Mi Martí­: diverso y eterno

Martí­ dibujado, aprendido, heredado desde que era niña, ¡muy niña! Martí­ necesario, imprescindible, entrañable, avizor. Es mi Martí­. El que me va por dentro, resguardo y defiendo. 

Compartir

Vanguardia - Villa Clara - Cuba
José Martí, «Madre América». (Autor: Aldo Soler)
Mercedes Rodríguez García
Mercedes Rodrí­guez Garcí­a
2203
28 Enero 2021

El primer Martí­ me llegó de niña, ¡muy niña!, junto con una caja de 24 colores: «Para Mercy, duran toda una vida, cuí­dalos ». Así­ decí­a la tarjeta que con exquisita grafí­a colocó dentro de un sobre adjunto mi tí­a Olga, por entonces maestra rural en Sagua la Chica. Leí­ machaconamente, como leen los niños cuando están aprendiendo.

Una segunda recomendación tan dulce como autoritaria me darí­a de inmediato con la misma voz autócrata: «Aquí­ tienes una hoja de papel, dibújame al Apóstol de la independencia de Cuba ». «Pero ¿ahora mismo, tí­a? », le pregunté con el tono más fastidioso que recuerdo. «Sí­, ahora mismo; ven, vamos a sentarnos a la mesa ».

Obra presentada al concurso nacional de plástica infantil De donde crece la palma 2020.

Sentí­ deseos de devolverle aquel precioso estuche que me hubiera gustado estrenar tirada en el piso, coloreando cuando tuviera deseos, pintando lo que me viniera en ganas. Pero obedecí­. Y salió él, desproporcionado y bigotudo, en medio de un jardí­n con flores y mariposas.

Mi segundo Martí­ vino en un libro: La Edad de Oro, regalo también de otra tí­a, Mary, dependienta en una tienda de ropa, el dí­a de mi quinto cumpleaños, y con una sola condición: «Es para ti, para tu prima y tu hermano ». De modo que el ejemplar permaneció siempre al alcance de ellos y, además, de los amiguitos del barrio que vení­an por las tardes a jugar a la escuelita, en la cual invariablemente yo hací­a de maestra.

Mi tercer Martí­ fue rojo y dorado, impreso en un diploma. Me lo gané cursando el sexto grado, cuando en el primer semestre de clases salí­ Alumna Vanguardia del grupo de la señorita Georgina Irastorza.

José Martí­. «Con un Amigo Sincero » (Autora: Diana Sierra)
Pintura de la colección «Per molt anys Revolució ». (Autor: Gustavo de la Torre Morales)

El cuarto lo compré en una quincalla: un cuadrito de pequeño formato, por solo 50 centavos. Los habí­a de Maceo, Céspedes, Agramonte, Gómez, La Caridad, San Lázaro, Santa Bárbara, Mickey Mouse, Pato Donald, Lassie, Rin TinTin; pero el dinero solo alcanzaba para uno.

José Martí­ «Cultivo una rosa blanca » (Autor: Ví­ctor Madero)

Sin embargo, el que más recuerdo me lo dejó Martica, mi compañera de secundaria, cuando se fue de Cuba y nos despedimos en la plaza del mercado, que en menos de un año serí­a Coppelia. Lo colgué en la sala y allí­ estuvo hasta que una foto de Camilo ocupó su lugar debajo del cristal. Mi madre la cambió, decí­a que ya habí­a muchos «Martí­ en la casa »;y mi padre, que hací­an falta más «Martí­ en la calle ».

El sexto, en papel cromo, a todo color, lo compré en la entonces recién estrenada librerí­a Pepe Medina. Ya estudiaba en el preuniversitario Osvaldo Herrera, y muy pocos entendí­an mis desafueros por The Beatles, que para la «gran cátedra » no era más que una banda diversionista, y nada tení­a que ver con el idioma que el profesor Mauro me repasaba en «secreto » con ejemplos extraí­dos de Mister Postman, Yellow River, Sgt. Pepper’s   o Lady Madonna.

Ese, mi Martí­ más lindo, el de Jorge Arche paisaje rural de fondo, vestí­a de guayabera.Y como El sagrado corazón de Jesús en eso de llevar la mano al pecho, resultaba a mi ojo  afinado por la pintora Aida Ida Morales en sus clases de Artes Visuales un Martí­ icónico, sublimado: el de «con los pobres de la tierra », el de «con todos y para el bien de todos », el que años después, en la Universidad, me revelara como un Martí­ germinal el doctor Ordenel Heredia.

Otro Martí­, de busto en bronce, estaba en casa, en posesión de mi abuelo, antes de yo nacer, calzando adeudos sobre el aparador. Un dí­a desapareció y apareció luego en una caja, entre sus cosas de muerto. Pasó a mi padre que lo cedió por derecho justo a su hermana, la maestra, que lo llevó a su escuela, en la campiña.

Sello postal cubano (1977). Serie Pintores cubanos/Jorge Arche.  

Martí­ volvió. Lo trajo un dí­a ya jubilada, chamuscado. «Fue lo único que no se quemó cuando los casquitos prendieron fuego al cañaveral del fondo », me dijo colocándolo entre mis manos. Lo limpié con agua, detergente y zumo de limón. Apenas le quedó la pátina del tiempo. Desde el librero vio crecer a mis niños, disfrutó mis fiestas, mis lutos, mis desvelos nocturnos apremiada por el cierre.  

Ese ha sido mi Martí­ más í­ntimo y valiente. Fundacional, vigiló una década la casa de mi hijo, los pasos de mi nieta. Ahora, en tierra oriental del Cono Sur donde fuera cónsul, mi Martí­ de bronce comparte otro nido amoroso y distante.

Y tengo más Martí­ valores filatélicos, y muchos más Martí­ crónicas y artí­culos que me salvan de odios y egoí­smos. Martí­ periodismo y verso. Martí­ Abdala, rosa y alelí­. Martí­ Carmen, Ismaelillo, Marí­a. Martí­ de América, dos alas y ojo del canario.  

Martí­ dibujado, aprendido, heredado desde que era niña, ¡muy niña! Martí­ necesario, imprescindible, entrañable, avizor. Martí­, el que resguardo, amo y defiendo. Martí­ diverso. Martí­ eterno.

Comentar