«Ven, musa de los pesares, / Ven con el viento que zumba / A sollozar en su tumba/ Melancólicos cantares. /¿Oyes? los patrios palmares / Con susurro lastimero / Lloran al mártir severo, / Que allá en nuestro suelo hermoso / Fue soldado valeroso / Y excelente caballero».
Así describiría, en versos, el patriota y poeta bayamés José Joaquín Palma el dolor de la Patria tras la muerte de su padre mayor, quien trascendió su tiempo histórico para inmortalizarse en la memoria de un país a partir de aquella jornada aciaga del 27 de febrero de 1874, en San Lorenzo.
Allí, en medio de ese paraje de la Sierra Maestra, libró su último combate Carlos Manuel de Céspedes, el Iniciador. Había muerto el héroe. Pero nacía entonces su leyenda cierta.
Y no podía ser de otra manera con el hombre que levantó en armas por vez primera a un pueblo contra la ignominia y la opresión; aquel que fue capaz de los mayores sacrificios personales en nombre de la libertad; y que, a decir del Apóstol, con honor, bajó de la presidencia cuando se lo mandó el país.
No en vano, al reseñar la escena final que apagó su épica existencia, el Coronel del Ejército Libertador, Manuel Sanguily expresó: «Céspedes no podía consentir que, a él, encarnación soberana de la sublime rebeldía, le llevaran en triunfo los españoles, preso y amarrado como un delincuente». Y así, «herido de muerte por una bala contraria, cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo», el Viejo Presidente que, años antes, había jurado: «cubanos: con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación».
Precisamente, en ese epitafio de vida se resumía el decoro de un ser excepcional que, como afirmó el ya fallecido Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, fue más grande por su condición humana. «Era irascible y de genio tempestuoso y entre los sacrificios que le impuso la Revolución, el más doloroso, como lo confesó por escrito, fue el de su carácter.
«Él fue, dentro de su generación, el hombre capaz de leer y descifrar los códigos ocultos que dan fundamento a una nación», resaltó también, en uno de sus escritos, el doctor en Ciencias Históricas Rafael Acosta de Arriba, quien ha sido un acucioso investigador de la vida del Padre de la Patria.
Incluso, el propio líder histórico de la Revolución, Fidel, reconoció en Céspedes al patriota «que simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo ,heterogéneo todavía, que comenzaba a nacer en la historia».
Por eso hoy, a 151 años de su tránsito hacia la inmortalidad, la Patria honra su legado, que es también otra manera de seguir defendiendo nuestro ideal de independencia. (Mailenys Oliva Ferrales)