«Las ideas no se matan » Estas fueron las palabras del teniente de la dictadura batistiana Pedro Sarría Tartabull cuando sus hombres disparaban constantemente al bohío santiaguero donde se encontraba oculto el líder revolucionario de la gesta del Moncada.
Luego de que esta frase le salvara la vida, el 16 de octubre de 1953 Fidel Castro Ruz comparecía ante un tribunal por los sucesos del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Lo que no esperaba la dictadura era que aquel joven de tan solo 27 años se alzara con todo el orgullo de la nación cubana y denunciara los crímenes del régimen de Fulgencio Batista.
En la sala de estudios de las alumnas de enfermería del entonces hospital civil Saturnino Lora, de Santiago de Cuba fue constituido el Tribunal de Urgencia, con la presencia de tres magistrados y un fiscal, para presidir la Causa 37 de 1953, en la que fueron acusadas 141 personas algunas ajenas a los sucesos y finalmente sentenciadas 31.
Aquella mañana del 16 de octubre, apenas había entrado en la sala, el joven Fidel se alzó con el derecho a la autodefensa. Con el espíritu de los 61compañeros caídos a raíz de los asaltos y de la posterior represión batistiana, convirtió el podio de los acusados en una tribuna para denunciar cada crimen, tortura y asesinato. Demostró en todo momento el carácter espurio del régimen de Fulgencio Batista, y se hizo heredero de lo mejor de nuestro acervo patriótico y revolucionario.
El joven abogado procedente de una familia rural de clase media-alta acomodada, se colocó al lado de aquellos que sufrían todas las desdichas: el pueblo, que, «si de lucha se trata », abarcaba una larga lista de desposeídos, que personificó, entre otros, en «los 600 000 cubanos sin empleo »; «los 500 000 obreros del campo que habitan en bohíos; los 400 000 obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando », «los 100 000 agricultores pequeños, que viven y mueren trabajando una tierra que no es suya », «los 20 000 pequeños comerciantes abrumados de deudas », «los 30 000 maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga », «los 10 000 profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores, etcétera, que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida ». Sobre ellos, concluyó: « ¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! »
Ante el tribunal expuso los principales problemas de la época: la tierra, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y la salud del pueblo, y pretendió avizorar las conquistas de las libertades públicas y la democracia política.
Problemas que pretendía solucionar los jóvenes que en honor al centenario del Apóstol José Martí, asaltaron las fortalezas militares de Santiago de Cuba y Bayamo.
La historia me absolverá, frase final pronunciada por Fidel en el juicio, es el título con el que se conoce el alegato que sigue siendo el programa de lucha de nuestro pueblo. Hasta los días de hoy, su esencia acrisola en nuestra conciencia los conceptos fundamentales de la Revolución.
A 67 años de su histórica autodefensa, Fidel que desde ese momento quedó injertado en las venas de cada cubano es guía e ideario de un pueblo que no renuncia a todo cuanto ha logrado, con el sagrado precio de la sangre de aquellos jóvenes de la Generación del Centenario y de los que les unieron para hacer que el Apóstol de la libertad de Cuba viviera siempre, como quiso Fidel, en el alma de la Patria.