Como un rascacielos

En 55 años Vanguardia ha modificado el rostro en varias ocasiones y hasta una vez, con el «naranja», perdió su identidad.

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Periódico Vanguardia
Portada del 12 de abril de 1978, durante un recorrido de Fidel por Villa Clara. (Foto: Luis Machado Ordetx)
Mercedes Rodríguez García
Mercedes Rodrí­guez Garcí­a
2001
09 Agosto 2017

Desde su nacimiento, el 9 de agosto de 1962, Vanguardia celebra los cumpleaños de acuerdo con las circunstancias, recursos materiales y voluntad de sus directivos y dirigentes que los ha tenido entusiastas y apáticos, pero sobre todo en dependencia de la «redondez » de los aniversarios. De modo que el de este miércoles deberí­a transcurrir «por todo lo alto », que no quiere decir exactamente a la altura de dos pisos que levanta el edificio en Céspedes No. 5 e/ Plácido y Maceo.

Montaje VanguardiaVanguardia nació cuando yo tení­a 10 años, pero lo conocí­ a los 23. Me enamoré de él a primera vista. Los dos estábamos en plena lozaní­a. Él, noctámbulo y ruidoso a más no poder, me atrapó todo el tiempo ¡tanto ya! que en un antológico poema debí­ reconocer cómo «en cada cuartilla he dejado un poco de ser madre ». Ello, después que le di la espalda como secretaria y junto con él me fui haciendo periodista, que lo soy más de práctica y trastazos, que de tesis y academia, conseguidas a más corto término.  

Desde entonces a la fecha, cuánta historia registrada en la memoria de quienes aún estamos con la mente ágil y, de espaldas al calendario, llevamos con dignidad y orgullo frunces, presbicia, alopecia, canicies, cardiopatí­as, distensiones y adiposidades. Y cero nostalgias, cero evocaciones con ánimo de asentar que cualquier tiempo pasado fue mejor, que 20 años no son nada… / «Que febril la mirada/ errante en las sombras/ te busca y te nombra…/ »  

Sí­, porque las melancolí­as y las morriñas en lugar de entonar los ánimos, quiebran el espí­ritu y constriñen la alegrí­a. Otra cosa serí­a la necesidad de no olvidar ni desaparecer de un plumazo lo que fue, lo que fueron e hicieron los predecesores, nuestros muertos lejanos, o los que partieron hace apenas unos años, de pronto, sin muchas señales previas. Entonces ¡sí­!, como dice el tango gardeliano «Con el alma aferrada /a un dulce recuerdo…/ ». Pero hasta ahí­, que como canta Tony, el trovador cubano, «los que no son iguales son los tiempos ».  

Claro, en 55 años Vanguardia ha modificado el rostro en varias ocasiones y hasta una vez, con el «naranja », perdió su identidad. Largo serí­a un recorrido a los orí­genes,  un camino de ida y vuelta por el laberinto de las palabras a través de su existencia. Descarto pues el viaje a la semilla y me afianzo en los frutos, que ahora crecen de diferentes colores, olores y sabores a cuando lo conocí­ de cerca y me enamoré para siempre del papel y la tinta, que ahora es también web e internet, donde se le ve bien, y dinámico.

La edad, no importa. Los cincuentones también tienen su encanto, y elegancia, si la saben llevar.

Hasta hace poco se decí­a que un adulto alcanzaba su mediana edad antes de cumplir los 40 años y que a los 58 ya era «viejo ». Pero un estudio relativamente nuevo indica que hoy en dí­a la «edad madura » comienza a los 55, exactamente la que dentro de cuatro dí­as cumplirá Vanguardia. Nada, cuestión de actitud y de estado mental. Cierto, por fuera también hay que cuidarse, lucir agradables, pues como dice el refrán «el hábito hace al monje ».

Lo malo, lo irremediable es la apatí­a y el cansancio, sin encontrarle significado a lo que hacemos para nuestro propio bien y el de los demás. Y como el periodismo es ciencia y es arte, valen aquí­ asuntos de metodologí­a y estrategia, de estilo y de lenguaje, que vienen, no en latas de pintura ni en muebles renovados, sino en el ser humano, perfectible y atendible.

En fin, tenemos un Vanguardia sobrio y prudente, radicado en la santaclareña, cosmopolita y heterogénea esquina del «Boulevard de Céspedes », como ya comienzan a llamarle a la populosa calle. Un Vanguardia que se alza sin neón, tí­mido y desdibujado en el colorido entorno. En su cuerpo de dos pisos, no hay gran puerta ni portón, apenas una incongruente y metálica entrada por donde a veces veo subir fantasmas; y las más, veloces, a irreverentes gnomos y presumidas hadas con «la vida como único extremismo/ y una pequeña luz para soñar ». (También lo dice el trovador). Y punto.

Felicidades. Celebremos por todo lo alto, como si Vanguardia fuera un rascacielos. Ansiémosle siempre fuerte, robusto, saludable; andando al uní­sono, en el mismo sentido, con sus alegres e imprescindibles duendecillos, sin puntear servicios ni administración, cada cual respetable en lo suyo; honorable, en lo común. Bien lo sé, queridos que nos leen. De alguna, de distintas o de innúmeras maneras, todos somos su legado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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