A todos mis profes

A todos mis profes, mis educadores, los responsables de mi formación, a todos ellos les debo lo que soy. A todos mis profes están dedicadas estas palabras.

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Dayana Darias Valdés
1315
22 Diciembre 2020

A ninguno de mis maestros le dije nunca lo importante que era para mí­. Ninguno de ellos escapó de la simple felicitación por el Dí­a del Educador. En la universidad me atreví­ a hacer públicos algunos agradecimientos a quienes, en determinado momento, se me hicieron inmensos. Pero siempre con pena, sin mirar a los ojos, y con la voz aguda y escasa.  

(Foto: Tomada de Internet)

Recientemente concluí­ mis estudios universitarios y la estocada de nostalgias que arremetió contra mí­ me ha puesto a pensar mucho en mis maestros. Cuando una persona se gradúa y empieza a trabajar, es normal que se haga preguntas del tipo: ¿Estoy preparado para esto? ¿Es lo que realmente quiero hacer con mi vida? ¿Deberí­a renunciar?… al menos eso me han dicho mis amigos cada vez que dejo salir alguna inseguridad.

Hace poco pasé por Placetas, allí­ vive la que fue mi maestra, y lo digo así­, como si no hubiese tenido más, porque siempre que se trata de mi educación, pienso en ella. Margarita López se llama, la maestra Margarita. Abrió la puerta de su casa y me abrazó, o yo la abracé, no recuerdo bien. Los ojos se le empañaron enseguida y yo, con la cabeza gacha para que no me pasara lo mismo, alcancé a decirle algunas palabras. Ella me sonrió, una maestra deberí­a sonreí­r siempre.

El aula donde la conocí­ queda en San Pablo, un campito del municipio de Remedios donde a ratos fui muy feliz. En la escuela rural Fructuoso Rodrí­guez Pérez, desde 1.o hasta 4.o grado, Margarita me enseñó que «solo el amor engendra la maravilla ». Aquel dí­a que la vi me preguntó por el resto de mis compañeros, por los otros cinco niños que la recibí­an cada mañana.

Con el paso de los años, cada uno de ellos abandonó los estudios en cierto momento de su vida; solo yo conseguí­ llegar hasta la universidad y graduarme, y cuando mi maestra Margarita lo supo me dijo: «Entonces, valió la pena ».

Mi maestra con nombre de flor no es una maestra normal, es una mujer de montaña, una alfabetizadora. Allá en San Pablo casi todos pueden decir que ella fue la persona que los enseñó a leer y a escribir. Hace unos años tuvo que dejar las aulas por cosas de la edad, no tengo idea de cuándo la volveré a ver, y cada vez que la pienso, como la pienso ahora, me rompo en mil pedazos.

Yo me aburrí­a en clase, terminaba todos los ejercicios muy rápido y en un aula de seis la hiperactividad se me salí­a por los poros. Margarita se reí­a y me daba algún libro para leer mientras tanto.

En la secundaria viví­ lo que podrí­a considerar la etapa más desastrosa de mi vida estudiantil. La poca concentración que tení­a la dejé por algún rincón del ESBU-IPU Obdulio Morales Torres, en Zulueta. Me tocó el grupo 3, y desde el primer dí­a todos repetí­an algo así­ como que ese grupo era la candela. Los maestros emergentes me pasaron la cuenta; por desgracia, solo recuerdo un nombre, el de mi maestro poeta, con el que compartí­ la afición por las décimas, ese se llama Yuván, nunca más lo volví­ a ver.

Titi fue mi profesora de Historia, yo vivo enamorada de la historia, y Titi lo sabí­a y lo sabe. En sus clases fui monitora, la que siempre leí­a, la primera en responder las tareas, me llevaba a todos los concursos porque confiaba mucho en mí­, y yo intenté a todo costo no defraudarla.  Frente a ella, y en el tercer piso de esa secundaria, por primera vez dije que iba a estudiar Periodismo.

En la misma escuela hice el preuniversitario. Eso sí­, habí­a decidido convertirme en periodista y estaba dispuesta a esforzarme como nunca antes lo habí­a hecho. Fue entonces  cuando mis profesores vieron, quizá, mi faceta más seria. Estudié, estudié y estudié. Superé con éxitos mis dilemas con la matemática, y empecé a tontear con algunos filósofos y la literatura espesa de Martí­. No salí­a de la biblioteca, a veces empezaba la clase y los profesores mandaban buscarme porque yo ni el timbre escuchaba. Garcí­a Márquez, Borges, Casal, Rubén Darí­o, Chanito Isidrón, Samuel Feijóo, Isabel Allende, Benedetti, Shakespeare, Julio Yanes… devoré todo lo que pude. La profe de la biblioteca se llama Vivian, todaví­a me ve por la calle y me da alguna recomendación, fue ella quien leyó mis primeros textos, mis primeros poemas.

Cumplida mi meta inicial, llegué al aula 29 de la Facultad de Humanidades, en la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas. Dos dí­as después empecé a hablar sobre rendirme, no me sentí­a bien en las clases, mi idea del periodismo era totalmente errónea ante algunas demostraciones de ego. Entonces, en un turno a tercera de la tarde, con el sol poniéndose, conocí­ a Mailén. Impartí­a e imparte a dí­a de hoy la asignatura Periodismo Impreso, en primer año, y en toda la carrera, esa es la asignatura más importante (esto último es una atribución mí­a). En momentos en que me sentí­ la peor estudiante del aula, las clases de Mailén fueron una salvación. Me recordó por qué yo querí­a y debí­a estar allí­, y eso sin siquiera hablar conmigo; no es una profesora que se implica demasiado con los alumnos.

Mailén sabe pararse frente al estrado sin muchos formalismos y hablar a la audiencia en tono magistral. Su mesa siempre estaba llena de papeles y recortes de periódicos viejos. Mailén nos leí­a y nosotros notábamos cuánto disfrutaba aquellos momentos. Su amplia cultura general, su refinado humor y el carácter que puso en cada una de aquellas clases me motivaron al punto de quedarme en la universidad (esto ella no lo sabe).

La UCLV ha sido lo más genial que alguna vez me ha pasado, cada profesor me marcó de una forma diferente, ojalá pudiese mencionarlos a todos sin temor a olvidar algún nombre. Ojalá todos mis profes sepan algún dí­a lo importantes que son para mí­. Porque hasta patinando entre extraordinarios  y algún que otro mundial, me enseñaron mucho.

A todos mis profes, a Ana Ibis, a mi Margarita, a Maribel, Yuván, Titi, Ana Matilde, Yanelys, Daisy, Omaida, Yudeisy, Lisdey, Vivian, Lisanka, Francis, Mailén, Yadán, Carmen, Marí­a Victoria, Dalia, Abel, Lidia, Edgar, Xiomarita, Ví­ctor, Kirk, Ana, Ebir, Eraida, Linnet, Leslie, Chavely, Alejandro, Rafael; a mis tutores imprescindibles e inolvidables, quienes pusieron punto final a mi vida en un aula; a todos los que se me olvidan mientras escribo estas lí­neas (no por cosas del corazón, sino de la memoria). Para todos ellos son estas lí­neas y todas las que vendrán; el resultado de su construcción, un pedacito de ellos que anda en por ahí­.

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