
No coincidieron en el tiempo. 83 años después de nacido el Mayor General del Ejército Libertador Antonio Maceo y Grajales, vino al mundo Ernesto Guevara de la Serna.
Pero la historia los parió el mismo día 14 de junio, uniéndolos al enfrentar al enemigo con bravura y arrojo, distinguiéndoles como estrategas militares, combatientes por excelencia y jefes de elevado prestigio.
Maceo inicio la Guerra Necesaria; el Comandante Guevara le dio continuidad. De Oriente a Occidente, en tan difícil marcha se lucieron ambos.
De aquel hombrísimo mulato, «uno de los tres grandes pilares en que se asentó todo el esfuerzo de liberación de nuestro pueblo », discursó el Che, que como el Titán acudió a la lucha ardiente en que se debe arrebatar por la fuerza la libertad y no mendigar derechos.
Habría que haberlo visto y oído para percibir que lo hacía con la Revolución bien metida en la cabeza, repleto el corazón de huellas, semillas, y caminos de luchas y muertes heroicas.
Habría que haberlo visto y oído entonces para imaginar al ministro Guevara en su discurso, ni copiado ni dictado, ni frío ni distante, ni oportunista ni calculado. Suelto, sí, de admiración, anhelos y deberes.
Aquel 7 de diciembre de 1962 en el Cacahual aún no era el Guerrillero Heroico en que se convertiría un lustro después, vuelto ya al camino americano con su adarga al brazo, tocado él mismo por las estrellas que conquistó el Titán a punta y filo de machete.
Hoy, sus recuerdos alcanzan luces propias y se erigen como ejemplo por la irrevocable dignidad de sus acciones.
Al Che el Titán le iba por dentro. A los dos, Cuba también.
Juntos deben habitar dirigiéndose miradas y saludos, signados más que por una coincidencia histórica, por el final de sus vidas, «por ese mismo jalón que marca el mismo largo camino de liberación de los pueblos ». Tejiendo con hilos de amor la Patria Grande, que es la humanidad toda.