2512
12 Marzo 2016

Luis Orlando Pantoja Domí­nguez, recibió este viernes, 11 de marzo, el Premio Nacional de Periodismo José Martí­ a la Obra de la Vida. Premio Nacional de Radio 2014. Poquí­simos saben que le llamaban Lucho. El apelativo no aparece siquiera en una de esas biografí­as que nunca se ha sentado a redactar, «porque otros se han encargado de hacerlas, y yo de vivirlas »... ¡Y de qué manera! Porque desde que su dulce y bondadosa madre lo parió, el 12 de enero de 1933, Luis Orlando Pantoja Veití­a no ha dejado de descolgarse a todo riesgo entre soles y lunas, en una inverosí­mil calistenia que lo ha mantenido vital, inteligente y galán.

orlando pantojaSi no fuera periodista, serí­a maestro. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Lo de Lucho fue en Ecuador, adonde llegó en 1957, una de las 11 veces que salió de la cárcel, en este caso gracias a una institución jurí­dica conocida por Habeas Corpus, y luego de exiliarse en la embajada de ese paí­s en La Habana. Allá, en el centro del mundo, firmó por primera vez papeles matrimoniales y nació su primogénito. Luego, otros cinco casamientos e igual número de hijos lo convertirí­an en abuelo de siete nietos. Pero desde hace 26 años su vida es de Olga, una compañera que lo supo conquistar definitivamente por su «mente rápida y capacidad para hacer varias cosas a la vez, entre ellas, seguirme ».

Debes habértele escapado al diablo, Pantoja. Tu historia es bien larga, y mejor que cualquiera de esas zagas del cine y seriales de la televisión. No dejas de ser un trotamundos, un andariego, el periodista más itinerante que he conocido. Has criticado, denunciado, retado, enjuiciado micrófono de por medio. Has escrito hasta novelitas rosas a lo Corí­n Tellado. En tu vida hay de todo: asaltos, luchas, misiones, desafí­os, travesuras, amor apasionado...

¿Tú sabes? Eso de la voz radiofónica les atrae mucho a ustedes las mujeres, que para mí­ son lo mejor del mundo. Son ellas las que iban a verme, me daban cita por teléfono, me esperaban a la salida del estudio para conocerme. Lo otro, sí­, así­ mismo.

¿Y la cárcel? Te apresaron por primera vez en 1956, en Ranchuelo. Después otras diez veces. Si no es un récord, es muy buen average. No creo que hayan sido muchos los que lograron salir sanos y salvos tantas veces de las mazmorras batistianas. ¿Te consideras un hombre de suerte?

Bueno, tal vez. Pero de la cárcel salí­a gracias a mi madre, que cogí­a un jabuco con dinero y corrí­a a buscar la mejor puerta donde tocar, por muy lejos que estuviera.

¿Hasta con el tristemente conocido jefe del Buró de Investigaciones, coronel Orlando Piedra Negueruela, el hombre de oro de Batista?

No puedo asegurarlo. Pero esa vez, en La Habana, no me soltaron. Me cambiaron a otra prisión con mejores condiciones. Quizá medió mi padre. Tení­a bastante influencia entre los polí­ticos, y la sabí­a utilizar. Nunca me interesó averiguar.

¿Cómo saliste del más prolongado de tus encierros, aquí­ en Santa Clara?

Una tarde el capitán Gómez Rojas, jefe de la policí­a de Ranchuelo, se apareció en la celda y me preguntó si me estaban dando comida, si me habí­an torturado, si esto y lo otro. Me limité a responderle sí­ y no. «Mira, te voy a soltar, y te voy a decir por qué. Al morir mi madre el único que fue a la casa y me dio 100 pesos para el entierro, fue tu padre », me dijo. Cuando triunfó la Revolución, se escondió en la cisterna de una casa en el Condado. La habilitaron de tal manera que logró vivir allí­ unos 30 años. Tuvieron que sacarlo muy enfermo. Murió en el hospital.

¿Y en la Florida?

No sé. En 1958, el FBI me apresó en Cayo Hueso. De la cárcel de Miami me sacaron y me montaron en un avión que habí­a trasladado ganado. Sin preguntar, me acomodé como pude entre el pasto y las heces. Ni yo mismo me soportaba cuando llegué a Panamá. Un puertorriqueño, hijo de cubano, me brindó su casa. Allí­ viví­ hasta que crucé la frontera y entré con pasaporte falso a Ecuador, de donde habí­a salido tratando de acercarme a Cuba.

fichado por servicio inteligencia militarFichado y perseguido por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) de Batista, vivió exiliado en Ecuador, Argentina, Estados Unidos y Panamá.

¿Escribí­as en la cárcel?

No lo creo. Mi verdadero periodismo comenzó en Ecuador, escribí­a crónicas y comentarios sobre las luchas en Cuba, la situación en América Latina y semblanzas de compañeros asesinados. Pero eso fue ya con la Revolución, que me nombró cónsul allí­. Escribí­a para el periódico La Nación, dos o tres artí­culos semanales, y para El Universo, de la ciudad de Guayaquil. También conduje un noticiero en La Voz de Guayas. En esa misma emisora arrendé un espacio de tres horas diarias con una revista informativa de mucha audiencia.

Durante los años 60 mantuviste una columna fija en Vanguardia. ¿Qué prefieres, la prensa escrita o la radio?

