde puedes apropiarte de las cosas para crear todas las condiciones en tu jardí­n, constituye un problema. Una casa de cultivo, o una manta para el tapado son recursos que hoy necesitamos en la finca, y resulta dificilí­simo comprarlas. Tal vez las cosas mejoren después, pues recibimos una visita de varios compañeros del movimiento de la Agricultura Urbana y Suburbana, de la que sacamos algunas promesas de ayuda, porque optamos por la condición de finca de referencia nacional ».

¿Cómo combate las plagas y enfermedades de las plantaciones?

Bueno, en esta área no se desperdicia la sabidurí­a familiar. También recibimos ayuda de un técnico de la agricultura urbana, ingeniero agrónomo, que visita con frecuencia la finca. En ocasiones nos servimos de los laboratorios de Sanidad Vegetal porque, aunque uno crea que conoce bien una plaga determinada, puede equivocarse y, ante la duda, el remedio cientí­fico nunca sobra.

«Como tratamos de reducir al mí­nimo el uso de quí­micos, optamos casi siempre por recursos agroecológicos, como el humus de lombriz o la cachaza. Para repeler las plagas o mantenerlas en niveles aceptables, sembramos girasol, que sirve como planta hospedera; o marigold, cuyo peculiar olor repele a los insectos. Además, a través de la cooperativa compramos productos de Labiofam, bastante efectivos y poco dañinos ».

Esiquio Obregón, agricultor. «Nuestra idea es hacer de este un jardí­n de tipo Carmen, o sea, que además de flores tenga plantas productivas como las frutales y palmeras de pequeño alcance », explica Esiquio Obregón, jardinero y mano derecha de la profesora en las atenciones a las flores. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

¿Cómo comercializa las flores?

A través de la cooperativa, establecimos contratos con la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, la Universidad de Ciencias Médicas y la unidad de Servicios Comunales de Placetas. La CCS nos aprobó también un punto de venta. Lo construiremos a la entrada de la finca, justo al lado de la carretera, y venderemos ramos y espigas.

Después de casi 30 años entre alumnos y lecciones filosóficas, ¿por qué la floricultura?

Quizás porque cuando llevas mucho tiempo en una actividad, llega el momento en que te agotas, y necesitas buscar otros estí­mulos. No digo que me he cansado de dar clases, porque adoro mi trabajo, pero a veces se necesita un respiro, un descanso intelectual, y eso es justamente lo que me proporciona el jardí­n.

«Además, soy hiperquinética. Cuando tus hijos crecen, necesitas hacer algo con ese tiempo que dedicabas a sus tareas, los seminarios, la reunión de padres. Entonces recordé que tení­a esto: el jardí­n, las flores, cosas en las que me crié, que conozco y me gustan ».

¿Qué opina su familia de Santa Clara respecto a sus labores agrí­colas?

A veces mi marido y mis hijos me dicen que paso demasiado tiempo en el campo, pero no con la intención de reclamar porque ellos vienen a la finca y me ayudan.

«Cuando experimentas por primera vez algo fuera del sector estatal, donde has pasado la mayor parte de tu vida laboral, y ves que te sale bien, te llenas de una sensación muy reconfortante. Sabes que algunos dí­as dejaste a tu esposo solo con las tareas domésticas, a tus hijos también allá, pero ha valido la pena, y ellos comparten esa alegrí­a ».

¿Piensa en la floricultura como un proyecto por tiempo indefinido?

Cuando comencé, no tení­a idea de cuánto durarí­a el hobby, pues tengo bastantes responsabilidades en la universidad: doy clases de Filosofí­a y sociedad en la carrera de periodismo, y Filosofí­a polí­tica a los alumnos de Filosofí­a. Llegaba a Falcón y mi familia me decí­a: «Estás loca, terminarás desmayada, descansa un poco ». Pero después de pasarte horas estudiando un tema, investigando o lidiando con las exigencias de una tesis, la floricultura resulta un descanso para mí­, una especie de higiene mental que te desconecta de aquel trabajo y luego te hace volver a él con otra perspectiva.

«También encuentro material filosófico aquí­. Primero, siento lo que he hecho como la negación de la negación. No por el tema de suplantar las cosas seguidamente, sino porque vuelvo a Falcón y al campo con un conocimiento distinto, con una visión distinta de la que tuve cuando era niña o adolescente, y es muy gratificante.

«Además, en las asambleas de asociados de mi cooperativa, la CCS Lino del Rí­o, hallo el complemento a mis clases. Como profesora de teorí­a sociopolí­tica, me siento inmersa en los procesos que ocurren en el paí­s actualmente. Una trata de explicarlos mediante conceptualizaciones e hipótesis, pero en la cooperativa aprecias cómo se ven esos procesos en la praxis, a través de los problemas cotidianos del campesino, en una forma productiva especí­fica. Sus reflexiones y debates acerca de cómo mejorar algo, cómo implementar del mejor modo una decisión determinada, son cosas que enriquecen la teorí­a y te hacen trascender la cátedra. Por tanto, como no están reñidos la profesión y el oficio, el tiempo no es preocupación ».

Lidia Cano, floricultora villaclareña.(Foto: Ramón Barreras Valdés)

El entusiasmo no ha abandonado a esta mujer. Habla de la finca, el jardí­n y el futuro con la emoción de una colegiala en ví­speras de su graduación. La floricultura resulta para ella, además de una circunstancia retadora, la oportunidad de hacer su propio viaje a la semilla.

Demasiados son los recuerdos que guarda tras esas exaltaciones: el padre, un guajiro versátil, domador de caballos y protagonista de cursos polí­ticos para militantes del Partido; el arroyo en el que acostumbraba bañarse con los hermanos; los estantes de libros y los instantes de lecturas, con Anna Karenina y otros ejemplares que confiesa no haber comprendido hasta muchos años después.

Y cuando se le inquiere, buscando algún indicio de arrepentimiento o de debilidad ante un oficio tan exigente como la jardinerí­a... « ¿Crees que las flores me asustarán, después de haberme leí­do la Ciencia de la Lógica de Hegel en ruso? » ¡Ahí­ va el otro dato sorprendente del dí­a! Porque, a Lidia, asombrar se le da tan bien como la floricultura.

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