Un gigante moral

La efigie guerrillera de Ernesto Guevara, desde su pedestal en la Plaza de la Revolución de Santa Clara, parece proseguir su rumbo hacia la América.

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Palomas sobre la escultura del Che en Plaza de la Revolución de Santa Clara.
Marelys Concepción y José Antonio Fulgueiras
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06 Octubre 2017

                                                          Veo además al Che como un gigante moral
                                                          que crece cada dí­a, cuya imagen, cuya fuerza,

                                                          cuya influencia se han multiplicado por toda la tierra.

                                                                                                                                                                                                                 Fidel

                                                                                                                         

De lejos o de cerca, la figura legendaria del guerrillero, esculpida en bronce, aviva por los dí­as y las noches a lo largo de dos siglos la imagen mí­tica de majestuosidad y misterio, que brota de sitios sagrados de la historia.

El entorno se muestra sobrio y radiante a la vez, en una interpretación del arte y la naturaleza, de lo que fue en vida y gloria el Comandante de la boina y de la estrella.

Y es que Ernesto Che Guevara, aunque nunca se lo propuso y evitó a toda costa, lució grande y volcánico sobre todo lo que lo rodeaba. Nadie sabe aún definir bien la razón de su encanto. Tal vez fuera por su caminar jadeante e indetenible   por los vericuetos de la Sierra Maestra y en la invasión de Oriente a Las Villas. Quién sabe si por su manera de emerger solitario de la escotilla de una tanqueta en plena batalla de Santa Clara, o la hidalguí­a al desafiar una malaria en el Congo, o dejarse quebrar la vida sin sumisión, en la Quebrada del Yuro, de Bolivia.

Dice Harry Villegas, su escolta inseparable, que cuando entraron en Santa Clara, en medio del fragor del combate, la gente abrí­a las puertas y coreaba: ¡Che, Che! Y luego le tendí­an la mano y lo conminaban, para protegerlo, a pasar al interior de sus viviendas.

Plaza Ernesto Che Guevara, Santa Clara, Cuba.

Siempre trató de pasar inadvertido, pero jamás lo consiguió. Desde el momento en que desembarcó en el Granma y se hizo firme en la montaña, los campesinos serranos comenzaron a hilvanarle una aureola de leyenda, salida de su condición de argentino dentro de una expedición de cubanos, del asmático que no claudicaba, del médico o del saca-muelas, y del primer comandante que Fidel graduó en la Sierra.

Por eso no se puede culpar a José Delarra de no conseguir el efecto de inadvertencia que proclamaba la Comisión Nacional de Monumentos (CODEMA); para hacerlo menos gigante se desechó la idea de un inicio de colocar la estatua en la Loma del Capiro, y así­ evitar cualquier interpretación grandilocuente que pudiera contrastar con la sencillez de uno de los hombres más llanos y austeros que recuerde la historia.

Quizá la frase más profética la expresó el Comandante de la Revolución Juan Almeida en los momentos en que se edificaba la obra: No se preocupen del tamaño que la hagan, la escultura del Che va a ser la escultura del universo.

Lo cierto es que con el devenir de los años, se torna más impresionante la efigie del héroe, con sus botas y su traje de campaña, el fusil en una mano, el otro brazo vendado, y la mirada y los pasos hacia un rumbo de la América dormida por el hambre, el desalojo y la miseria.

Delarra, el artista

José Delarra siempre habí­a soñado con esculpir el Monumento al Guerrillero Heroico. Por eso sintió un escozor en el pecho la mañana en que el comandante Ví­ctor Bordón Machado le propuso la evangélica obra.

José Delarra trabaja en la escultura del Che para la Plaza de Santa Clara.
José Delarra trabaja en la escultura del Che para la Plaza de Santa Clara. (Foto: Tomada de Internet)

Entonces llegó a su recuerdo aquella carta, que, en 1967, le habí­a enviado al Comandante Juan Almeida diez dí­as después de la caí­da del Che en Bolivia:

«Dado   los acontecimientos en que perdiera la vida el glorioso guerrillero Comandante Ernesto Che Guevara y como que los enemigos de la Revolución en América y el mundo intentan enterrar y desaparecer, hundir en el mar profundo de los silencios su ejemplo de viril combatiente antiimperialista,   se hace necesario que nuevos hombres den un paso al frente. Aquí­, compañero está mi mano como escultor y como miliciano, dispuesto a empuñar el cincel y el fusil, dispuesto a plasmar en materia dura el ejemplo y la figura del héroe, dispuesto a vengar su muerte en el frente que sea necesario y en el momento que sea necesario. Estoy a disposición del Partido y el Gobierno Revolucionario. De usted atentamente, Patria o Muerte: José Delarra ».

