Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
8750
25 Marzo 2015

El 25 de marzo de 1895 fue un dí­a clave en la vida de José Martí­. No el más angustioso, pero sí­ uno de los más intensos de su azarosa existencia luego del fracaso de la Fernandina, cuando los tres barcos con armas para Cuba fueron incautados por el Gobierno de los Estados Unidos. Ninguno podí­a serlo más en su vida dedicada por entero al ideal independentista.

Máximo Gómez y José Martí­ en Montecristi.Máximo Gómez y José Martí­ en Montecristi. Ambos patriotas firmaron el histórico llamamiento al pueblo cubano. (Foto: Tomada de Internet)Ese dí­a, en Montecristi, República Domini­cana, el Apóstol escribió cuatro documentos de un valor extraordinario: el llamamiento del Partido Revolucionario al pueblo de Cuba, conocido co­mo Manifiesto de Montecristi, y las cartas a su madre Doña Leonor, a su hija del alma Marí­a Mantilla y a ese gran hermano dominicano que fue Federico Henrí­quez y Carvajal.

Los redactó como siempre, escaso de tiempo. Nunca le alcanzaron las horas. A 120 años de tales acontecimientos resulta difí­cil saber a ciencia cierta cuál antecedió al otro. Pero de lo que no existen dudas es que en cada uno volcó lo mejor de sí­ y la suma de sus sentimientos amorosos, patrióticos y an­tim­perialistas.

A sus 42 años, casi recién cumplidos, y en ví­speras de salir hacia Cuba junto al Ge­neral en Jefe Máximo Gómez, Martí­ sintió lo imperioso de dejar constancia del caudal de sus ideas, del torrente de su pensamiento vasto y culto. Como hijo, el deber de decirle a su progenitora todo lo que siempre habí­a re­presentado en su vida; como padre es­piritual, aconsejar a su querida hijita Marí­a Man­tilla; al amigo dominicano, revelarle lo más í­ntimo y hondo de su pensamiento revo­lucionario y la­tinoamericanista.

Y como delegado del Partido Revolucio­nario Cubano electo desde 1892 de ma­nera de­mocrática por los Cuerpos de Con­sejo, dejar bien sentadas las ideas demo­cráticas y pa­trióticas que inspiraban el le­vantamiento armado del 24 de febrero. Plas­mar para la posteridad todo el caudal de expe­riencia acumulado en más de 15 años de pré­dica patriótica y fijar su ideal y el del Ge­neralí­simo Máximo Gómez. En resumen, proclamar ante el mundo un plan de lucha: el Programa de la Revolución de 1895, el de la Guerra Necesaria.

Del Manifiesto de Montecristi

Cada palabra, cada idea, cada párrafo expresaba un concepto. Nada fue fruto de la improvisación, al contrario. En él se sintetizaban 15 años de lucha en la emigración, dedicado a unir lo diverso y lo disperso y a tejer las re­­­des seguras de la conspiración en Cuba.

Desde la primera lí­nea, Martí­ definí­a con meridiana certeza que la Guerra del 95 era continuidad de la del 68, pero esta vez, más organizada y con la existencia de un partido revolucionario que le sirviera de vehí­culo: «La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo perí­odo de guerra, en virtud del orden y acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla, y de la ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al sanea­miento y emancipación del paí­s, para bien de América y del mundo ».

Según apuntaba el Manifiesto, la guerra no era el «insano triunfo de un partido cubano sobre otro, ni la cuna de tiraní­as y de odios raciales, sino el producto disciplinado de fundadores de pueblos; la guerra sana y vigorosa de hombres capaces de gobernarse por sí­ mismos, sin reproducir los anquilo­san­tes modelos de las repúblicas feudales y teóricas de Hispano-América ».

Casa donde se redactó el Manifiesto de Montecristi.Esta casa ha sido identificada como el lugar donde se redactó el Manifiesto de Montecristi. (Foto: Tomada de Internet)

Tampoco era la Revolución del 95, la guerra contra el español, como hací­a creer la Metrópoli, sino contra el régimen despótico de España. Menos aún era una guerra de razas: «Solo los que odian al negro ven en el negro odio », dejaba claro el Delegado.

