
Entre las tantas cosas que extraño de aquel béisbol romántico que se jugaba en el país décadas atrás, están las grandes polémicas acerca de los peloteros que generalmente coincidían en épocas y posiciones.
En la mayoría de los casos, los involucrados tenían una gran rivalidad en el terreno, pero muchos eran excelentes amigos fuera de los estadios.
Una de las discusiones más candentes en aquellos tiempos giraba en torno al primer cojín entre Antonio Nicolás Muñoz Hernández y Agustín Marquetti Moinelo. El Gigante del Escambray, a pesar de superar en varias campañas en rendimiento al Toletero de Alquízar, tuvo que tener bastante paciencia y luchar duro, bate en mano, para lograr un sitio en el equipo Cuba, en los Juegos Panamericanos de 1975 y, posteriormente, adueñarse definitivamente de la inicial en 1978, desplazando a un Marquetti mimado por la prensa y miles aficionados en el país.
En cierta ocasión le pregunté al ídolo del Condado: «Dime con sinceridad, ¿nunca sentiste envidia por Agustín Marquetti? », y con su extremada modestia, el Guajiro me contestó:
«Mira, Marquetti es de Alquízar y Muñoz de Algaba. Había una rivalidad tan grande en aquellos años en el béisbol que inclusive en el reloj del estadio Latinoamericano ponían AM (Antonio Muñoz, Agustín Marquetti) y daba la hora. Cuando nuestros equipos se enfrentaban, los aficionados de la capital querían que Muñoz no bateara, que bateara Marquetti, y, además, querían que Marquetti fuera el que hiciera el equipo Cuba y jugara la primera base.
«Pero yo te puedo decir que entre nosotros dos siempre hubo fraternidad, humanismo, cariño y compañerismo, al punto de que cuando nos veíamos por ahí, él me decía Muñanga y yo también le decía Muñanga ».
Hubo una rivalidad también muy seguida por la afición entre dos jardineros centrales fuera de serie, el caibarienense Silvio Montejo Boffil y el ya fallecido Fermín Laffita Pelipiche (1946-1999).
La Bala de Caibarién o Caballo Loco debutó como lanzador en los campeonatos domésticos, defendió la primera almohadilla y culminó mudándose para la pradera central. En la posición que lo convirtió en leyenda, Montejo fue el «primer loco de las series nacionales », le gustaba la pelota caliente, tirarse contra las cercas y robar bases. Entre él y Juan CanilIita Díaz estafaron 94 bases en la campaña de 1967-1968.
A Laffita, su fraterno adversario conocido como el «rey de la pradera central » y «el galgo del jardín central », se le recuerda como uno de los guardabosques de más elegante fildeo en el jardín central, de extraordinario desplazamiento, de contundentes y certeros tiros a las bases, además de ser un bateador oportuno. Posee un récord en las desaparecidas Copas del Mundo, al largar dos batazos de vuelta completa en un mismo inning, frente al picheo de México, en la cita del orbe de 1973.
Durante algunos campeonatos, a pesar de coincidir con el torpedero capitalino Tony González, el rey del campo corto fue el granmense Agustín Arias Tornés (1942-2016), dueño de uno de los brazos más potentes en esa posición, quien integró una de las mejores combinaciones que ha pasado por nuestro béisbol con el intermedista guantanamero Andrés Pilotaje Telemaco (1942-2017), un maestro del pívot sobre el segundo saco, aunque años más tarde surgió un brillante binomio, como el de Germán Mesa-Juan Padilla.
Tingo Arias lució por encima de los otros torpederos hasta que en la campaña de 1967-1968 surgió un jovencito que fue nominado Novato del Año: Rodolfo Puente Zamora, quien a partir del recordado mundial de República Dominicana de 1969 se vistió con el traje del equipo de Cuba y le cogió tanto gusto que no se lo quitó hasta la Copa Intercontinental, efectuada en Edmonton, 1981.
En 1972, en el elenco de Azucareros, a las órdenes de Servio Tulio Borges, se estrenó otro de nuestros grandes torpederos: el esperanceño Pedro Jova Pérez, quien, al igual que Puente, en su estreno en la pelota grande resultó el Novato del Año.

Jova, dueño de uno de los mejores sistemas de bateo de las series nacionales, lució por primera vez el traje de la representación de la Mayor de las Antillas en eventos de envergadura, en la cita del orbe de 1976, y a partir de entoncew tuvo que contentarse con permanecer en el banco, hasta que la dirección del conjunto criollo decidió darle juego ante un decadente Rodolfo Puente.
Otra posición donde reinó la rivalidad fue la intermedia, después que el matancero Félix Isasi dejó de ser uno de los sembrados en el equipo. Aquí aparecieron en escena dos hombres que generaron cientos de discusiones entre los seguidores del deporte de las bolas y los strikes: el pinareño Alfonso Urquiola y el capitalino Rey Vicente Anglada. Fueron tan excepcionales que es difícil decidirse por uno o por el otro.
La receptoría no escapó de la discusión: un Juan Castro (1954-2020) elegante, de buen mascoteo, un Albertico Martínez muy inteligente y un Pedro Medina que superaba en bateo a los dos. Esto hizo que para los Juegos Panamericanos de Caracas 1983 se tomara una decisión salomónica por parte del difunto José Miguel Pineda (1941-2008) y su colectivo técnico: decidieron que fueran los tres, experiencia que se repetiría en otras ocasiones.
Por supuesto que no olvidé la porfía de Eduardo Paret y Germán Mesa, la dejé intencionalmente para el final, porque en nuestra opinión, renació las viejas polémicas en las series nacionales, una rivalidad incomparable para los que han venido después y que todavía divide el país en dos partes casi iguales: los seguidores del capitalino y los admiradores del villaclareño.
Mesa, el Mago o el Imán, como quieran llamarlo, era el artista del campo corto, protagonizó jugadas prácticamente imposibles de igualar, le llegaba a casi todas las pelotas. De Paret, más allá de las estadísticas, quiero comentarles lo que me confesó José Ariel Contreras allá por el año 2002: «Para mí, el bateador villaclareño más difícil de dominar es Paret », mientras que Roberto González Echevarría, un gran estudioso del béisbol, al concluir el primer Clásico Mundial en 2006 señaló que consideraba a dos cubanos para ir directamente a las Mayores: Ariel Pestano y Eduardo Paret. Pero, para gustos se han hecho los colores, ¿usted prefiere el azul que vestía Germán o el anaranjado que lucía Paret? A Buena Fe, por ejemplo, le gusta soñar en azul y a Alberto Caissé (el Cojo Caissé), le gustaba la naranja entera...