La vida y la obra de Haydee Santamaría no puede restringirse de ningún modo, como ha ocurrido a menudo, a unos pocos hechos o a un periodo en específico. La coherencia de sus actos y de su conducta está presente también en su pensamiento y en su liderazgo, que se extendió mucho más allá del espacio de la cultura y de las fronteras de Cuba.
Admirada y querida por políticos, intelectuales, artistas y luchadores sociales de toda la América Latina y el Caribe, esta mujer cubanísima se convirtió en un símbolo en el que se articulan, de manera perfecta, la campesina, la guerrillera, la martiana, la comunista, la promotora de grandes creaciones culturales y la internacionalista solidaria con las causas progresistas de todo el mundo.
Entró en la historia con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en cuya organización participó desde el inicio. Perdió en esas acciones a entrañables compañeros. Su hermano Abel y su novio Boris Luis Santa Coloma se cuentan entre los combatientes que fueron cruelmente torturados y asesinados.
La declaración de Haydee en la quinta vista de la Causa 37 constituyó una contundente denuncia de la maquinaria de terror y muerte que la dictadura de Fulgencio Batista desató tras la captura de los asaltantes. Fue excarcelada después de casi siete meses de prisión y continuó desde la clandestinidad, entregada a importantes y complejas misiones. Había que conseguir la liberación de Fidel Castro y del resto de los moncadistas, y resultaba indispensable publicar y difundir el alegato del líder revolucionario ante sus jueces: un documento crucial que, a partir de su primera impresión, sería conocido como La historia me absolverá.
Haydee participaría, además, en la fundación del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, cuya Dirección Nacional integró desde el primer momento. Fueron decisivas sus contribuciones a los preparativos del levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, en Santiago de Cuba; a los esfuerzos para dar a conocer internacionalmente la verdad de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra, a través de medios influyentes; y ya en el exilio, en Estados Unidos, a la recaudación de fondos para comprar armamento y otros recursos imprescindibles para las tropas rebeldes.
Una vez alcanzado el triunfo, se consagraría al proyecto revolucionario en ámbitos disímiles. El más conocido y perdurable fue su intensa labor al frente de la Casa de las Américas.
Haydee fue una mujer apasionada e íntegra. Su lealtad a la Revolución Cubana y al liderazgo de Fidel no tuvo fisuras. Su fe en el triunfo de la justicia y su comprensión del papel de la cultura en la liberación del ser humano no decayeron jamás.
Su pensamiento está indisolublemente ligado a su vocación revolucionaria. Su modo peculiar de imbricar la historia, el presente y el porvenir da cuenta de una sensibilidad que reaparece en todos sus textos y en aquellas obras que impulsó.
Pocos temas de su tiempo le fueron ajenos. Siempre preservó el compromiso y la solidaridad con las luchas por la total independencia de los pueblos del Sur, en especial con Vietnam, con Puerto Rico, con los movimientos antirracistas en Estados Unidos, con el Chile de Allende, con la Nicaragua sandinista.
Sus insuficientes estudios –apenas culminó la enseñanza primaria– no le permitieron alcanzar un título universitario; pero su afán de autosuperación, la experiencia ganada en la construcción revolucionaria, su especial don de gentes, su asombrosa intuición, y su modo de pensar y crear la cultura, la convirtieron en una figura excepcional dentro de la Revolución Cubana; ajena a todo dogma, a todo esquema, a toda falsa solemnidad; capaz de comprender en profundidad y de un modo único la historia y los desafíos de su tiempo, y de pensar de manera enteramente original, con inteligencia y corazón.
El pensamiento de Haydee Santamaría, resultado de su época y de su compromiso, pero siempre audaz, nunca dogmático ni retórico, puede seguir aportando al ideario de la emancipación en el presente y en el futuro, así como a las luchas de Cuba y otros pueblos por toda la justicia.
Es por ello que, como escribió Retamar en el poema que le dedicó a su muerte, la seguimos necesitando. (Ana Niria Albo Díaz) (Jaime Gómez Triana)