Para el más genial y universal de los po­lí­ticos cubanos, como lo definiera Fi­del, la guerra iba mucho más allá, tení­a un alcance mayor, y así­ lo plas­mó en uno de los párrafos de mayor impor­tancia del Manifiesto de Mon­tecristi:

«La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en [el] plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroí­smo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vaci­lante del mundo. Honra y conmue­ve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la inde­pen­den­cia, abandonado tal vez por los pue­blos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre [...] »

Como reconoce el investigador e histo­riador Yoel Cordoví­, hubo tanta coin­cidencia del pensamiento mar­tiano con el de Máximo Gómez, tal identificación de criterios, que el propio Martí­ en carta a Gonzalo de Quesada y Benjamí­n Guerra afirmó: «Del Mani­fiesto [...] luego de escrito no ocurrió en él un solo cam­bio [...] sus ideas en­vuelven, [...] aunque pro­viniendo de diversos campos de experiencias, el concepto actual del general Gómez y el De­legado ».

Una vez concluido el conflicto bélico, el Manifiesto fue bautizado por el Generalí­simo como «el Evangelio de la República ».

A Doña Leonor

Quién no se ha emocionado hasta las lágrimas al leer la carta de despedida de José Martí­ a su madre:

Doña Leonor Pérez.Doña Leonor. Madre mí­a: Hoy, 25 de marzo, en ví­speras de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací­ de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí­ donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y nece­saria agoní­a, el recuerdo de mi madre.

Abrace a mis hermanas, y a sus compa­ñeros. ¡Ojalá pueda algún dí­a verlos a todos a mí­ alrededor, contentos de mí­! Y entonces sí­ que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendí­game, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.

Su
J. Martí­

[Montecristi] 25 marzo 1895

Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginar. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.

José Martí­

Difí­ciles habí­an sido siempre las rela­ciones con su madre, que no entendí­a cómo su adorado Pepe malgastaba su vida en cau­sas inútiles y no en la familia, la mujer, el hijo; en ella, en sus hermanas.

Pero eso no restó un ápice del amor de José Martí­ a quien le habí­a dado el ser. De ahí­ la necesidad que sintió, horas antes de partir a cumplir la palabra empeñada de luchar por la libertad de su Patria, de hacerle tales lí­neas salidas del corazón.

No fueron las únicas. Baste recordar la dedicatoria del retrato en que el joven Martí­ aparece con el pelo rapado y en grilletes, en las canteras de San Lázaro: «Mí­rame, madre, y por tu amor no llores: Si esclavo de mi edad y mis doctrinas, tu mártir corazón llené de espinas, piensa que nacen entre espinas flores ». Fue la última oportunidad de expresar tanto amor acumulado. Como se conoce, Martí­ no vio realizado su sueño de ver a sus seres queridos alrededor suyo, contentos de él. Su muerte gloriosa en Dos Rí­os lo impidió.

Desde 1887 no pudo contar más con el abrazo amoroso de Doña Leonor.

A Marí­a, su hija espiritual

José Martí­ y Marí­a Mantilla.José Martí­ y Marí­a Mantilla.Todaví­a el 25 de marzo, el dí­a le alcanzó al Apóstol de la independencia de Cuba para escribirle una carta de despedida a su hija espiritual Marí­a Mantilla. Deseoso Martí­ de sentirse amado por la niña en que volcó todo el cariño que la ausencia de su Ismaelillo le ocasionó, tras la ruptura con su esposa Car­men Zayas-Bazán, le da consejos de padre a hija. La misiva también la dirige a Carmen Miyares, la madre de su Marí­a. Así­ le escribe a ambas:

Mi Marí­a y mi Carmita:

Salgo de pronto a un largo viaje, sin pluma ni tinta, ni modo de escribir en mucho tiempo. Las abrazo, las abrazo muchas veces sobre mi corazón. Una carta he de recibir siempre de Uds, y es la noticia, que me traerán el sol y las estrellas, de que no amarán en este mundo sino lo que merezca amor, de que se me con­servan generosas y sencillas,de que jamás tendrán de amigo a quien no las iguale en mérito y pureza. Y ¿ en qué pienso ahora, cuando las tengo así­ abrazadas? En que este verano tengan muchas flores: en que en el invierno pongan, las dos juntas, una escuela: una escuela para diez niñas, a seis pesos, con piano y español, de nueve a una: y me las respetarán, y tendrá pan la casa. Mis niñas ¿me quieren? Y mi honrado Ernesto. Hasta luego. Pongan la escuela. No tengo qué mandarles más que los abrazos. Y un gran beso de su

Martí­

[Montecristi] 25 marzo.1895

Luego tendrí­a la posibilidad de escribirle la más significativa, del 9 de abril de 1895, desde Cabo Haitiano, considerada por el investigador Salvador Arias su testamento pedagógico.