Aunque el artista habí­a esculpido múltiples obras en distintos puntos de la antigua provincia de Las Villas relacionados con el jefe guerrillero y su columna 8 Ciro Redondo, el complejo monumentario Ernesto Che Guevara constituyó su obra cumbre, su mayor satisfacción en el difí­cil   arte escultórico.

Lo prueba en la modestia de sus palabras y en el regocijo que le brotó del rostro aquel mediodí­a soleado de 2002, en el que se dispuso a revelar apuntes inéditos de la obra.

«Aleida me dio   la camisa, el pantalón, el zambrán y la funda de la pistola. En Tropas Especiales hallamos un muchacho de cuerpo y estatura similar y le pusimos la ropa original del Che. Buscamos, además, un M-2 y una P-38 que,   al meterla en la funda del Che, cayó exactamente: una granada, la bayoneta con la funda del M-2. A la granada le amarré un cordelito, pues siempre la tení­a así­. Una cantimplora exacta y un par de botas igual que los que usaban la gente de la Sierra.

«Antes habí­a hecho un trabajo de investigación histórica y contaba, además, con 200 fotos del Che. También tuve su mascarilla, que me dio un amigo. Este compañero ya murió y serí­a una indiscreción revelar su nombre, pues no lo podí­a hacer.

«Cuando hice la figura fue al estudio la mayor parte de los miembros de   la Columna 8. Los últimos: Ramiro Valdés, Harry Villegas y Aleida March, su esposa.

Momentos de la elaboración de la escultura del Che para la Plaza de Santa Clara.
(Foto: Tomada de Internet)

«Todo lo hice bajo un rigor investigativo absoluto. La posición de la figura que tiene el Che no obedece a una sola fotografí­a, sino a muchas. Por ejemplo, el Che tiene el brazo enyesado, pero no está metido dentro del cabestrillo. Eso demuestra el carácter del Che, que aún teniendo el cabestrillo, no lo usa. Lleva el fusil en la mano, no lo tiene al hombro ni apuntando. Es el guerrillero que está dispuesto a usarlo en cualquier momento.

«La ropa ajada. En un bolsillo se ve el aparato de asma y en el otro los papeles. El brazo partido no solo porque se lo haya fracturado en la batalla, sino porque el guerrillero lleva el hospital a cuestas. No es como los ejércitos castrenses. Aquí­ el herido tiene que seguir con su herida hacia adelante. Va caminando en una dirección de 190 grados que marca el Sur y 10 grados al Oeste, que en esa dirección está Sudamérica. Va a su destino final ».

Delarra arribó a Santa Clara no solamente con el proyecto de la escultura, sino con una maqueta de todo lo que serí­a el complejo monumentario, con una visión plasmada de cada uno de los elementos que engranarí­a integralmente la sublime instalación.

«Tanto en la maqueta como en la escultura se modeló en plastilina, se hicieron los moldes de yeso, y en la escultura final se fundió en bronce.   En el Monumento al Che existe una forma geométrica que tiene el gran relieve rectangular de 6 por 18 metros. Consta la concepción áurea de la composición que inventaron los griegos. «La forma de la base es un cubo rectángulo de 3 por 10 metros. Y está el otro rectángulo donde está el Che haciendo trabajo voluntario y los niños en la alfabetización, así­ como la carta que le deja a Fidel, que es de 6 por 3 metros, y todo eso descansa en un rectángulo de 72 metros de largo, donde hay dos cubos de 3 por 3 metros. Todo este conjunto representó la personalidad del Che: sólida, sencilla y muy definida ».

Dice que él representó la personalidad del Che más allá de la propia escultura. El guerrillero está integrado en los árboles, las palmas y los olivos que conforman el entorno y en las recogidas de tornillos, planchas, tubos y piezas que hicieron los santaclareños en 500 mil horas de trabajo voluntario.

Momento del izaje de la escultura del Che en el pedestal de la Plaza de Santa Clara.
Momento del izaje de la escultura del Che.

Concibió, asimismo, la escalinata para las actividades polí­ticas y culturales. Esta forma escalonada permitió que hubiera espacio para Museo, salones de Protocolo y de Documentación que ahora están en un edificio aledaño.   «En aquel momento, enfatiza, no pensé que pudieran aparecer los restos del Che, pero en realidad  el espacio existió. Un área de 900 metros cuadrados donde hoy descansan sus restos junto a los de sus compañeros caí­dos en Bolivia ».

