
Vivimos días muy tensos contra un enemigo común que se propaga de persona a persona y se extiende con celeridad por todo el mundo: la COVID-19.
La enfermedad, convertida en pandemia, invade grandes capitales, ciudades, pueblos y localidades de los cinco continentes dispersando su aliento letal que acelera, desacelera y estanca la vidas social y la económica; contagiando, enfermando y llevándose a diario miles de víctimas.
Contra él, muy poco han podido hacer políticos y políticas que desconocen la salud y el bienestar humanos como centro y nervio de toda actividad, y como cualquier mercancía, se le juzga y atiende.
La plaga del nuevo coronavirus aseguran muchos es la mayor crisis que ha vivido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.

En su inexorable marcha y en algún momento detenible ha puesto a prueba a científicos y técnicos, militares y policías, cultos y religiones, conjuros y rezos, haciendo que afloren pasiones, bajezas y rabias; pero también, sentimientos y gestos solidarios, que bien conocemos y practicamos los cubanos.
La nuestra es una sociedad organizada, donde las decisiones las toman, de forma consensuada, personas bien preparadas. Y aunque en materia de salud no abunden los recursos materiales, bien delimitadas las prioridades, aun en medio del acrecentado y sostenido asedio por la nación más poderosa del mundo, existen la experiencia y el capital humano para detener la cadena, que no será tan letal si cumplimos al pie de la letra las orientaciones y instrucciones del Ministerio de Salud Pública, así como las recomendaciones del Presidente de la República y disposiciones del Consejo de Ministros.
Los consejos de defensa están activados; las medidas, tomadas, proyectadas y dirigidas en una estrategia para la acción que incluye a las organizaciones de masas, judiciales y policiales a lo largo y ancho del país, con el fin de coordinar esfuerzos, administrar óptimamente los recursos, y hacer cumplir leyes, decretos resoluciones y reglamentaciones coyunturales.
Se trata de acciones muy estudiadas para alcanzar ventajas sobre el tenebroso adversario.
Solamente conteniendo el riesgo de diseminación del nuevo coronavirus en el territorio nacional, y disminuyendo sus efectos negativos en la salud de la población y su impacto en la esfera económica-social del país, ganaremos esta guerra, que es también una contienda política, pero, sobre todo, una batalla donde la unidad es vital. Ella, que ha sido y será nuestra principal arma, nos acercará a una victoria más, y acrecentará la confianza y el respeto nacional e internacional en los médicos y científicos cubanos.
En la actualidad no existe una vacuna que proteja contra la COVID-19. La mejor manera de prevenir infecciones es tomar medidas preventivas cotidianas, como evitar el contacto cercano con personas enfermas.
Hay que atender, en todos los soportes y plataformas digitales, a nuestros medios de prensa, responsabilizados con difundir orientaciones y brindar información actualizada, oficial, objetiva y veraz a toda la población.
Al nuevo coronavirus, enemigo común de la humanidad, hay que cortarle el camino ¡ya!, cueste lo que cueste.
No se escatimarán acciones, medidas y recursos. Están en juego la vida de nuestros ancianos, hombres, mujeres y niños.
No pueden ocurrir desobediencias ni violaciones.
Es hora de salvarnos y de salvar. ¡Podemos!