La Naturaleza llora cada 6 de octubre

Hace 44 años se produjo el crimen de Barbados, uno de los más horrendos de la larga historia de atentados contra la Revolución cubana.

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Familiares de las víctimas del atentado contra la nave cubana en Barbados.
(Foto: Tomada de Internet)
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
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06 Octubre 2020

Cada 6 de octubre, el pueblo cubano se estremece y llora por sus hijos asesinados en el cruel atentado contra el avión de Cubana de Aviación en las costas de Barbados. Un crimen que le costó la vida a 73 personas inocentes; de ellas 57 cubanos, incluido el equipo juvenil de esgrima que habí­a salido victorioso en los Juegos Centroamericanos de la disciplina, celebrados en Venezuela.

Jóvenes esgrimistas cubanas ví­ctimas del atentado contra avión cubana el 6 de octubre de 1976.
Parte del equipo cubano de sable que perdió la vida el 6 de octubre de 1976. (Foto tomada de Internet)

A 44 años del horrendo suceso, nadie olvida lo sucedido y muchos sienten el deber de evocarlo  desde los sentimientos sinceros que brotan del corazón. Esta motivación  llevó a la profesora Marí­a del Carmen Guevara Couto, doctora en Medicina y especialista de primer grado en Anatomí­a Humana en la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara, a escribir una historia que desde la ficción cuenta con verisimilitud lo sucedido aquel terrible dí­a de octubre de 1976.

El cuento titulado «La Naturaleza llora » resulta un hermoso homenaje a aquellos jóvenes inocentes, quienes regresaban felices a la Patria tras haber ganado todas las medallas de oro puestas en disputa en la lid centroamericana.

La autora toma a la naturaleza como personaje principal de su historia, y a través de una paloma y de árboles milenarios cuenta los luctuosos  acontecimientos de aquel dí­a y los posteriores, que culminaron con el inolvidable discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro en la Plaza de la Revolución José Martí­.

Interrogada  sobre sus motivaciones, la también máster en Educación Médica afirmó: «Cuando ocurrió la tragedia estudiaba en la Vocacional Máximo Gómez Báez, de la ciudad de Camagí¼ey, y a pesar de mi juventud,  la tristeza e indignación por ese hecho tan horrible nunca ha terminado. Me uní­ al desconsuelo de los que perdieron fí­sicamente a sus seres queridos y, sobre todo, al de los familiares de    los jóvenes esgrimistas a quienes les fueron truncados sus sueños e ilusiones; sentí­ la necesidad de escribir al respecto y de esta forma rendirles mi modesto homenaje ».

A continuación, el cuento de la profesora Marí­a del Carmen Guevara Couto, «A la memoria de las ví­ctimas del atentado del DC-8 de Cubana de Aviación, destruido en el aire ante las costas de Barbados, el 6 de octubre de 1976 ».

La Naturaleza llora  

La mañana solí­a ser diferente a las anteriores vividas, el sol irradiaba cada espacio con mayor intensidad, pareciera que hablara, dando vida y aliento a todo y todos, incluyendo seres inanimados.

Los árboles, las flores, la misma tierra, agradecí­a este baño con ternura del astro rey. No necesitaban la palabra para saber que todos transmití­an el valor de su existencia y desarrollo.

Sin embargo, pude percatarme de que, a pesar de la vitalidad del medio que me rodeaba, en lo más alto de un árbol permanecí­a triste y afligida una hermosa paloma que, al verme, voló hacia mí­ sin importarle lo que por instinto podrí­an hacer los animales que cruzaban en el camino.

¡Gran sorpresa!, pensé que estaba soñando, parpadeé varias  veces; me di cuenta de que estaba despierta,   y a mi lado aquella sisella  emitiendo un sonido muy lejano a su  arrullo  habitual y conocido por todos.  

