La magia que rompe el silencio

Una reflexión intimista sobre los efectos de la discriminación.

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Caricatura de Alfredo Martirena sobre el lenguaje de señas.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Niurys Castillo Hernández
Niurys Castillo Hernández
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17 Octubre 2024

Miras el mundo de forma diferente. Sonríes al paso constante de otro amanecer sonoro. Para ti no hay ruidos ni estruendos, solo una leve melodía entre el crepúsculo y el silencio.

Andas sin prisas. Ante el paso agitado del bullicio social respondes apacible y aventurero. Caso omiso haces al claxon de coches y a los transeúntes. Aguzas la vista y, gracias a ello, el conteo de tus huellas se hace exacto.

Al cambio de acera le sucede un saludo. Quizá no escuches la pronunciación de sus letras, pero tu compañera esboza una sonrisa cuando confirma que leíste sus labios. La comunicación suele ser difícil. Sin embargo, el transcurso del tiempo la vuelve locuaz y serena.

En tus andares cotidianos se hizo habitual el lenguaje de señas y ciertas articulaciones carentes de sincronismo. Al principio resultó frustrante. Te costó entender que eres parte de un grupo privilegiado, llegados para enseñar y proteger el amor.

Al apoyo psicológico le antecedieron besos y caricias paternales. La voz de mamá tornó tu audición más activa. Solo ella pudo adentrarse en ese universo personalizado. De papá aprendiste la perseverancia y la lucha diaria. En su gesto de querer de más te abrió las puertas al oficio de escribir tu propia historia.

Cerca de tu oído derecho, un aparato inició el concierto del mundo real. Años de tratamiento surtieron efecto en aquel tímpano dañado. Un regulador armonioso te brindó el contacto con los cerca de 70 millones de personas que componen tu comunidad.

De tus profes absorbiste sabiduría y comprensión. Lidiar con una sociedad intransigente y demandante supone un desafío, pero bien sabes que en las dificultades están las notas que guían el avance.

Añoras la buena música y el ritmo popular. Las ondas de su sonoridad se captan lejanas, casi imperceptibles. Al cantar de los pájaros le faltan silbidos, y a la noche, su concierto de grillos inoportunos.

Poesía, narrativa y teatro adoptaron tu cultura simbólica, y de un coro de manos salen los mejores cánticos de un atardecer.

Al llegar a casa, el silencio de un beso roza tu mejilla. Dos manos pequeñas penetran el vacío auditivo de tu sistema. Te estremeces, y suspiras un te quiero. En ese instante, la discriminación se hace nula y tu cuerpo comienza a brillar, porque solo los seres especiales son merecedores de la magia que rompe el silencio.

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