
Viene «Irma » y se tiene esa sensación de susto, de corazón que late donde comienza el estómago. Se recoge la casa, se guardan las cosas. Son muchos años de entrenamiento en el arte de esperar a esos devoradores que crecen en el mar como un cíclope de nubes y vientos.
Ya viene «Irma » y uno lo extraña. Este no será un ciclón cualquiera. Será el primero sin Fidel, nuestro mejor cazahuracanes y experto meteorólogo.
A esta hora estuviera junto al Doctor José Rubiera, en la televisión, discutiendo trayectorias, haciendo preguntas, aclarando las dudas de todos.
Siempre con su traje verde olivo, y las botas negras. La gente con tan solo verlo en la pantalla comenzaba a sentirse más tranquila. Sabía que ni los ciclones podían con Fidel.
Luego partía para las zonas afectadas. Era la oportunidad de los periodistas de provincia para tenerlo cerca, al alcance de la mano.
En los lugares devastados, ahí estaba él; para dar el abrazo oportuno, ese que mengua la incertidumbre de quien se queda sin nada y lucha contra el vacío tras saber perdida su casa y cada una de las cosas que con tanto esfuerzo un día pudo tener.
Su paso, tenía más intensidad que la categoría 5 en la escala Saffir-Simpson. Revolucionaba todo a su paso. Hacía de la recuperación un proceso acelerado.
«Irma » viene y el país se prepara. Los vecinos abren las puertas de sus casas para quien lo necesite. Se oye el claveteo de una ventana. Un hombre joven asegura la tapa de los tanques.
La Defensa Civil insiste en las precauciones que se deben tomar. Los evacuados parten para los centros establecidos. En la televisión también se notó la ausencia del querido Rubiera (a quien ya tenemos en nuestra pantalla), pero los partes llegaron y siguen llegando a su hora y con claridad.
«Irma » viene y el país se prepara bien, pero a mí todavía me falta algo. Podría buscarle muchos nombres a esa sensación; pero la verdad es que lo extraño. Siento nostalgia por Fidel.