Aquí­ va otra victoria

Si Fidel confiaba en la juventud, tendrí­a que vivir con mis ojos bien cerrados para no admirar como admiro a los jóvenes patriotas que van haciendo el camino.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
Dayana Darias Valdés
1566
22 Abril 2021

Sin duda, la historia de Cuba no serí­a la misma si obviamos los episodios que han sido protagonizados por nuestros jóvenes. Si tuviese que definir en una palabra lo que significa forjarse como revolucionaria a la sombra de tales paradigmas, esa palabra no podrí­a ser otra más que “miedo”. Miedo a no estar a la altura, a no saber cumplir los preceptos martianos que nos han traí­do hasta aquí­, miedo a fallar.

Yo pensaba que Mella serí­a el arquetipo, que luego de leer Tiní­sima y sumergirme en las letras de la gran Elena Poniatowska no habrí­a en mi mente ejemplo más inspirador. No creo que la escuela o la universidad puedan hacer algo más por sus estudiantes que dejarlos a las puertas de la increí­ble literatura que narra las gestas revolucionarias de nuestro paí­s. Por eso, adentrarme en la vida de quienes escribieron capí­tulos tan importantes de la historia patria pasó a formar parte de mis retos a nivel personal.

Fue durante el aniversario 90 del natalicio de Abel Santamarí­a, en Encrucijada, donde la carta que escribió su hermana Haydée a sus padres, luego de la muerte de Abel, se me presentó como esa bala capaz de romper en mil pedazos todo cuanto creí­ saber. Me enamoré de los hermanos Santamarí­a ante una presentación de La Colmenita. Tin Cremata supo rematarme de una manera revolucionariamente tierna.  

De poco en poco comencé a leer a Pablo de la Torriente, a Villena, estimulantes poemas de un Martí­ que en su momento no interioricé de la forma adecuada. Al dí­a de hoy todaví­a intento comprender textos de Fidel y del Che que sobrepasan los lí­mites de mi intelecto. El discurso que diera el Comandante en el acto homenaje a los mártires del asalto al Palacio Presidencial, en la escalinata de la Universidad de La Habana, el 13 de marzo de 1962 es quizás uno de los textos más poderosos que he conocido, explica Fidel:  

«Creer en los jóvenes no es ver en los jóvenes a la parte del pueblo simplemente entusiasta, no es ver en los jóvenes a aquella parte del pueblo entusiasta pero reflexiva, llena de energí­a, pero incapaz, sin experiencia. Creer en los jóvenes no es ver a los jóvenes simplemente con ese desdén con que muchas veces las personas adultas miran a la juventud. Creer en los jóvenes es ver en ellos, además de energí­a, responsabilidad; además de juventud, ¡pureza, heroí­smo, carácter, voluntad, amor a la Patria, fe en la Patria! ¡Amor a la Revolución, fe en la Revolución, confianza en sí­ mismos, convicción profunda de que la juventud puede, de que la juventud es capaz, convicción profunda de que sobre los hombros de la juventud se pueden depositar grandes tareas! ».    

Es, precisamente, esta confianza del lí­der histórico de la Revolución en los jóvenes la que segrega cualquier absurda pizca de miedo o de dudas siempre que tengo que alzar la voz para defender a la juventud cubana. Si Fidel confiaba, yo confí­o, y no lo digo por fanatismos ni idolatrí­as, tendrí­a que vivir con mis ojos bien cerrados para no admirar como admiro a los jóvenes patriotas que van haciendo el camino.

Acaba el Octavo Congreso de nuestro Partido Comunista y emergen sentimientos gratificantes. Somos testigos en primera fila de cómo las nuevas generaciones se suman a importantí­simas tareas que tributan a nuestro proyecto de paí­s. No puedo, entonces, soportar cuestionamientos que aseguran que “nuestra juventud está perdida” que “no estaremos a la altura”. Digo yo, ¿No han estado a la altura nuestros jóvenes durante el último año? ¿No han batido a la adversidad desde los distintos frentes? ¿No somos los jóvenes cubanos espejos de nuestro tiempo? ¿No estamos en las industrias produciendo alimentos, en las universidades haciendo ciencia, en los centros de salud poniendo en peligro la vida, en las redes sociales librando la batalla ideológica y combatiendo la subversión?  

¡Basta de miedos! ¡Basta de dudas! Ninguno de nosotros es un Mella, un Martí­ o un Santamarí­a, pero si algo queda claro es que, en su ejemplo van cada una de nuestras victorias, porque somos el resultado del momento histórico que nos toca vivir y estamos con el pecho limpio dispuestos a defender «la estrella que ilumina y   mata ».

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