Me señaló con sus alas el cielo y fue cuando comprendí­ que todos se alimentaban de la luz que emanaba del sol, pero que se respiraba congoja y silencio en todo el alrededor. Pude ver las nubes, que a pesar de la luz, despedí­an lágrimas que caí­an gota a gota sobre la maleza. Fue increí­ble lo que viví­a, esa naturaleza sin voz se convertí­a en una   enorme plaza de elocuentes   oradores que hací­an llegar la tristeza que aquel dí­a, pero 44 años atrás, vivieron sus antecesores.

Sí­, era el 6 de octubre del 1976, cuando un avión de Cubana, con pasajeros llenos de juventud, humildad y amor, regresaba a la patria con medallas y orgullo por los resultados obtenidos, ilusiones arrebatadas   por personas sin recatos ni valores.

Se concentraron a mi alrededor disí­miles especies de animales y muchos árboles oriundos de diferentes latitudes, con miles de años de existencia, que con su fuerte tronco y   saludables ramas conocí­an lo acaecido ese horrible dí­a.

Todos adquirieron vida a mi alrededor, narrando esa inolvidable y tormentosa fecha, unos con la experiencia contada por sus ancestros, otros con la longevidad que el entorno les proporciona.

Nace voz de un gran árbol, Matusalén, que con un sonido triste y fuerte como sus raí­ces me decí­a:

Lo recuerdo, eran jóvenes llenos de vida e ilusiones con rostros felices, como Juan Duany, Enrique, Inés, Nelson, Cándido, Jesús, Ricardo, Ramón, Julio, Ignacio, Leiva y muchos otros que con sus medallas, manos asesinas les impidieron compartir esa felicidad con familiares y amigos.

Estuvieron también, irrumpió el Senador (árbol de más de 3500 años de vida), Miriam, Marí­a, Moraima, Magaly y Marlene, bellas aeromozas que vieron segados para siempre sus encantos e ilusiones.

Alerce se deprime al pensar en la agoní­a de tripulantes y pasajeros en esos momentos de desesperación , en aquel vuelo de Cubana que cayó al mar a 3 millas de Barbados, a los 20 minutos de haber despegado del aeropuerto de Bridgetown. ¿Cuántas cosas pasarí­an por sus mentes? ¿Cuánto habrán maniobrado buscando un ápice de salvación Wilfredo, íngel, Miguel, Valentí­n y Armando?, se preguntaba este inmenso árbol oriundo de los Andes.

Fueron sumamente dolorosas e inolvidables, continuó esta vez el Olivo de Vouves, el recuerdo de las palabras del copiloto: « ¡Pégate al agua, Felo! ¡Pégate al agua! ».

Minutos de desesperación y angustia para tripulantes y pasajeros que se deleitaban   con la belleza de ese mar azul y en pocos minutos se precipitaron a él, envueltos en una enorme masa de candela, acabando con ilusiones, esperanzas, con la vida de individuos   que solo cumplí­an con la misión de ser mejores trabajadores, deportistas y seres humanos.

¿Cómo pueden existir personas expresaba la paloma con dolor y pesar- capaces de cometer sin escrúpulos ni remordimientos este tipo de acción tan vil, repugnante e inhumana?

Sufro al pensar en el dolor de las esposas, padres e hijos que esperaban la llegada triunfal de ese grupo de jóvenes esgrimistas, que con sus resultados demostraban humildad, pasión y amor a su terruño; en el desconsuelo de familiares, amigos, de todo el que por una razón u otra viajaba ese 6 de octubre de 1976 en el DC-8 de Cubana de Aviación, saboteado por terroristas que nunca fueron penados con toda la fuerza de la ley, a pesar de haber dejado destrozados un sinnúmero de hogares, por la pérdida irreparable de esposas, madres, padres de familia, jóvenes que con méritos y esfuerzos, con dignidad y honradez, colocaban una piedra más sobre el altar glorioso del deporte.

Se creó un silencio abrumador, la paloma voló muy alto, los árboles legendarios hicieron crepitar sus ramas, el sol se ocultó, las nubes se desplomaron, y fue entonces cuando comprendí­ que cada 6 de octubre, hasta la naturaleza llora.

 

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