A Henrí­quez y Carvajal

Conocedor del empeño enorme que tení­a por delante y de los peligros que arrostrarí­a con su partida hacia Cuba, Martí­ aún apro­vecha ese dí­a 25 para escribirle a su amigo dominicano Federico Henrí­quez y Carvajal. Carta considerada por buena parte de los historiadores como su testamento polí­tico, y para otros, su testamento antilla­nista, todaví­a no es lo suficientemente cono­cida por las ac­tuales generaciones, que debieran beber más de ella para nutrirse del enorme caudal de ideas que expresa.

Federico Henrí­quez.Federico Henrí­quez y Carvajal (1848-1951).En el pórtico de un gran deber, como él mismo escribirí­a a su amigo, Martí­ hace ver su carácter de hombre entero y su disposición de morir por su patria. Sobre la necesidad de su pre­sencia en Cuba, no deja lugar a duda: «Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí­ estaré yo. Acaso me sea dable u obli­gatorio, según hasta hoy parece, cumplir ambos. Acaso pueda contribuir a la necesidad primaria de dar a nuestra guerra renaciente forma tal, que lleve en germen visible, sin minuciosidades inútiles, todos los principios indispen­sables al crédito de la re­volución y a la seguridad de la república ».

Más adelante afirma: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comien­za con ella, en vez de acabar. Para mí­ la patria no será nunca triunfo, sino agoní­a y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respecto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo ú­nico, que­darme, me quedo en ella; si me manda, cla­vándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sa­brí­a morir, también tendré ese valor ».

Y remata su ideal patriótico con un deseo, el del más humilde de los sol­dados, pero que ha llevado a algunos a inferir de esas palabras la idea del «suicidio ro­mántico » de Martí­: «Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo serí­a pegarme allí­, al último tronco, al último pel­ea­dor: morir callado. Para mí­, ya es hora ».

Y si en su carta inconclusa a Mercado, del 19 de mayo, fue más explí­cito acerca del peligro que representaba el imperialismo nortea­me­ricano, no por ello dejó de denun­ciarlo en la referida misiva al amigo domi­nicano: «Las Antillas libres salvarán la in­dependencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y las­timado de la América inglesa, y acaso ace­lerarán y fijarán el equilibrio del mundo ».

La despedida estuvo a la altura de su genialidad polí­tica: «Me arranco de Vd., y le dejo, con mi abrazo entrañable, el ruego de que en mi nombre, que sólo vale por ser hoy el de mi patria, agradezca, por hoy y para mañana, cuanta justicia y caridad reciba Cuba. A quien me la ama, le digo en un gran grito: hermano. Y no tengo más hermanos que los que me la aman ».

Y por si quedara algún vestigio de duda acerca de su convicción de luchar al precio de su vida por la independencia de su Patria, que a su vez, era la de Nuestra América, como él mismo la habí­a denominado, termina de la siguiente manera: «Levante bien la voz: que si caigo, será también por la independencia de su patria. Su José Martí­ ».

Epí­logo

Pero el 25 de marzo es mucho más en la Historia de Cuba. Ese propio dí­a, a las seis de la tarde, salí­a desde Puerto Limón, Costa Rica, el general Antonio Maceo a bordo del «Adirondack », con la primera expedición revolucionaria que llegarí­a a playas cubanas en la última guerra de independencia. Lo acompañaban Flor Crombet, jefe de la expe­dición, su hermano José y otros patriotas.

Su partida creó hondo revuelo entre los españoles, tanto, que casi de inmediato susti­tuyeron al entonces capitán general de la Isla de Cuba, general Emilio Callejas, por el hasta entonces invicto Arsenio Martí­nez Campos, al que nuevamente Maceo eclip­sarí­a, como en Baraguá, en el famoso com­bate de Peralejo, ya en plena invasión hacia occidente.

Ocho años más tarde, el 25 de marzo de 1903, nació Julio Antonio Mella, adalid de las luchas revolucionarias de la primera mitad del siglo xx en Cuba y Latinoamérica; de abuelos dominicanos, para mayor coinciden­cia, y puente generacional imprescindible entre José Martí­ y Fidel Castro.

Comentar