No deseaba Pedro Figueredo Cisneros (simplemente Perucho) fama alguna, su sencillez y entrega franca para con la causa revolucionaria, lo elevaron a la cúspide de la historia nacional como uno más de los tantos titanes nacidos de aquella inigualable generación del 68.
Diez días antes Céspedes iluminó el camino de la libertad con un campanazo resonante y avivador de sentimientos hasta entonces resguardados. Fue así como se alzó el decoro dormido aquel 20 de octubre, y una multitud eufórica clamó a viva voz por la letra. La letra no de un canto religioso, sino de una marcha combativa, porque en oprobio sumido se hallaba el humilde criollo; porque el himno nacional se fraguó en medio del fervor de una lucha sangrienta, todavía deparadora de grandes hazañas, pero también de punzantes heridas difíciles de sanar.
La composición musical de Perucho evidentemente eclipsó otras facetas y méritos del ilustre hijo de la Ciudad Antorcha, pues su accionar patriótico fue más allá de la autoría de La Bayamesa. Sin embargo, la memoria impide borrar esa escena de acompañamiento del patricio con la muchedumbre, mientras de su pluma brotaba el más genuino sentir del alma de la patria.
Los bayameses sintetizaron sin proponérselo a toda una nación. Espiritualmente presentes en la plaza, los cubanos de cada una de las regiones entonaron también las prematuras notas llenas de gloria. En la hora más bella y solemne, a decir de José Martí, se levantó nuestro himno, «para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares, para que corran de pena y amor las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez; para que espolee la sangre en las venas juveniles ».
Hoy, Día de la Cultura Cubana, aquella canción de amor y lucha nos sigue iluminando con la misma estrella. De la melodía inspiradora del mambí, brotaron los distintivos rasgos que conforman la esencia cubana, esa que se posiciona en un escenario variopinto difícilmente capaz de reducirse en la simpleza o distanciarse de la diversidad.
Herederos de manías foráneas, creadores de auténticos hábitos. Lo culto, lo clásico, lo contemporáneo se acoplaron en perfecta armonía con la barriada, el desenfado y la picardía, para atizar siempre y sobre todo después de 1959, lo popular. Lo que hoy somos tiene un punto de origen en aquella distante y convulsa década de proezas, inspiradora por demás de múltiples sueños de independencia.
Negado el olvido en una tierra acechada constantemente, donde la destrucción de símbolos y el desarraigo de la nacionalidad en sí forman parte del plan colonizador. No en vano, este pueblo mantiene vivo el ímpetu de aquellos que corrían a las armas, tras escuchar del clarín su sonido. Bayameses, cubanos, hoy también como hace 152 años, la patria os contempla orgullosa.