
Los meses vividos en este 2020 han sido duros. Comparables, quizá, con aquellos del período especial de los años 90 del pasado siglo, pues han coexistido circunstancias parecidas, como la relacionada con el recrudecimiento del bloqueo contra la isla, unido a una pandemia que ha trastocado al planeta y ha demostrado lo desigual e injusto del mundo que el propio hombre ha construido.
Cuba ha enfrentado con entereza la terrible COVID-19, y los resultados son plausibles, a pesar del rebrote de la enfermedad en los últimos días. La máxima dirección del país no ha escatimado esfuerzos para proteger la vida de cada uno de sus hijos. Sin embargo, los costos no han sido pocos y la vida del cubano se resiente en condiciones tan atípicas.
En este difícil contexto, la inmensa mayoría del pueblo se ha volcado a buscar soluciones y a trabajar duro para salir adelante. Otros han querido aprovechar la coyuntura para sacarle provecho y beneficio personal; entre ellos los acaparadores y especuladores, y figuras igualmente nocivas a la sociedad: coleros y revendedores.
La batalla contra ellos, denominada por su alcance Operación Popular y emprendida hace más de un mes, ha tenido resultados positivos. Más allá de los números, lo esencial es que se respira en la población un sentimiento de alivio y agradecimiento, pues aunque las colas son, y serán inevitables, resultan más llevaderas y nos permiten traer a casa productos de primera necesidad.
En el caso de Villa Clara, en particular Santa Clara, mucho ha contribuido también el sistema de vincular todas las bodegas a las cadenas de tiendas Caribe y de la corporación Cimex, experiencia que ya se aplicaba en otros municipios de la provincia. Una decisión gubernamental que, sin ser perfecta, ha tenido un impacto favorable, con comentarios mayoritariamente positivos y, sobre todo, resultados evidentes, pues personas que no habían adquirido ningún artículo, ahora han podido hacerlo y sin la presencia de los molestos coleros.
No obstante, queda mucho trecho por andar y mala hierba por desbrozar, pues las carencias de productos del agro y otros alimentos vitales para la alimentación cotidiana han hecho proliferar las adulteraciones de precios. También han contribuido a que cada cual ponga, e imponga, el de su conveniencia, a pesar de que los llamados precios máximos o topados, establecidos por el Consejo de Gobierno, se mantengan vigentes, tal como declaró en fecha reciente el vicepresidente del Consejo de Defensa Provincial y gobernador, Alberto López Díaz.
Basta recorrer la geografía villaclareña, o la insular, para darse cuenta de que en ciertas personas impera solo un signo monetario, sin importarles que una libra de malanga pueda superar los 15 pesos y un pedazo de calabaza los cinco. Para esos, solo vale el «Poderoso Caballero, don Dinero », de los versos del poeta español Francisco de Quevedo.
El domingo anterior pude constatar cómo una mano de plátanos, de los llamados burro, costaba 20 pesos y no había aguacate por debajo de los diez; el boniato superaba los siete y la libra de guayaba no bajaba de seis «guayacanes », término empleado por el maestro de periodistas Roberto González Quesada para referirse al dinero.
De esos desatinos tampoco escapa el aún llamado mercado de oferta y demanda de la cabecera provincial, pues unos precios son los de las tablillas informativas y otros bien distintos los de venta de las mercancías; por supuesto, con una diferencia siempre por encima, en una franca violación de los precios topados, de lo que se hacen de la vista gorda no pocos de los responsables de impedirlo.
Claro, la subida de los precios y la especulación con los productos deficitarios son el efecto visible de una causa esencial: el desabastecimiento de nuestros mercados, placitas y tiendas de productos industriales, por mencionar algunos de los espacios estatales, debido a la crisis global, el recrudecimiento del bloqueo imperialista y nuestras propias insuficiencias.
Recientemente, el Consejo de Defensa Municipal de Santa Clara evaluó el sensible asunto de la producción alimentaria, y tal como reseñó la colega Laura Seco, salieron a relucir incumplimientos en la producción de leche, atrasos en la siembra y el deterioro del autoabastecimiento municipal, uno de los renglones más importantes y sensibles para el pueblo, pues de las 30 libras per cápita de viandas, hortalizas y vegetales, en el mes de agosto solo se entregaron 12.2 lb.
Un panorama más o menos similar al de otros territorios, salvo excepciones. De ahí la necesidad de incrementar los volúmenes de producciones, que deben conseguirse en los meses subsiguientes, sobre todo de yuca, plátano y algunas hortalizas para fin de año, según han manifestado directivos de la Agricultura.
Ahora todo se vende y revende, dígase panes, dulces, masa para elaborar pizzas, productos agrícolas, industriales y de cualquier índole. La ausencia de importaciones por la COVID-19 también influye; no hay tubo de PVC, herrajes, lámparas, candados, entre otros artículos, que no tengan precios por las nubes, para no hablar del cemento y la carne de cerdo.
Son tiempos difíciles, sin duda alguna. Hay una crisis global de la que tampoco nosotros escapamos. Para el pesimista, no existe salida posible; para el optimista, es otra oportunidad para crecernos, como siempre lo hemos hecho.
Así lo reafirmó Albert Einstein en una frase que no por conocida deja de tener un alto grado de positividad. El genio alemán de la Física, creador de la famosa teoría de la relatividad, al referirse a los tiempos de crisis, afirmó: «La crisis es la mejor bendición que puede sucederles a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nacen la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones ».