

¿Dónde está el espíritu de Marta Abreu, la dama que puso toda su fortuna a favor de la patria y su adorada Santa Clara?
Para muchos, Marta de los íngeles Abreu Arencibia, nacida el 13 de noviembre de 1845, está convertida en bronce en esa majestuosa escultura situada en el parque Vidal, con su mirada hacia el coliseo que construyó para los pobres de la ciudad.
Para otros, vive en sus obras, esas que aún perduran y nos hacen saber de su bondad infinita y su alma caritativa y dadivosa: el teatro La Caridad, los lavaderos públicos, el asilo de ancianos, la planta eléctrica, el obelisco a los padres Juan de Conyedo y Hurtado de Mendoza, las escuelas para niños pobres, la estación meteorológica...
También la encontramos en la mayor institución académica de Villa Clara, la querida Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas, que se honra con su nombre, y ahora a las puertas de su aniversario 70 de fundada.
Es que está en tantos lugares… porque decir Marta es decir Santa Clara y decir Cuba; su patriotismo rebasó las fronteras de su ciudad y su isla, y fue la mujer que mayores donaciones de dinero hizo a la causa de la independencia.
Pero, sobre todo, Marta Abreu habita en el corazón de los santaclareños, quienes se sienten orgullosos de que su patria chica, la cosmopolita y sin mar, lleve su nombre, junto al del Comandante Ernesto Guevara: la Ciudad de Marta y el Che.
Sus contemporáneos la describían con unos hermosos ojos verdes y un gran temperamento. Amó a sus padres con la devoción de una hija buena, y en homenaje a ambos fundó las escuelas Pedro Nolasco para niños pobres y Santa Rosalía para las niñas.

No obstante, no tuvo reparos para enfrentar a sus padres y casarse con el amor de su vida, el abogado matancero Luis Estévez Romero, a quienes sus progenitores rechazaban por su origen más humilde. La boda, efectuada el 6 de mayo de 1874, se celebró sin la presencia de sus ellos, y solo el nacimiento de su hijo Pedro, al siguiente año, vino a reconciliar a la familia.
De un viaje a Suiza trajo la idea de construir lavaderos públicos para las mujeres pobres de su ciudad y mandó a construir cuatro: dos en las márgenes del río Bélico y los otros dos en las riberas del Cubanicay.
El 15 de julio de 1886, en ocasión de conmemorarse el aniversario 197 de la fundación de Santa Clara, tuvo la inspiración de erigir el primero de los monumentos enclavados en la entonces Plaza de Armas, hoy parque Leoncio Vidal: un obelisco dedicado a la memoria de Juan Martín de Conyedo y Francisco Hurtado de Mendoza. Fue construido en Filadelfia, con granito de Boston en color gris, y honra a dos hombres que mucho hicieron por la educación y la salud de la otrora villa.

En 1894, doña Marta construyó y habilitó una estación meteorológica, de las más avanzadas de la época, para ser operada por el prestigioso meteorólogo villaclareño Julio Jover Anido.
El 28 de febrero de 1895 inauguró la planta eléctrica y la estación de ferrocarril, y al día siguiente, el dispensario para niños pobres nombrado El Amparo, que suministraba atención médica y medicamentos gratuitos para los infantes.






En 1899 le obsequió los instrumentos a la banda de música del Cuerpo de Bomberos; ello, además de prestigiarla, ofrecía la posibilidad de utilizarlos en actividades que permitían incrementar los ingresos para su sustento.
Contribuyó a las reformas que se hicieron en la iglesia del Buen Viaje y en la de Encrucijada.
Pero, sin duda alguna, su obra cumbre fue el teatro La Caridad, inaugurado el 8 de septiembre de 1885, y convertido en la principal institución cultural de Santa Clara y la provincia.

Marta fue una dama toda bondad y, también, la patriota inma culada que rechazó el título nobiliario de condesa de Villaclara que le quisieron conceder en 1895 las autoridades españolas.
Fue, además, la cubana que, desde el exilio en París, hizo los mayores aportes monetarios para la independencia de Cuba: «Dejadme. Mi última peseta es para la Revolución. Y si hace falta más y se acaba el dinero, venderé mis propiedades, y si se acaban también, mis prendas irán a la casa de venta, y si todo eso fuera poco, nos iríamos nosotros a pedir limosnas para ello y viviríamos felices, porque lo haríamos por la libertad de Cuba ».

Máximo Gómez ponderó sus virtudes patrióticas cuando en visita a Santa Clara, el 13 de febrero de 1898, expresó: «No saben ustedes, los villareños, los cubanos todos, cuál es el verdadero valor de esta señora. Si se sometiera a una deliberación en el Ejército Libertador el grado que a dama tan generosa habría de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo grado que yo ostento ».
Acompañó a su esposo en su condición de vicepresidente de la República durante el gobierno de Tomás Estrada Palma, y al renunciar Luis Estévez al cargo, regresó a París, donde falleció el 2 de enero de 1909 a consecuencia de complicaciones derivadas de una operación de apendicitis. Tenía, apenas, 63 años cumplidos.
Lea:
La Augusta Patricia
Los secretos nativos de Marta
El 20 de febrero de 1920, los restos mortales de Marta y Luis, quien se quitara la vida un mes después de la muerte de su idolatrada esposa, llegaron a Cuba a bordo del vapor Flandres. Desde entonces, ambos descansan en la tumba de la familia Abreu Arencibia, en la necrópolis de Colón.
Esa fue Marta, y mucho más que lo que estas pocas líneas pueden recoger de su paso por el mundo. Evocarla en el aniversario 177 de su natalicio es un deber de cubano, de villaclareño y, sobre todo, de santaclareño. Recordar sus obras, su altruismo, su pasión y amor por la patria y el terruño natal, nos es necesario, pues alimenta el espíritu y fortalece sentimientos y convicciones.
Hablar de Marta es importante, pero aún lo es más, ser como Marta. A eso aspiramos.