El dí­a en que fueron a izar la estatua, Delarra subió solitario por un andamio trasero y se colocó encima del pedestal de 16 metros tapizado con piedras de Jaimanita y mármol verde. Desde allí­ comenzó a orientar al gruero mientras la mole de acero le vení­a encima.

Muchos pensaron que se habí­a vuelto loco, que el escultor iba a ser aplastado por su propia escultura. ¡Bájese maestro!, le gritaban, mas él cerraba los oí­dos y abrí­a más los ojos. En su mente bullí­a esta determinación: «Si se cae, me caigo con ella. Los artistas somos como los capitanes de barco. Morimos o vivimos con nuestra obra ».

El embrujo de la Plaza

Escultura del Che en Plaza de la Revolución de Santa Clara, Cuba.

Desde lo alto de la ciudad, con el mundo atrapado en su pupila y la fragancia del   monte en el uniforme,   el Che insta a continuar la lucha. Por eso el artista lo hizo acompañar de 144 figuras, que ---en un mural a relieve y en   expresión de movimiento--- destaca a quienes combatieron junto a él en la Sierra y en el llano.

También le imprimen sobriedad y fortaleza al conjunto monumentario tres jardineras de ofrendas permanentes: una de ellas con el texto í­ntegro de la Carta a Fidel, y en las otras, se muestra al Guerrillero en el trabajo voluntario y la participación de la juventud en la obra de la Revolución.

Late la historia al paso indetenible de las columnas invasoras Ciro Redondo y Antonio Maceo. Basta escudriñar cada trazo del creador sobre la cubierta de mármol para percibir la huella de aquellos hombres desde Oriente a Las Villas, que aún conservan las últimas imágenes del combate en franco desafí­o al enemigo y a las adversidades.

Memorial donde se custodian los restos del Che y de sus compañeros de la guerrilla en Bolivia.
Memorial donde se custodian los restos del Che y de sus compañeros de la guerrilla en Bolivia. (Foto: Carolina Vilches Monzón/Archivo de Vanguardia)

El museo atesora parte de sus más í­ntimas pertenencias. Allí­ está su abrigo, el de la famosa foto de Korda que ha recorrido el mundo. Se preservan   múltiples etapas de su vida, que permiten desentrañar los valores de su extraordinaria personalidad a través de imágenes, fotografí­as, planos, documentos y objetos ordenados, desde   su niñez hasta el último disparo. Permanecen también los binoculares que utilizó en el Congo, y el plato de campaña donde ingerí­a la magra ración.

Un espacio pequeño y cerrado custodia los restos del Che y sus compañeros caí­dos en Bolivia, desde el retorno del jefe de la guerrilla, junto al primer grupo de su Destacamento de Refuerzo, como lo llamó Fidel aquel histórico 17 de octubre de 1997.   El entorno puede evocar la selva, una cueva o un alto en el camino. Los arquitectos villaclareños Blanca Hernández y Jorge Cao   asumieron el diseño del Memorial, cambiaron la concepción de los espacios ya existentes en el edificio; Delarra realizó los 38 rostros de los héroes que están en las tapas de los nichos, así­ como los osarios de los 30 que ya se encuentran dentro de estos.

¿Cómo colocar los restos? Después de pensar y repensar   la idea, Blanca y Cao decidieron no jerarquizar a ningún combatiente, por eso usaron los mismos elementos, las mismas dimensiones, solo el Che ---al centro, en la vanguardia--- sobresale un tanto en volumen para destacar su dimensión de jefe, instando a que lo sigan los demás. Evitaron sobredimensionar su imagen, pues él nunca lo hubiera aceptado; sombra e iluminación tangencial conforman una estrella, sí­mbolo e identificación de su grado militar.

Detalle del mural de la tribuna de la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara, Santa Clara.
Detalle del mural de la tribuna de la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara, Santa Clara.

A la distancia de 20 años más de cuatro millones y medio de visitantes de distintas razas, credos y sexos han desfilado por este lugar sagrado; Alemania, Argentina, Canadá e Italia ostentan las mayores cifras de arribantes a este recinto, que trasmite una sensación de infinitud, de eternidad.

Unos se persignan, otros adoptan posición de firme en saludo al Jefe, al camarada. Las madres llevan a sus hijos para purificarlos y curarlos de la pandemia neoliberal y deshumanizante que intenta contaminar la Tierra.

Este es el templo del decoro, la dignidad y la justicia.

La llama del fondo sigue eterna, y aún parece estar Fidel prendiendo la luz. Perduran un tramo de selva inexplorado y la mayor parte del Universo por conquistar. El Che no se ha quitado el traje de campaña, y sus pasos, como al inicio, van en busca de la equidad, la razón y la justicia.      

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