Grande fue la conmoción que vivió Santiago de Cuba con el brutal asesinato de Frank País García, el 30 de julio de 1957. Su muerte en plena vía pública, ante la horrorizada mirada del vecindario, constituyó una afrenta de la dictadura a la sensibilidad de un pueblo profundamente revolucionario.
El crimen colmó la ira de los santiagueros frente a un régimen despótico que días atrás segó la vida de Josué, el más joven de los hermanos País. La indignación popular se trocó en fuerza irrefrenable y rompió los diques de la represión batistiana, hasta desbordar las calles de la urbe oriental.
¡Mataron a Frank! ¡Mataron a Frank! Fue el angustioso grito precursor de la huelga general que esparció a los cuatro vientos la inaudita noticia, cuyos ecos llegaron con toda crudeza a los predios cercanos a la Catedral, donde ajena a los acontecimientos estaba doña Rosario, la madre del héroe caído, en busca de unas fotos de carné.

Enterada del suceso acudió presurosa al lugar del crimen en el Callejón del Muro.
«Me acerqué al policía de guardia narró la anciana. ¿Podría ver a ese joven que acaban de asesinar? » suplicó.
« ¡No! » fue la respuesta insolente.
«Regresé a la casa apuntó ella, preparé gasa, formol y algodón. Tomé una máquina de alquiler hasta el Cementerio Santa Ifigenia. Yo misma taponeé el cadáver… ».
Apenas un año antes de esos hechos Frank estuvo en Santa Clara. Andaba en los trajines de coordinar el apoyo de la provincia al inminente arribo del Granma por las costas orientales. Numerosos cuadros del Movimiento 26 de Julio y luchadores clandestinos de la localidad tuvieron la ocasión de reunirse con él y trazar planes, confraternizar.
Una entre ellos fue la destacada revolucionaria Haydée Leal, quien plasmó sus recuerdos del héroe santiaguero en el libro La clandestinidad tuvo un nombre: David, de Yolanda Portuondo.
En su casa lo esperaban ese día. Ella, por referencia conocía su historial e imaginaba que se trataba de un dirigente oriental de complexión fuerte, alto y de grandes bigotes. Por eso, cuando aquel jovencito de pantalón caqui, color beige, pulóver blanco, mocasines amarrillos y unos muñequitos debajo del brazo llegó con Bertica, una niña de 14 años, hija de Margot Machado, no lo asoció con la persona que aguardaban.

Los compañeros, que en espera de la reunión permanecían en el cuarto, sí lo reconocieron a través de una rendija en la puerta. Enseguida salieron a saludarlo. Alguien se dirigió a Haydée: ¿Tú no querías conocer a Frank País? ¡Ahí lo tienes! Muy sorprendida lo enfrentó. ¡No me digas que tú eres Frank País! Él, a su vez, también asombrado, le preguntó por qué empleaba ese tono.
«Sucede contestó ella que yo te concebía con otras señas, y resulta que prácticamente eres un niño ». Luego confesaría que al muchacho le impresionó aquello, y pronto se estableció entre ambos una corriente afectiva.
«Ese encuentro precisó ocurrió el 20 de octubre de 1956. Lo sabía porque al día siguiente le celebraron el cumpleaños a Cheché Alfonso. Le compramos un cake, y como no teníamos velitas le pusimos una vela muy gorda o un bombillo… Frank se rio muchísimo y manifestó: “Ustedes si viven un clandestinaje simpático. Están clandestinos y se divierten. Así es como debe ser†».
Frank estuvo también en la casa de Osvaldo Rodríguez, igualmente con Bertica, quien se lo presentó como un miembro del 26 de Julio. Él, sencillamente, dijo: «Yo soy Frank País ». Allí insistió en el motivo que lo trajo a esta región, relacionado con la preparación de acciones de respaldo al desembarco de los expedicionarios.

Al mediodía el anfitrión lo invitó a almorzar. Más tarde subieron a la azotea, desde la que se divisaba perfectamente el Regimiento Leoncio Vidal. «Qué buena posición comentó tiene tu casa. Desde aquí se le puede disparar unos cuantos morterazos a esa fortaleza ».
La valoración de Osvaldo sobre la personalidad de Frank, al igual que la de Haydée, quedó registrada en la publicación antes mencionada. En esas páginas expresó el villareño:
«Apenas hablaba, pero al mismo tiempo impactaba su manera de ser, a pesar de su juventud. Pasada la primera impresión, cuando uno conversaba con él, se iba cogiendo otra imagen. Era serio, no reía mucho. Me parece que lo que más le gustaba era escuchar y hacer preguntas ».