La radio. Pero no concibo a un periodista que no sepa escribir, y escribir bien, ya sea una nota, un guion, un informe, una carta. Escribir te obliga a poner en orden las ideas, a ser coherente de principio a fin, a que tu discurso tenga una lógica, a buscar la palabra precisa.

Fuiste alfabetizador y sé que te encanta el magisterio. En varias oportunidades te he escuchado comentar que la Campaña de Alfabetización fue una verdadera escuela forjadora de conciencia y que despertó en ti el maestro que llevas dentro...

Y del que nunca me desprenderé. Si no fuera periodista, serí­a maestro.

En 1966 pasaste un curso de Periodismo en la Escuela Superior del Partido í‘ico López. Me constan tus métodos pedagógicos y tu libérrima metodologí­a. Eres un antidogmático por excelencia. Pero dime, ¿qué no dejarí­as de enseñarle, de repetirle, a un periodista en formación?

Que sea un defensor de las polí­ticas públicas, de los valores humanos. El periodismo no puede separarse de la polí­tica ni de la ideologí­a. De la polí­tica, porque es sobre todo acción; de la ideologí­a, porque es la esencia de tu conciencia. Un periodista está obligado a leer, y tiene que saber interpretar, confrontar, deducir, observar. Martí­ decí­a que la palabra es para impulsar ideas, y eso falta o falla a veces. En ocasiones leo, o escucho, pura palabrerí­a, cosas muy vagas, imprecisas, insustanciales. Ya casi nadie narra, no se describe, se regalan los adjetivos, se dice o se escribe con un vocabulario escaso, incoloro.

olga una compañera Olga, una compañera que lo supo conquistar definitivamente por su «mente rápida y capacidad para hacer varias cosas a la vez, entre ellas, seguirme ». (Foto: Yariel Valdés González)

¿Por qué no escribes más?, por ejemplo, episodios de cuando estuviste en Angola. ¿Por qué no aceptaste ir de corresponsal de prensa, sino como «soldado tiratiros », utilizando tu propia expresión?

Porque lo que hací­an falta eran soldados. Me entrenaron para tirar con una ametralladora checa, de cuatro patas, que no sabí­a cómo ponerlas, y en el barco me dieron una rusa. Desembarcamos cerca de Lobito. Me asignaron a la infanterí­a de tanques, atrás de ellos todo el tiempo, hasta Cachama. Si levantaban velocidad, tení­a que colgarme. Cuando vine a ver, ya estaba de jefe de pelotón con grados de sargento. Después pasé a la vida civil en Huambo y Luanda atendiendo la esfera polí­tico-ideológica del MPLA.

¿No te enfermaste, no te hirieron, algún arañazo...?

Siempre fui flaco, pero fuerte. Parece que heredé la salud de mi madre, que jamás padeció de nada. Una guajirita de San Fernando de Camarones. La única cicatriz con alguna historia es la que tengo en una rodilla. Me la hizo un guardia de Batista con la bayoneta de un Springfield.

¿Verdad que posees 23 medallas y otras distinciones; entre ellas, la Orden Número Uno del Comandante en Jefe, la Jesús Menéndez, Majadahonda de la Uneac, Juan Gualberto Gómez, 40 y 50 Aniversario de las FAR?

No las he contado, son varias, sí­. Ahí­ las tiene Olga, todas las medallas prendidas en una franela colgadita en la pared.

Cada una de ellas resume una o varias historias. Algunas recogidas en textos como Los combatientes del mayor, libro en tres tomos de la autorí­a de Gildardo Benito Estrada Fernández.

Así­ es, por si no me creen.

¿Qué te falta que no tienes o quisieras tener?

Salud.

¿No te aburres en casa? ¿Lees? ¿Oyes radio?

La gente viene a verme, los vecinos siempre me dan vueltecitas; estoy operado de catarata, no debo abusar de la lectura, y el radio lo tuve roto mucho tiempo.

Sí­, me acaba de contar una vecina que en la cuadra te dicen el Señor de la Vanguardia.

Una exageración de ella en franca alusión a Camilo. No, no lo creo.

Sin mucho tiempo para responderme, ¿te atreverí­as a definir brevemente y poner en orden de importancia para ti las siguientes palabras: periodista, Revolución, magisterio, Fidel, Martí­?

Placer y disfrute, dolor y llanto: Revolución. Después, todo lo demás.

pantoja y pedro portadaPantoja y Pedro Méndez, dos buenos amigos galardonados con el Premio Nacional de Periodismo José Martí­ por la Obra de la Vida. (Foto: Narciso Fernández Ramí­rez)

Y Pantoja rí­e, pausadamente, al por ciento que le permite su bondadoso corazón. Dulce y tiernamente niega que le haga falta algo material. Vive con lo básico, lo necesario, por muy difí­cil que sea. Está preparado. Siempre ha sido fuerte, resistente al dolor y al cansancio. Vive sin miedos, cree en el futuro. Todaví­a es Lucho, y va a la carga, dispuesto a descolgarse, como siempre, entre soles y lunas, o a sumergirse tranquilo en sus versos de antaño:

Dispara fusil, dispara / contra la muerte que muerde / que el disparo no se pierde / si al futuro das la cara. / Dispara, que así­ te ampara / la vida en su porvenir / mas, no me vayas a herir / mira que voy caminando / mira que ya estoy llegando / ¡mira que quiero vivir!

Comentar

¡Registrado!

Gracias por darnos su opinión. Nos reservamos el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas de este sitio.