Por estos días un concepto irrumpe la cotidianidad del cubano: nueva normalidad. Una manera de expresar el paso del archipiélago a una etapa superior de enfrentamiento a la COVID-19, y de llevar a vías de hecho la estrategia de desarrollo económico-social diseñada para enfrentar la crisis económica mundial que vive el mundo y los efectos negativos del recrudecimiento del bloqueo.
En ello es clave la responsabilidad, pues de eso se trata. Tenemos que aprender a convivir con la peligrosa enfermedad y adoptar estilos de actuación ajustados a esa relativa nueva manera de enfrentar la vida y hacerlo con el mayor de los optimismos; pero también con las mayores muestras de apego al cumplimiento de los protocolos sanitarios y de las normas establecidas por el Sistema Nacional de Salud.
En ese tránsito —que al parecer demorará aún buen tiempo hasta que aparezca la vacuna y la humanidad aprenda a convivir con el SARS-CoV-2—, cuatro medidas resultan indispensables para preservar la salud: uso obligatorio del nasobuco en espacios públicos, desinfección de las manos y de las superficies, distanciamiento físico y vigilancia activa.
Todas, al parecer, sencillas, mas no lo suficientemente cumplidas, pues aglomeraciones y violaciones de la distancia estipulada entre personas sobran acá en Villa Clara. Al igual que no usar la mascarilla como barrera de protección contra el virus y/o utilizarlo al descuido, como babero. Basta salir a la calle para darnos cuenta de cuánto irresponsable las andan y desandan, «en el mejor de los mundos», como Pangloss, personaje de la novela Cándido, del filósofo francés Voltaire.
Pasar a una relativa «nueva normalidad» —entrecomillada, sí, porque lo será realmente cuando hayamos vencido a la pandemia—, no significa regresar a siete meses atrás, antes de aquel fatídico 11 de marzo que reveló el primer caso en Cuba, pues el virus está latiente y presente en nuestras vidas, y puede en cualquier momento dar el zarpazo y tomarnos en sus garras letales e invisibles. Esa realidad no puede ser obviada, y quien lo haga pagará sus consecuencias, ya que se vive en el mundo un rebrote de la enfermedad, del cual el país no ha estado exento, incluida nuestra provincia, con dos casos positivos detectados hace poco más de una decena de días.

En diálogo reciente con Vanguardia, el gobernador Alberto López Díaz insistía en apegarse a lo normado por el Ministerio de Salud Pública y lo explicado por el presidente, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en relación con el cuidado individual y colectivo; aunque en un estadio superior que asegure sumarnos a la producción y los servicios, y dar el salto cualitativo requerido por nuestra menguada economía.
Como toda Cuba, Villa Clara necesita seguir produciendo para continuar avanzando, sin obviar que el patógeno sigue acechando cualquier descuido: «El levantamiento de medidas más restrictivas condiciona un actuar individual más responsable; aunque también exige igual actitud de las administraciones. Si cumplimos lo establecido, la provincia puede asegurar el control de la enfermedad y seguir avanzando, pues en no pocos renglones productivos se marcan pautas en el país, pero solo si no existen indolencias e irresponsabilidades», reiteró.
A la alegría del paso a esa condicionada y relativa nueva normalidad desde el lunes 12 de octubre, se han sumado durante toda la semana las esclarecedoras intervenciones de nuestros dirigentes en el programa Mesa Redonda, que, sin duda, han insuflado optimismo y han demostrado que el país no está detenido en el tiempo, y que junto a la batalla contra el nuevo coronavirus se lucha también en el frente económico-social, tan vital y decisivo como el sanitario.
Se han desbaratado bolas e infundios sobre el proceso de unificación monetaria y cambiaria, uno de los pasos, pero no el único, de la Tarea Ordenamiento, ratificando que nunca serán medidas de choque ni neoliberales, por lo que ningún cubano quedará desamparado ni abandonado a su suerte.
El pueblo ha podido conocer el camino a recorrer para la soberanía alimentaria —complejo y lleno de retos— pero delineado de manera científica y revolucionaria, tal y como nos enseñaron Fidel y Raúl. El mismo derrotero que ahora siguen las nuevas generaciones de gobernantes, sin desviarse del rumbo socialista de dichas transformaciones.
Satisface escuchar las diáfanas intervenciones del vice primer ministro y ministro de Economía, Alejandro Gil Fernández, convertidas sus explicaciones en clases magistrales, por su didactismo y fácil comprensión. No hay edulcoraciones de una realidad que se torna difícil y escabrosa, con decisiones y medidas nada sencillas y algunas hasta controversiales, y, por lo tanto, no existe el engaño al pueblo ni mucho menos politiquería barata, como la de antaño.
Vivimos tiempos complicados, demasiado complicados. Pero el camino no está cerrado y se vislumbra un derrotero. En la lucha contra la COVID-19 no estamos a la defensiva, al contrario. Somos el único país del sur del río Bravo que trabaja en una vacuna contra la letal enfermedad, con un nombre hermoso y simbólico: Soberana 01.
Tampoco estamos de espaldas a la enrevesada situación de la economía, estratégico campo en el que también se buscan soluciones a corto, mediano y largo plazos para enfrentar la crisis y salir airosos.
Las siguientes palabras del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, al resumir la Mesa Redonda del pasado jueves 8 de octubre, sintetizan la voluntad del Estado cubano para cumplir la palabra empeñada con el pueblo desde el 1.º de enero de 1959:
«Son momentos para potenciar la buena voluntad para hacer y la energía para crear y la unión de propósitos para vencer. […] para nuestro pueblo no hay imposibles, todo lo podemos vencer. […] cada día es una oportunidad para probar que sí se puede como nos enseñó Fidel, como nos probó Raúl, como estamos demostrando todos. […] El amor por Cuba nos une y nos moviliza y ese amor nos salvará.
«Pensar como país es pensar en el futuro. […] ¡Fuerza Cuba que estamos venciendo!».