
Era una niña de apenas diez años. Poco entendía a mis padres al escucharlos hablar de aquella mujer. Era julio de 1980 y decían que había muerto a causa de un suicidio. Pero a mi corta edad, no comprendía la magnitud del suceso.
Durante los estudios de la Historia de Cuba supe que se trataba de Haydée Santamaría Cuadrado, la encrucijadense. La hermana de Abel, el segundo al mando en las acciones del 26 de julio de 1953. La mujer que, junto a otra valiente, Melba Hernández Rodríguez del Rey, participó en la ocupación del hospital Saturnino Lora, que se realizó de manera sincronizada con el ataque al cuartel Moncada. Lo que nunca he logrado entender es por qué para su muerte escogió el día del cumpleaños de la compañera de cárcel en Guanajay. O por qué lo hizo en el mismo año en que Celia muere.

Yeyé, como la nombraban los más allegados, emprendió su viaje a lo eterno. Lo hizo en el instante elegido, y del modo elegido. En versos inolvidables y desbordados de humanidad, nuestra poetisa Fina García Marruz escribió en agosto de ese mismo año:
«Pónganle a la suicida una hoja en la sien /Una siempreviva en el hueco del cuello. /Cúbranla con flores, como a Ofelia. /Los que la amaron, se han quedado huérfanos /Cúbranla con la ternura de las lágrimas. /Vuélvanse rocío que refresque su duelo. /Y si la piedad de las flores no bastase /Díganle al oído que todo ha sido un sueño. /Ríndanle honores como a una valiente /Que perdió solo su última batalla. /No se quede en su hora inconsolable /Sus hechos, no vayan al olvido de la hierba. /Que sean recogidos uno a uno, /Allí donde la luz no olvida a sus guerreros ».
Es 28 de julio y otra vez vuelve Haydée a mi memoria. Mucho se ha escrito sobre su vida. De sus días en la Sierra Maestra. De su obra imperecedera como directora en Casa de las Américas. Me pregunto cuánto más se puede escribir de ella.

Su hija Celia María (fallecida en 2008) lo reseñó en pocas palabras. Para que la imaginemos bien intentemos «integrar la independencia de una Madame Bovary en la pureza de Juana de Arco », una pureza expresada en el compromiso «frontal, arraigado y único de la revolución de Fidel Castro ».
Es la idea que debemos tener de Yeyé. La de una mujer inteligente y sensible, justiciera siempre, enemiga de los privilegios, las vanidades, el egoísmo. La que, más que una dirigente, aún es vista como un símbolo de la Revolución Cubana por encima de cualquier cargo, como Celia y como Che.
«La que todos respetamos, amamos y quisiéramos ahora a nuestro lado con su cubanía plena y popular, con la finura y elegancia espiritual que brotan natural y espontáneamente, y que se enriquecen y embellecen más cuando la vida se dedica a servir y se es original, autentico, y, por tanto, verdadero ».
Así lo dejo escrito el intelectual cubano Pedro Pablo Rodríguez en la presentación del libro-homenaje a Haydée Santamaría Cuadrado, Haydée, hace falta tu voz, de Ediciones Ojalá, en noviembre de 2014.